Doble moral en Chile

Publicado el 14 octubre 2010 por Javiermadrazo

De las tinieblas a la luz. Tras setenta días bajo tierra, los treinta y tres mineros chilenos que han logrado sobrevivir a 700 metros de profundidad  han sido, por fin, rescatados. Su historia ha mantenido en vilo al mundo entero y hoy son considerados héroes. Han batido un récord de supervivencia y han dado una lección de entereza, propia de personas acostumbradas a la adversidad y al trabajo duro en un entorno, en muchas ocasiones, hostil.  

Sus familias han protagonizado una dura batalla y su lucha ha permitido, en gran medida,  el desenlace final.  Hasta hace setenta días eran sólo mineros, con un sueldo de apenas 900 euros, y ahora, en cambio, son tratados como estrellas mediáticas,  con espacio propio en todos los medios de comunicación, que con la misma celeridad con la que les han aupado a la fama les dejarán caer cuando su drama no venda y el olvido se imponga.

Siendo sincero, debo reconocer que he seguido este caso con un sabor agridulce. No sé por qué pero creo que la situación de los treinta y tres mineros ha sido, al menos en parte, utilizada políticamente por el Gobierno de Chile para exaltar el espíritu patriótico y los mass media han apostado por explotar la vena humana, obviando las condiciones de trabajo en las minas, la explotación de quienes no tienen más alternativa laboral y la desidia de los responsables de estos yacimientos. 

Ojalá toda esta situación permita tomar conciencia de lo que significa bajar a diario a la mina, los riegos que conlleva, los accidentes que se registran  y los abusos que los dueños de estas empresas cometen.  La compañía San Esteban, propiedad de la mina San José, se ha declarado en bancarrota para evitar el pago de las nóminas atrasadas y el finiquito a sus casi 300 empleados, entre ellos los treinta y tres rescatados.  Sus responsables están acusados de faltas graves de seguridad e irregularidades en  la previsión social y normativa laboral. La justicia les ha retenido más de 1.7000.000 euros para hacer frente a las deudas contraídas con los trabajadores ya despedidos.   

El accidente nos ha pemitido conocer la despesperación de los mineros,  pero, con toda seguridad, este sentimiento no es nuevo ni para ellos, ni para sus familias. El presidente de Chile, Sebastián Piñera, tiene ahora ante sí el reto de tomar medidas para que hechos como éstos no se repitan, las condiciones laborales de los mineros y el conjunto de trabajadores de su país sean justas y los salarios dignos. Si es así, la tragedia habrá servido para algo; en caso contrario, quedará en el olvido y sus protagonistas sentirán que los abrazos y las proclamas eran sólo gestos de cara la galería, buscando la foto y el rédito político y electoral.   

El mundo entero ha sufrido ante las imágenes de la mina San José y el campamento Esperanza, montado por sus familias, pero poco saben que en los últimos diez años 373 mineros han perdido la vida en los yacimientos.  El Gobierno de Chile no les lloró, tal vez porque no daban votos o porque eran cómplices de los excesos y las imprudencias cometidas por los responsables de las explotaciones.  Las empresas como siempre buscan rentabilidad y dan la espalda a la seguridad y la calidad del empleo.  Lo han hecho en el pasado y lo harán en el futuro cuando los ecos de lo ocurrido se apaguen, las cámaras de televisión vuelvan a sus estudios y, una vez más, nadie les pida cuentas.  Esta tragedia, por desgracia, no tendrá final feliz.