Algo de esto queda en la adaptación cinematográfica de Scott Derrickson: las primeras dudas del doctor Stephen cuando su cerebro racional se enfrenta a la pura magia, el concepto de universos paralelos o de control del tiempo al que se puede acceder a través de esa misma magia o la divertida escena del auténtico creador, Stan Lee, leyendo a Aldous Huxley, nada menos que Las puertas de la percepción. Pero, aparte de estas pinceladas, Doctor Strange no pasa de ser un ejercicio convencional de cine de superhéroes que depende en exceso de unos efectos especiales muy trabajados, pero nada originales (a la mente de cualquier espectador acudirá la película Origen, de Christopher Nolan), y de una trama un poco confusa cuyo final es más que esperado, a pesar de que la forma de ganar al villano sí que se sale de lo convencional.
El director de la interesantísima El exorcismo de Emily Rose parece haber puesto el piloto automático a la hora de filmar las aventuras del doctor Strange. Tampoco la presencia de grandes actores como Benedict Cumberbatch, al que parece que no le dejan ser todo lo divertido e irónico que quisiera, o Mads Mikkelsen, animan demasiado la función, quizá porque plasmar esas peleas místicas resulta mucho más difícil que sus equivalentes físicas. Doctor Strange es simplemente una obra correcta, pero absolutamente olvidable. Veremos si al menos aporta algo en el futuro al cada más rico universo Marvel cinematográfico. La escena post créditos parece apuntar hacia esa dirección.