Gilad Shaar, Neftalí Fraenkel, ambos de 16 años, y Eyal Yifrad, de 19, habían sido capturados mientras hacían autostop por los alrededores del asentamiento de Gush Etzion, que cuenta con controles militares y civiles por parte de Israel, cuando regresaban de clases de unas escuelas talmúdicas. Se conoció inmediatamente el secuestro porque uno de los jóvenes pudo llamar con su móvil a la policía israelí. Desde ese instante se puso en marcha un despliegue militar que peinó la zona, bloqueó las entradas y salidas de Hebrón e impuso prácticamente un estado de queda, que incluyó medidas represivas, arrestos y registros, hasta conseguir dar con los cadáveres de los desafortunados chavales y, de paso, asestar un golpe de fuerza que debilitase a Hamás, una organización que mantiene su presencia en Cisjordania, especialmente en las inmediaciones de Hebrón, y controla toda la franja de Gaza.
No hay que apoyarse en leyendas bíblicas para justificar el origen de este enfrentamiento entre árabes e israelíes, pues así podríamos remontarnos a los tiempos de los Cananeos, hace miles de años, hasta llegar al Imperio Otomano y, más recientemente, a la 2ª Guerra Mundial y el Holocausto de Hitler. Los hechos de la Historia, con o sin intervención divina, determinan la constitución del Estado de Israel, en 1947, dividiendo Palestina en dos Estados, según resolución de la ONU. Aquellos acuerdos que consagraban una tierra para el pueblo judío en medio de un espacio hostil ocupado por árabes, es la fuente desde entonces de guerras, terrorismo, actos de fuerza y violencia, entre ambos contendientes. A ello se unen influencias religiosas, fanatismos dogmáticos e intereses geoestratégicos que acaban configurando un contexto en que dos grupos étnicos pugnan por expulsarse el otro al otro y en negarse mutuamente el derecho a coexistir cada cual dentro de sus fronteras.
Ni todos los palestinos son terroristas ni todos los israelíes son sionistas fanáticos dispuestos el uno al otro a aniquilarse entre si. Aprovechar esta desgraciada provocación del secuestro y asesinato de los tres jóvenes judíos para retomar los enfrentamientos militares o declarar una nueva Intifada, sólo beneficiaría a los “halcones” sanguinarios de ambos bandos, no a los ciudadanos que son tomados como rehenes cada vez que se opta por las hostilidades. Por ello, más que bombardear para demostrar venganza y aplicar la ley del Talión, lo sensato sería emprender negociaciones sinceras para la búsqueda de acuerdos, basados en el mutuo respeto y aceptación. Se desmontaría así la estrategia de los que prefieren la violencia para mover fichas de dominó en una región donde tantas partidas confluyen, sin que tengan en cuenta realmente los intereses de los pueblos israelí y palestino. Ya hay muchos focos de tensión en Oriente Próximo como para volver a encender la mecha de este inacabable conflicto.