Valdegorfa es un pueblo de la provincia de Teruel, donde se encuentra una bella pintura de la Divina Pastora situada en el retablo del mismo nombre de su Iglesia.
Este lienzo es de 1768, de grandes dimensiones ocupa la mayor parte del retablo de la Divina Pastora del templo parroquial de Valdealgorfa, obra que se encargó a Pedro Llovet, maestro escultor, vecino de Alcañiz y padre del gran Tomás Llovet. En el documento del contrato del retablo -conservado en el Archivo Histórico de Protocolos de Alcañiz- no se especifica si la obra pictórica la debía realizar el propio artista contratado u otro, lo que en principio parece indicar que se le debió encargar la totalidad de la obra.
Esta pintura ocupa toda la parte central de este retablo dedicado tanto a la Divina Pastora como a San Fortunato, tal como se especifica en el documento de capitulación. El tema principal que se representa alude, lógicamente, a la Divina Pastora: la Virgen María aparece representada como tal, en el momento de ser homenajeada por San José de Leonisa, capuchino.
La iconografía de la Divina Pastora -Mater Divini Pastoris -alude a la condición de la Virgen como Madre del Buen Pastor y Divina Pastora de las Almas, por lo que se le representa con atuendo pastoril y rodeada de ovejas: cuidando del rebaño del Señor y mostrándose por ello como reflejo o espejo de la misión de la propia Iglesia de Cristo. La fiesta litúrgica dedicada a ella está íntimamente vinculada con los capuchinos, dado que fueron ellos y en especial los de Andalucía, los que impulsaron esta devoción desde principios del siglo XVIII.
Se trata, por tanto, de una advocación mariana que representa a la Virgen como la pastora celestial. Los orígenes de esta devoción son imprecisos: existiendo referencias a la Virgen María como pastora en diversas obras y escritos: ya en el siglo X, a través de Juan el Geómatra, y posteriormente, en los textos de San Juan de Dios, San Pedro de Alcántara o la venerable María Jesús de Ágreda. Pero fue en el siglo XVIII cuando se fijó esta iconografía, a través del encargo que fray Isidoro de Sevilla (capuchino de gran devoción mariana) realizó a Juan de Alonso Miguel de Tovar (Huelva, 1678 - Madrid, 1758). La pintura por él realizada en 1703 La Divina Pastora de las Almas se ajustó perfectamente a las indicaciones que dio el propio encargante -fray Isidoro de Sevilla- que determinaron a partir de ese momento su iconografía: “En el centro y bajo la sombra de un árbol, la Virgen santísima sedente en una peña, irradiando de su rostro divino amor y ternura. La túnica roja, pero cubierto el busto hasta las rodillas, de blanco pellico ceñido a la cintura. Un manto azul, terciado al hombro izquierdo, envolverá el entorno de su cuerpo, y hacia el derecho en las espaldas, llevará el sombrero pastoril y junto a la diestra aparecerá el báculo de su poderío. En la mano izquierda sostendrá unas rosas y posará la mano derecha sobre un cordero que se acoge a su regazo. Algunas ovejas rodearán la Virgen, formando su rebaño y todas en sus boquitas llevarán sendas rosas, simbólicas del Ave María con que la veneran...”
En este caso no se representan las rosas aludidas en el texto (ni las porta la Virgen ni las ovejas que la rodean) y se completa la escena con la figura de San José de Leonisa que se presenta de rodillas, en señal de veneración y pronunciando la jaculatoria en latín "ORA PRO POPULO" (ruega por el pueblo). Este sacerdote-misionero (1556‑1612), se inició en la espiritualidad franciscana y pasó luego a la reforma capuchina. Fue beatificado en el año 1737 por el Papa Clement y canonizado en 1746 por Benedicto XIV, fechas recientes a la realización de esta obra que propició que su imagen gozase de gran devoción.
En el documento de capitulación del retablo se hace referencia a esta obra concretamente como el quadro de la Divina Pastora y hoy todavía se conserva en el lugar para el que fue realizada.
Este lienzo, que presentaba notables desperfectos -que afectaban tanto al propio soporte como a la capa pictórica- fue restaurado hace ya una década.