DokuFest 2020: Transformación

Publicado el 27 agosto 2020 por Enprimera
Nuestra tercera y última crónica dedicada al Festival Internacional de Documentales y Cortometrajes de Kosovo presenta algunos de las películas destacadas dentro de su programación. Hasta el 25 de agosto unos 90 filmes de 51 países se han podido visionar en  el festival kosovar, que por primera vez se ha celebrado exclusivamente en formato online. El tema principal de esta edición es "TRANMISSION" (EMISIÓN), inspirado por la canción "Transmission" (1979) de la banda Joy Division, como una muestra de que vivimos en una sociedad que se está transformando rápidamente. Los documentales de los que hablamos ahora también muestran la relación entre los seres humanos y cómo esa relación conduce a una transformación. 

Stray (Elizabeth Lo, 2019) ganó el Premio al Mejor Documental Internacional en el Festival Hot Docs 2020. Es una película centrada en la vida de varios perros callejeros en Estambul, concretamente acompañando a tres de ellos: Zeytin, Nazar y Kartal. Al comienzo del documental, se nos informa de que, tras años de persecución de los perros callejeros, las protestas de diversos colectivos consiguió que se prohibieran estas persecuciones, por lo que Turquía es el único país en el mundo en el que está prohibido matar perros de la calle. Estos animales conviven, por tanto, entre las personas que en muchos casos les alimentan o les acompañan. Es una película que tiene un claro referente en Kedi (Gatos de Estambul) (Ceyda Torun, 2016), que en este caso tenía como protagonistas a los gatos callejeros. Y en cierto modo tiene algunos puntos en común. Pero el objetivo de Stray se desvela conforme se va desarrollando el documental como un estudio sobre los humanos, más que específicamente sobre estos perros.
A través de ellos escuchamos conversaciones de fondo, perfectamente captadas por un excelente diseño de sonido, o encontramos a un grupo de jóvenes refugiados sirios que viven también en la calle y que son compañeros ocasionales de los perros. Estamos por tanto ante una película que habla de las relaciones humanas a través de los recorridos de Zeytin, Nazar y Kartal por las calles de Estambul. No es un documental tan poético y dulce como Kedi, pero en cierta manera también está algo suavizado, porque su descripción de la vida callejera es más sutil que, por ejemplo, la que veíamos en Space dogs (Elsa Kremser, Levin Peter, 2019), que también seguía a unos perros callejeros en Moscú, pero cuya supervivencia era mucho más dura y salvaje. El pasado Festival de Berlín vio la primera proyección de Irradiés (Rithy Panh, 2020), la última creación documental de este cineasta camboyano que ha retratado los horrores provocados por los jemeres rojos, que masacraron a toda su familia. Estamos ante una nueva incursión en las terribles consecuencias de la guerra, ahora en una visión más general y con una propuesta visual más ambiciosa. La película se presenta en tres pantallas que conforman una gran panorámica en tres partes (como en el tercer acto de Napoleón (Abel Gance, 1927)). Tres pantallas que muestran a veces la misma imagen y en otras nos presentan un tríptico de imágenes diferentes. Las voces de los actores André Wilms y Rebecca Marder acompañan a las imágenes con reflexiones poéticas que hablan de las consecuencias de las guerras, de cómo los supervivientes son también víctimas que tienen que convivir con las consecuencias físicas y psíquicas. Hay una clara referencia formal a Hiroshima, mon amour (Alain Resnais, 1959) y al cortometraje Noche y niebla (Alain Resnais, 1956), en el que el cineasta francés se centraba en los campos de concentración nazis. 
