En días distantes el dolor ante la pérdida de un ser allegado calaba tan profundamente como lo hace hoy en día, sin embargo de aquellos sentimientos de desconcierto y dolor profundo nacieron curiosas tradiciones, como la de intentar encerrar el dolor y la tristeza en pequeños frascos de lágrimas como exponente del amor profesado al difunto.
En la antigua Roma las botellas de lágrimas eran llenadas por los dolientes y colocadas en las tumbas de los fallecidos como símbolo de amor y respeto. Incluso en Egipto proliferó esta tradición, hasta tal punto que era común pagarle a mujeres denominadas "plañideras" para que derramaran sus lágrimas en copas mientras acompañaban la procesión.
Aquellas que llenaran más sus copas, recibían mejor compensación, pues cuanta más angustia y lágrimas producía la partida del difunto, más importante y valorado era considerado.
La tradición de las botellas de lágrimas ha perdurado durante 3000 años y goza de gran popularidad en el Medio Oriente, donde aún se fabrican las pequeñas botellas de cristal destinadas a esta ancestral costumbre.