Que todos tenemos un superpoder y que no podemos elegirlo lo saben hasta el profesor Xavier y Magneto. Si yo hubiera podido escoger sin duda habría preferido volar. O la invisibilidad. O el teletransporte. O el viaje en el tiempo. No, no. Volar. Seguro que volar.
Pero las mutaciones no se eligen, te eligen ellas a ti. A mí me eligió la angustia. Desde bien pequeño soy Capitán Angustias. Si hubiera nacido niña me llamaría María Angustias (Maria Angoixa en catalán, que siempre añade exotismo). El Capitán Angustias, como Batman o Daredevil, prefiere actuar de noche y disimular de día. No ve en la oscuridad, no escala paredes ni tiene sentido arácnido. Eso sí, tampoco requiere de un costoso aparataje ni del desarrollo de nuevos materiales, que alguna ventaja tendría que tener. Basta con apagar la luz.
El primer supervillano que tuve que enfrentar fue Doctor Futuro. Niño impresionable con demasiadas horas de televisión llenas de Jiménez del Oso, Misterios sin Resolver, Nostradamus y el 2000 en un horizonte no muy lejano, desarrollé mis midiclorianos del agobio a un nivel que habría preocupado y maravillado a la vez a cualquier caballero Jedi. Que llegara el 2000 y el universo conocido desapareciera entre estertores me abrumaba tanto o más como que no ocurriera nada y un páramo de incertidumbre, coches voladores y viajes espaciales se extendiera en el nuevo siglo hasta quién sabe cuándo. Los superpoderes conllevan una gran responsabilidad, pero nadie ha dicho que entiendan de paradojas.
Llegó y pasó el año 2000. Adulto como ya era, no niego que Capitán Angustias vs. Doctor Futuro tuviera momentos álgidos ese año en alguna pesadilla y dos o tres sonrisas nerviosas, pero he de reconocer que otros supervillanos habían empezado a protagonizar sus propias secuelas. Quiénes, cómo y por qué lo dejo para cuando pueda entrevistarme con Nolan, Abrams o Favreau. Lo importante es que Doctor Futuro había pasado de ser un enemigo de final de pantalla a un tocapelotas que te recuerda de vez en cuando que el confort no existe.
Doctor Futuro me debió dar un toque de atención más fuerte de lo acostumbrado hace un año por estas fechas. Yo, ahogado en celebraciones familiares (alcohol, vamos), fingí no percibir nada, ni siquiera la vibración del traje del Capitán Angustias (ese cosquilleo en la zona que une peritoneo y perineo). Aún resuenan las carcajadas del hijo de puta y ya está de nuevo ahí, en ese momento anual en que nos empeñamos en distinguir entre antes y después. Me enfundaría el traje del capitán, en serio, lo juro. Haría aquello para lo que estoy más capacitado porque así lo pide el universo o la genética mutante que me ha hecho aquello que soy. Pero es que parece que he encontrado mi kriptonita.
Y es que me da una pereza que flipas.