En Irradiés hay referencias a Dresde, a Hiroshima, a las grandes guerras que provocaron grandes desastres humanos. Es una reflexión interesante, pero en este caso parece que el director deja escapar las imágenes sin una estructura realmente clara. Obviamente es una película que habría que ver en una sala con tres pantallas, porque su efecto es mucho menos absorbente en una sola pantalla dividida en tres partes, se percibe como una experiencia incompleta, porque está planteado más como una instalación audiovisual que como una película en sí. Las imágenes de archivo que vemos, aunque muchas de ellas las hemos visto en otras ocasiones, están dotadas aquí de un efecto más devastador, al mostrarse juntas. Pero esta sensación de que se construye una especie de collage del horror es lo que finalmente resulta poco efectivo y ciertamente repetitivo. Hay, no obstante, algunos momentos en los que vemos creaciones hechas para la película, como esa danza butõ que lleva a cabo el artista Bion, y que es la representación de la posguerra, de la cultura japonesa tras el desastre nuclear. Es en esos momentos en los que apreciamos realmente el sentido de esta propuesta. The viewing booth (Ra'anan Alexandrowicz, 2019) es más un experimento que realmente un documental. Una propuesta interesante para la reflexión y, sobre todo, para la discusión, que forma parte también de la programación de Sheffield Documentary Film Festival. La historia nace de un experimento que el director israelí hizo en una Universidad de Estados Unidos. Él mismo seleccionó cuarenta videos del conflicto palestino-israelí, la mitad distribuidas por B'Tselem, una asociación de Derechos Humanos, y la otra mitad con un claro sesgo pro-israelí. El director invitó a estudiantes a que visionaran individualmente estas imágenes y describieran sus reacciones. Al final, la protagonista es Maia Levy, una joven norteamericana judía que tenía una postura pro-israelí, pero que decidió ver videos de B'Tselem. Con este punto de partida, lo que se establece a continuación es una interesante mirada a cómo el espectador ve determinadas imágenes con prejuicios ya establecidos en su mente, y a un interesante diálogo director-espectador que invitan a la reflexión. 
Maia adopta en todo momento una actitud incrédula ante estos videos. Hay uno, particularmente, que muestra a unos soldados israelíes entrando en la casa de una familia palestina por la noche, y despertando a los niños, aparentemente con una simple intención de asustar y ejercer presión. Maia se hace preguntas sobre por qué el padre graba estas imágenes, por qué los niños no lloran, por qué uno de ellos olvida su nombre... adopta una posición defensiva frente a las imágenes. Como cuando ve a unos jóvenes lanzando piedras y asume que son árabes, pero cuando le informan que son israelíes, entonces es cuando comienza a preguntarse qué les habrán hecho para que reaccionen de esa manera. El director, que ha realizado documentales como The law in this parts (Ra'anan Alexandrowicz, 2011), denunciando las incursiones israelíes en los territorios palestinos, tiene una posición diferente, y parece que su objetivo es cambiar la posición de Maia, sobre todo cuando la invita seis meses después a que vea sus propias reacciones. Lo cual es interesante, pero quizás menos efectivo por el hecho de que las dudas de la espectadora comienzan cuando se establece un diálogo con él, pero no a través de las imágenes en sí. En todo caso, es una propuesta llamativa, que invita a pensar sobre nuestra cultura de la imagen y cómo captamos esas imágenes, sobre las fake news y la construcción de lenguajes audiovisuales propagandísticos. También el tema de la propaganda está presente en Epicentro (Hubert Sauper, 2020), ganador del Premio World Cinema en Sundance 2020. El último documental del director del espléndido La pesadilla de Darwin (Hubert Sauper, 2004) nos traslada a las calles de La Habana, y tiene como protagonistas a dos niños a través de los cuales vemos la situación de Cuba en la actualidad. El director austríaco acompaña a estos jóvenes, a los que llama sus "pequeños profetas", mientras les pregunta sobre la historia de su país, sobre la revolución... y ellos dan respuestas obviamente influidas por un cierto adoctrinamiento. Al mismo tiempo, otros personajes afloran ante la cámara del director, mostrando una realidad difícil, pero al mismo tiempo alegre, un estado de ánimo positivo a pesar de las complejidades de una vida marcada por la pobreza. 
