1 de mayo. Muchos ya ni se acuerdan qué se celebra hoy, Día Internacional del Trabajo. Están previstas unas 80 manifestaciones por todo el país. Los días internacionales (los hay de cualquier materia imaginable) se crean para reivindicar lo olvidado, que muchas veces es lo obvio, traspapelado por rutinario. Y hoy hace más falta que nunca, cuando la rutina de más de una quinta parte de la población consiste en no tener rutina ni obligaciones que no sean las autoimpuestas, ni más futuro que a unas cuantas horas vista, ni más esperanzas que las migajas que dejan el FMI y el Banco Mundial.
Hoy habrá mucha ira contenida desde la cabecera hasta la cola de cada manifestación, una serpiente moteada de rojo, la madre de otras más pequeñas que nacen cada día a las puertas del Inem, más grises y silenciosas, vestidas como de estar por casa y salir a la calle a buscar algo que se ha olvidado. Pero esa ira individual, que hoy se hace colectiva, no va a ser suficiente ni va a tener continuidad en el tiempo ni en el espacio. Demasiado delimitados los tiempos y el trayecto, sin respiro para la imaginación ni la espontaneidad. Cuando llega al final, a la plaza o a la ventanilla de turno, a disolverse tocan y a deshacer el camino hasta casa. Y para cenar, amargura, que mañana será otro día.