Divina mente – @DonCorleoneLaws

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Admito que, para muchas cosas, soy uno más de tantos, y que hago de esa normalidad una pequeña virtud.

A mí, inevitablemente, también me atraen una cara bonita, unas piernas sexys, un buen escote, una sensual forma de caminar, un tatuaje en el lugar adecuado para ser besado, un culo apretado, unos labios carnosos, unos pies esbeltos o unas cuidadas manos. No creo que haya nada malo en ello, ni por eso me considero una persona superficial. Vivimos en un estético mundo del que no podemos ser ajenos, y aquellos que dicen a boca llena que sólo se fijan en la belleza interior siempre me han parecido unos mentirosos compulsivos.

Me gustan las cosas y las personas bonitas, como a cualquiera. Sin embargo, poco me parezco ya al adolescente que fui: aquel que salía en pandilla con los amigos y que poco más le pedía a una chica deseable que la trasmisión de calor corporal. Me sigue cautivando la belleza para observarla, sí, pero ya no la adopto si no viene acompañada también de cierto nivel intelectual porque, a fin de cuentas, follamos bastante menos de lo que hablamos y no compensa (mal que nos pese a todos).

No soy un ilustrado ni un intelectual de alto copete, pero manifiesto cierta inquietud por la conversación, el arte, la música, la política, la gastronomía, las letras, la naturaleza, la fotografía, el humor y todas aquellas bondades que el ser humano ha sabido desarrollar con el tiempo. Si quien pretenda estar a mi lado no es capaz de acompañarme en estos aspectos lamentablemente se quedará en la hermosa cáscara que representa ser.

Y no me refiero concretamente ya a las relaciones sentimentales: bastantes pruebas ineficaces hice ya con personas para las que mis tiempos no eran los adecuados, que manifestaron pueriles comportamientos alejados de toda madurez, que no fueron realmente lo que parecían, o que se terminaron desmoronando con el paso del tiempo. A ese respecto ya no quiero más pruebas estériles. Es más: ni busco ni ahora lo necesito. La ventura que esté por llegarme acudirá en forma de futuro posible.

La reflexión de hoy la hago especialmente extensiva a las amistades. Tengo la fortuna de tener muchos conocidos en ámbitos muy diversos y creo que, con algunas excepciones, se me aprecia bastante. Soy un hombre extrovertido y que se adapta bastante bien a las situaciones con las que se encuentra. No es difícil, por tanto, estar cómodo conmigo. Pero aquel que quiera superar el nivel básico de conocimiento e instalarse en el de amistad, tiene que venir aprendido ya de casa. Me aburre soberanamente tener que educar a alguien -a estas alturas- para que entienda lo que es o no es un buen amigo. Hay quienes piensan que un amigo sólo se usa en beneficio propio; hay quienes creen que los amigos son como la ropa guardada en el armario y siempre dispuesta a que te la pongas aunque no la cuides, y se equivocan: claro que se equivocan. A los amigos hay que cuidarlos tanto como a uno mismo.

La verdadera amistad se fundamenta en esa complicidad creada entre dos personas a base de compartir momentos, charlas e inquietudes comunes, y se fortalece con el tiempo cuando existe una verdadera confianza. Sin la comodidad de saber que puedes hablar de lo que sea con esa persona porque guardará una total confidencialidad, es complicado que se pueda estar a gusto.

Me resultan muy atractivas las mentes que son capaces de llevarme el ritmo, de compartir sin pudor sus pensamientos conmigo, de abrir su corazón sin miedo a ser heridos, de ofrecerse generosamente para aliviar mis pesares, de buscarme sin esperar nada a cambio, de dar lo que tienen y lo que son.

Me cautivan las mentes que saben respetar tus planteamientos, creencias o actitudes aunque quizás no las compartan, que saben escuchar antes de pronunciarse, que son capaces de ver en la historia un nítido dictado para no volver a repetir errores, que cultivan su intelecto con palabras escritas por otros para poder enriquecerse de sus enseñanzas, y que no renuncian a seguir aprendiendo.

Me conquistan las mentes que no necesitan relatarte con petulancia sus estudios, trabajos o viajes, pero que te los dejan intuir a través de su forma de expresarse, comportarse, admirar el mundo o reaccionar ante los imprevistos. Esas extraordinarias mentes que saben estar en todo sitio y en cualquier momento, que son una compañía inmejorable y que te hacen sentir orgulloso de pertenecer a sus vidas.

La generosidad de las personas suele estar mucho más desarrollada en aquellos que han sufrido fuertes necesidades de cualquier tipo (afectivas, económicas, vitales, etc.) y que terminaron aprendiendo lo frágiles que somos. Así valoran cada día lo que tienen. Esas son las personas que menos exigen y que más fácilmente se dan a los demás. Y esas son las mentes que ya quiero a mi lado: mentes que sumen y no resten, que me hagan crecer y sentir comprendido.

Ya se me pasó el tiempo de la belleza por la belleza, de la compañía por la compañía, de confiar en fachadas bonitas rellenas de escombros, de hablar de cualquier cosa delante de algún conocido que posteriormente te traicionaba por la espalda, de creer que era capaz de cambiar comportamientos ajenos que no me convencían… No: ya no aspiro a cambiar a nadie. Quiero que su actitud hacia mí sea realmente limpia y buena desde el principio. Tengo paciencia pero ni soy un santo ni pretendo serlo.

Y si de compartir mis días se trata, quiero hacerlo con una persona hermosa, sí. Quiero que, al abrir los ojos y verla aún dormida en la almohada, me haga creer que toda la evolución humana llegó a su culmen en la belleza dulce de sus imperfectos rasgos, tal y como me sucede al mirar a mi hija. Pero además, quiero que, cuando ella abra los ojos y me observe mirándola con admiración, sea capaz de alegrarme la vida con algo más que una cautivadora y hueca sonrisa.

Quiero que sea capaz de seducirme diariamente con la inteligencia, la pasión y la sensualidad del cerebro, porque al final, lo que nos llevaremos a la tumba despojados de toda pertenencia material, no será la belleza del cascarón, sino la placidez del alma que nos haya hecho sentir esa mente maravillosa con la que elegimos consumir nuestra existencia. Esa mente extraordinaria: esa divina mente.

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