Hubert Sauper habla al principio del documental de Utopía, un lugar soñado pero al mismo tiempo inexistente. Es una representación sutil de un país como Cuba, una especie de territorio que parece primitivo, pero al mismo tiempo está lleno de alegría. El documental también habla de la colonización, la histórica que llevaron a cabo los españoles en Cuba, pero también la presente, a través del turismo y de los medios de comunicación. El cine se propone como un instrumento de colonización, una especie de herramienta que conecta con los espectadores, pero que al mismo tiempo también los adoctrina. Las películas de Chaplin fascinan a los niños mientras las ven, y su nieta, la actriz española Oona Chaplin, aparece ante la cámara como una representación de ese cine antiguo, de ese entretenimiento que también tenía un planteamiento político, como El gran dictador (Charles Chaplin, 1940). Epicentro es un documental que, dentro de su simplicidad, habla de muchos temas de interés, y conforma un retrato certero de las contradicciones y la belleza de Cuba. Desde Chile se presenta El agente topo (Maite Alberdi, 2020), un espléndido trabajo en torno a la vejez que formará parte de la programación del Festival de San Sebastián, dentro de la Sección Perlas, y que también pasó por Sundance 2020. A través de una agencia de detectives que busca a una persona mayor para que se infiltre en una residencia de ancianos con el objetivo de descubrir si se producen malos tratos, el documental comienza como una comedia de espías digna del inspector Clouseau, dada la torpeza de estos ancianos con las últimas tecnologías de grabación o con el uso del móvil. La primera parte del documental, hasta la elección final del topo, es divertida en su sencillez, pero parece que vamos a asistir a una de estas propuestas humorísticas que muestran la realidad desde un punto de humorístico, pero superficial. 
Pero, a partir del momento en que el topo se introduce en la residencia y entabla contacto con las residentes, la mayor parte de ellas mujeres, se va conformando un retrato emocionante en torno a la vejez, a la soledad, a los hijos ingratos... La directora ya exploró la vejez en sus documentales La Once (Maite Alberdi, 2014) y el cortometraje Yo no soy de aquí (Maite Alberdi, 2016), por lo que tiene una mirada especialmente precisa a la hora de captar los momentos más interesantes. El topo, en medio de sus investigaciones, acaba siendo un señor encantador, que se convierte en el confidente especial de las ancianas. Y encontramos personajes magníficos, que al mismo tiempo transmiten soledad y abandono. Es un documental espléndido en su descripción del paso del tiempo que no tiene compasión: "Esta vida es cruel, después de todo", dice la anciana poetisa que al final nos acabará conmoviendo. En Krakow Film Festival pudimos ver el documental Altered states of consciousness (Piotr Stasik, 2020) que trataba de una forma sutil y personal el mundo especial de una grupo de niños autistas. The reason I jump (Jerry Rothwell, 2020), ganador del Premio del Público en Sundance 2020 y seleccionado en Hot Docs 2020, es otra propuesta que trata de hacernos entender la realidad del autismo a través de la adaptación del libro del mismo título que escribió el japonés Naoki Higashida, joven autista que consiguió narrar la conciencia de ser autista en primera persona. "La razón por la que salto" (2007) está considerado como uno de los libros más clarificadores en torno al autismo, y el director utiliza la voz en off para introducir fragmentos a lo largo del documental, mientras presenta a los protagonistas, varios niños autistas en la India, Sierra Leona, Gran Bretaña o Estados Unidos. El libro conduce al director a llevarnos a un viaje emocionante a través de los pensamientos de estos jóvenes, y a entender el autismo en su complejidad. 
The reason I jump es uno de los documentales más inspiradores que se han producido este año. Pocas películas han conseguido capturar de una forma tan sutil y tan precisa la profundidad emocional de estos jóvenes y su mundo, que es el nuestro, aunque parezcan diferentes. En cierto modo es una película de construcción poética, que utiliza en muchas ocasiones los sentidos para introducirnos en la forma de actuar de estos jóvenes. Y, como en Altered states of consciousness, pero de una forma más efectiva, el mensaje principal es que el autismo no proviene de un defecto en la mente, sino de una forma diferente de comunicación y de relación con las personas y los objetos. Tampoco se trata de una dulcificación de la experiencia con niños autistas (uno de los protagonistas es internado en un centro especializado porque tiene constante ataques de frustración violenta, en Sierra Leona vemos cómo se clasifica como actos de brujería a los niños autistas...). Pero es una hermosa representación de un mundo que forma parte de nuestra sociedad.