La semana pasada David Cameron anunció algo de lo que llevaba hablando mucho tiempo: proponer un referéndum en el Reino Unido sobre la permanencia del país en la UE. El debate sobre el encaje del Reino Unido en la Comunidad Europea viene de lejos, tan de lejos que supone un defecto de fábrica.Para la mayor parte de los países continentales la Comunidad Europea ha supuesto un hito en el devenir de su historia reciente.Para Francia y Alemania supuso la reconciliación tras tres guerras que, desde 1871 hasta 1945, enfrentaron a las dos potencias continentales y arrastraron al resto del mundo a dos guerras mundiales. Supuso la rehabilitación de su política exterior.
Francia pudo librarse del estigma de vencedor de segunda fila a la sombra del Reino Unido en Europa y de Estados Unidos en materia de seguridad. Para Alemania significó la creación de una política mínimamente autónoma de la dinámica de la Guerra Fría, donde la división del Reich en dos países -uno capitalista y otro comunista- era el símbolo de un mundo bipolar. La adhesión de los países del sur de Europa en la década de los ochenta supuso la salida del ostracismo al que longevas dictaduras había relegado y las ayudas de la Comunidad significaron no solo el afianzamiento de los regímenes democráticos en el Mediterráneo europeo, sino la prosperidad y el abandono de años de atraso. Un caso similar sucedió en los años noventa. La asimilación por la puerta trasera de la antigua DDR en Alemania y, consecuentemente en la CEE, fue una reunificación financiada por la Comunidad con el recelo de Miterrand y Thatcher.En la primera década del siglo XXI, la entrada en bloque de doce países de la órbita ex soviética fue un episodio análogo a lo sucedido en los países mediterráneos. La adhesión consolidó las democracias en la Europa Eslava y la entrada en el club de naciones occidentales. Incluso la entrada de Chipre fue vista con la esperanza de escapar de los tentáculos turcos.Por esto, el proyecto europeo ha gozado de gran popularidad entre sus ciudadanos. Salvo para un cierto grupo de países.
Las presiones de Estados Unidos y la intención de Dinamarca de unirse a la CEE inclinaron al Reino Unido a solicitar la adhesión. Adhesión que no solo fue a regañadientes y como fruto del fracaso, sino que desembocó en un largo y traumático proceso de negociación.
El general De Gaulle vetó en dos ocasiones la adhesión británica. El General veía en la isla un caballo de Troya de Estados Unidos y una visión que no casaba con su proyecto para Europa. Fue una bofetada en el herido orgullo británico que ya vivía su inexorable declive como potencia en el mundo.
Por tanto, el periplo británico en las Comunidades Europeas no solo empezó como fruto de su fracaso en política exterior y como consecuencia de su repliegue global, sino que el proceso resultó humillante. Las dudas que despertaba el Mercado Común llevaron al PM laborista Harold Wilson a plantear un referendo en 1975 a cerca de la pertenencia en la Comunidad. El sí venció, pero la relación había nacido viciada.Los euroescépticos han ido adaptando su discurso al cambio de los tiempos. Del miedo al super Estado europeo, se ha pasado al miedo del lastre que podría suponer la Eurozona para el Reino. Los más libertarios están emulando los ejemplos de Australia y Singapur para ilustrar el rol que desean que cumpla el país en la era de la globalización. Ser un gigante comercial en un mundo globalizado sin aspirar a dirigirlo. Pero quien piense que el Reino Unido se va a contentar con un mero papel económico es que no entiende nada de la historia británica. Quien lleva doscientos años cocinando las políticas mundiales no se va a contentar con la irrelevancia.
A pocos medios se les ha escapado que la promesa de referendo que ha hecho David Cameron es un movimiento político muy similar al que hizo Artur Mas en Cataluña. Condiciona la futura consulta a su destino político, y viceversa.
La estrategia de Cameron hay que leerla en un doble escenario. Dentro de su partido no es un líder sólido. Ha tenido que pactar con los Liberal-Demócratas, todo un estigma en un país cuyo sistema electoral favorece las mayorías claras. Está siendo duramente contestado por el popular Boris Johnson (aún más popular tras el éxito de las olimpiadas de Londres) que indudablemente quiere su sitio en Downing Street.
Fuera del partido, está perdiendo apoyos por la derecha. El UKIP, que defiende sin tapujos la salida del Reino Unido de la UE, ha visto crecer sus aspiraciones tras la crisis de la Eurozona. Este auge podría beneficiar al Partido Laborista de cara a las elecciones de 2015 al dividir el voto conservador.
David Cameron corre el riesgo de pegarse un tiro en el pie como hizo CiU en las pasadas elecciones regionales. Al igual que Mas en España, David Cameron espera negociar una "especial relación con la UE" para poder presentar un referéndun en el que pueda defender la permanencia. En el mejor de los casos se enfrenta con la indiferencia de sus socios. La percepción en el continente es que el Reino Unido ya disfruta de excesivas excepciones como para negociar un nuevo marco. Ha abusado tanto de la unanimidad (Schengen, Espacio de Libertad, seguridad y Justicia, disciplina fiscal, etc) que la Unión ha tomado el camino de los acuerdos multilaterales al margen de la unanimidad que exige una modificación de los Tratados. Enfrascado en el agujero de la crisis del Euro dudo que los socios comunitarios presten mucha atención a las demandas británicas.