Doce meses por cada marzo (Por Alfredo Abrisqueta)

Publicado el 11 marzo 2013 por Alfredo

Doce meses por cada Marzo y ciento noventa y dos almas olvidadas. Tres mil doscientos ochenta y cinco días bastaron para abandonar la verdad. Cada dos semanas y media, Alberto dejó de ser Alberto, jamás será piloto. Jorge dejó dejó de ser Jorge, jamás volverá a viajar. Enrique dejó de ser un héroe. Martha dejó de bailar bachata. Inés, nuestra enfermera que no pudo acabar la historia de Harry Potter y María, nuestra querida María que no llegó a disfrutar de su nueva casa. Cada dos semanas y media, desde hace nueves años, una historia jamás será contada, un nombre que jamás tendrá significado, una persona que jamás será recordada y un pueblo, cada vez más mutilado, cada vez más deshonrado y cada vez más abandonado.
Después de nueves años o mejor dicho, ciento y ocho meses, es decir, tres mil doscientos ochenta y cinco días, y la verdad ni tan siquiera llegó asomarse con el disfraz de consuelo. Un padre que jamás volverá a ver a su hijo y una hermana insustituible que no dará calor en su cama cada noche.
No importó aquellas voces que adivinaron la tormenta. Las voluntades, una por una, fueron arrolladas por apisonadoras sordas que daban órdenes de asesinar al otro lado del mundo. Todo por un oscuro interés, una eclipsada sopa viscosa que permite al mundo girar a contracorriente. Un noventa por ciento de voces que no quisieron ser asesinos ni cómplices del imperialismo, pero todo daba igual, nada importó y nada importaba ya. Nunca se escuchó al pueblo y nunca se le ha escuchado. No esperemos ahora clamar al cielo por audiencias y exigir rumbos nuevos que no dejen atrás a millones de personas.
Desde hace nueve años, en cada sol de levante, en cada sol de poniente, un nombre, una historia, una vida se pierde en el tiempo, en la linealidad infinita, fría y oscura, muerta y desoladora. Mientras se echaban balones fuera, no interesaba sofocar el dolor y la frustración mediante la verdad y la justicia. Nadie se responsabilizó de doscientas historias salvo ellas mismas por haber tenido la mala suerte de coincidir en el mismo espacio y tiempo de la tragedia.
La lucha por el poder, sólo importaba eso. Una lucha partidista por el poder cuyas sombras de la culpabilidad llegaban por un lado, al País Vasco y por otro lado, hasta el mundo islámico. Sin embargo, nadie se dio cuenta de que aquellos balones jamás debieron salir de Moncloa y ahora, quedan dispersos por el mundo, hecho añicos y olvidados por la historia.
Desgraciadamente, cada semana, Miguel abandonó su guitarra porque Pedro se olvidó de él en las urnas. María Eugenia no cumplirá años en abril porque Fran, cansado de ZP confió en el neoliberalismo profético que aseguraba resolver sus problemas. Sara nunca será abogada porque Antonio, recién cumplidos los dieciocho y emocionado por participar en la democracia, se olvidó de su escasa formación política y nula formación histórica que impidió al menos, sembrar su alma en la duda.
La democracia en este país debe ser revisada desde el primer ladrillo en el suelo hasta la última teja. No se puede comprender que el gobierno de los Treinta Tiranos fumen puros y beban champagne mientras les acompaña el calor de la chimenea de sus fastuosas mansiones. No se puede comprender que la justicia haya abandonado el camino de la verdad para que unos señores puedan enriquecerse como consejeros de las grandes corporaciones cuando ya han asesinado a tantos civiles y militares en Madrid como en Oriente Medio. Es inconcebible que la prensa española se haya olvidado de los suyos para calumniar repetidas veces a los que viven fuera e intentan vivir con dignidad. Es innombrable el brutal cinismo que representa la presencia en Sol de una alcaldesa tan culpable como su marido de asesinato. Ciento noventa y dos almas y otras cinco historias carga Madrid a sus espaldas sin poner cara al responsable ni cadenas a su cuerpo.
Mohamed ya no podrá imitar a su ídolo. Mustafa no podrá alimentar a su familia desaparecida tras los bombardeos españoles. Ahmed dejó de escribir poemas por culpa de un imperio sediento en el oro negro. Nadia ya no cuidará de su bebé. Jazmine hace tiempo que no come y Omar ha desaparecido. Un millón de historias inocentes que jamás podrán ser contadas. Un millón de nombres sin cuerpo escritos en tristes papeles. Un millón de personas que jamás podrán imprimir su huella en este mundo. Una tierra devastada y olvidada por la primavera. Un pueblo masacrado por coincidir en el mismo espacio y el mismo tiempo del interés del inmune genocida.
Cada año tenemos que llorar en Atocha. Cada día tenemos que llorar en cada casa desahuciada, en cada suicida, en cada comedor social, en cada oficina del Inem, en cada persona explotada y en cada víctima del terrorismo bancario. Son lágrimas de impotencia de un pueblo que no se puede levantar porque la casta política le oprime, miente y asesina cada día. La realidad se ha transformado y nunca hubo un once de marzo de dos mil cuatro. Nunca hubo una invasión genocida. Nunca hubo personas desahuciadas ni personas paradas. Nunca hubo pobres sino vagos, marginados sino fracasados. Nunca hubo un pueblo antes y después de las urnas. Nunca hubo personas sino votos.
Nueve años después seguimos sin saborear la verdad, sin poder palpar la justicia, sin poder escuchar la libertad y sin llegar a sentir la dignidad.