Quentin Tarantino, instalado definitivamente en el tema de la venganza, ha hecho prácticamente la misma película que hace tres años, cambiando a judíos por esclavos afroamericanos. Eso podría ser algo negativo sino fuera porque el tío te lo hace pasar, de nuevo, en grande. Su sentido del espectáculo es desmesurado, y lo sabe combinar perfectamente con su habitual festín de referentes y con calculadas escenas escritas (y dirigidas) con talento. Sí, puede que se esté acomodando, pero si en cada película me da escenas como el ataque a lo Ku Klux Klan o ese speech de DiCaprio con la calavera, a mi me tendrá ganado.
Lo mejor: el espíritu lúdico y el cachondeo que impregnan todo el relato.
Lo peor: creo que su metraje es un poco excesivo.