Dog Café - Rosa Moncayo Cazorla

Publicado el 14 diciembre 2017 por Rusta @RustaDevoradora

Edición:Expediciones Polares, 2017Páginas:178ISBN:9788494597756Precio:21,50 €
Deseaba volver a lo que era antes, sentir aquella impecable impresión que causaba en mis padres y profesores, no le tenía miedo a nada; hacía las cosas sin queja, era como una especie de soldado genuinamente disciplinada; todo lo que ansiaba en mis sueños lo conseguía, todo era sencillo para mí, no había normas que cumplir para alcanzar aquello que deseaba.Entonces pasaron los años, como si crecer fuera una enfermedad degenerativa; me disipé, mi ego se fue al traste y sucumbí a la relajación de mi disciplina. No podía seguir haciéndome aquello; vuelve a mí, no te vayas de mí. Quería convertirme en la de antes. , vuelve a mí, por favor. La mujer que soy ahora no puede identificarse con la niña que fui.

No es nuevo inspirarse en las vivencias personales en una primera novela. Es más: hasta resulta habitual, aunque algunos lo hagan de forma encubierta. Aun así, en los últimos años se ha producido un auge de la autoficción en la narrativa española, que se aprecia sobre todo (pero no exclusivamente) en los narradores jóvenes. Libros como Solo si te mueves (2013), de Aloma Rodríguez (Zaragoza, 1983), El arlequín sentado (2017), de Tania Panés (Madrid, 1989), o Partir (2016), de Lucía Baskaran (Zarautz, 1988), entre otros. Los más recientes, además, llevan la huella de las consecuencias de la crisis, de la incertidumbre ante el futuro después de una niñez apacible. He aquí otra muestra de ello: Dog Café (2017), el debut de Rosa Moncayo Cazorla (Palma de Mallorca, 1993), una autora que, a diferencia de la mayoría de sus colegas, no viene del mundo de las letras, sino que se graduó en ADE y trabaja como analista de datos en una multinacional madrileña.La narradora, llamada Várez, tiene veinticinco años. Después de una crisis de pareja, de una de esas experiencias que la rompen por dentro, rememora los episodios que han conformado su existencia hasta el momento: la partida de su tierra natal para estudiar en Madrid, con el consiguiente alejamiento de sus padres; la temporada que pasó en Seúl, donde estuvo en contacto con una cultura que la marcó; el aborto. En el presente tiene un empleo que todos consideran «bueno», pero, como suele suceder, ella se siente insatisfecha. Hay un aire de apatía en su vida, de desapego, de dolor contenido. Inseguridad. La novela es, en cierto modo, una exploración de este sentimiento, ligado a la pérdida de la inocencia y el abandono definitivo de la infancia. Toma el título (curioso) de unos locales de Corea del Sur:
Un Dog Café es un local lleno de perros encantadores y perfectamente domesticados que te hacen compañía mientras tomas una consumición, puedes tocarlos y jugar con ellos. Está pensado para los turistas, amantes de los animales y enfermos de soledad. Aquel día yo era las tres cosas a la vez.

En Dog Café se plantean dos grandes temas complementarios. Por un lado, la soledad, una soledad voluntaria aunque no por ello menos complicada de llevar. La protagonista vive lejos de su familia, por lo que, cuando se produce esa ruptura imprevista, se queda especialmente sola, y al mismo tiempo reacia a dejarse ayudar, se encierra en sí misma. La soledad, también, de su amiga coreana. De toda esa sociedad, de hecho; la metáfora del Dog Café como lugar donde la gente solitaria busca el cariño de los animales porque no puede o no quiere recibirlo de los humanos está muy bien encontrada e ilustra un mal característico de nuestra época (el individualismo feroz y la presión social por silenciar el sufrimiento), que conduce a un profundo desencanto. Contrasta con otros libros sobre personajes jóvenes, que recrean ambientes de ocio y diversión, sin tanta autoconciencia. En cambio, sí comparte con otros autores de su generación la naturalidad para abordar cuestiones como la experiencia femenina del amor, el cuerpo y el deseo; una frescura que se agradece.El segundo aspecto destacable se aborda de manera más implícita, aunque, en el fondo, es la raíz del conflicto de la protagonista: el lastre de la inteligencia, de las expectativas creadas en la infancia. Várez se sabe inteligente y padece la herida que esto supone, que su madre define a la perfección: «Eres una máquina de pensar y te pasará factura» (p. 141). Pensar, analizarse, tener una mente rápida, ágil, produce por sí mismo una frustración permanente. Está asimismo el asunto de la educación: desde pequeña «hincharon» a la narradora, familia y profesores elogiaron su capacidad, su talento, le auguraron un futuro prometedor. Ella ha crecido con esa confianza, y se da cuenta del daño que le ha hecho. No porque cumpla o no las expectativas (tiene un buen empleo, al fin y al cabo), sino porque hacerse adulto conlleva un malestar difícil de sobrellevar. Expresa la nostalgia, el añoro de la infancia que no volverá. En este sentido, es una novela sobre el amargo descubrimiento de la primera juventud, la revelación de que los límites confortables de la disciplina infantil no volverán, y que el futuro será siempre un recorrido incierto, inseguro, hostil. Invita a reflexionar acerca de la generación de los niños de los noventa, siempre cuestionada por la sobreprotección y la omnipresencia del mensaje de final feliz de los cuentos de hadas; aquí hay una muestra de la fragilidad a la que puede llevar cuando ese adulto joven se enfrenta a la realidad.

Rosa Moncayo Cazorla

Como ópera prima, tiene destellos y un estilo bastante esmerado que denota vocación literaria, si bien convendría reducir los adverbios acabados en –mente y evitar las reiteraciones, el dar muchas vueltas a un tema, que a la larga se convierte en relleno. ¿Problemas? Lo normal en un debut, cierta falta de definición, de no saber con exactitud hacia dónde va, qué se propone con esta novela. Encadena escenas de diversos periodos, sin trabajar lo suficiente el armazón; está un tanto dispersa, deslavazada. Los personajes secundarios se descuidan, son como esbozos sin entidad propia que acompañan al «yo». La editorial, por otro lado, recalca en la contracubierta su estancia en Seúl, un hilo que en la práctica solo ocupa unos pocos capítulos; esa presentación puede resultar engañosa. En fin, creo que ni la autora sabía muy bien qué quería escribir, algo comprensible: las primeras novelas no tienen que ser perfectas, tan solo deben abrir el camino. Lo importante: se le notan matices interesantes (una voz limpia, una mirada desengañada hacia el mundo que la rodea y hacia sí misma) y tiene potencial para seguir creciendo.Fragmentos en cursiva de las páginas 119 y 156, respectivamente.