Domingo de Resurrección, al amanecer

Publicado el 08 abril 2012 por Ion
Está todo tranquilo en el claro de luna
los guardias judíos se turnan en grupos de siete
fieramente vigilan al muerto contra sí mismo
en el interior del sepulcro bajo la mortaja
el cuerpo de Jesús yace rodeado por su propia luz
a la cabeza y a los pies hay dos ángeles en adoración
el alma de Jesús que viene de los avernos
acompañada por las almas de los patriarcas y profetas
atraviesa la roca del sepulcro
y les enseña las heridas de su cuerpo muerto
cada herida se deja ver hasta el fondo de su propio abismo
los santos de Israel observan con amoroso espanto
se diría que elevan gritos inmateriales
ahora Jesús toma su torturado cuerpo
y sin moverlo de su sitio lo lleva a la cumbre de los altos
   /cielos
lo presenta a los amorosos ojos del Padre
se diría que el propio Padre está conmovido
al tomas en sus brazos es hostia ardiente que viene del
                                                                                          /mundo
ese dolor excesivo que es su Hijo consubstancial
se diría que dice no era necesario tanto
ahora el cuerpo muerto reposa sobre el sepulcro
antes de resucitar debe ser sometido a un tratamiento que
                                                                                    /bordea la gloria
los ángeles restituyen la sagrada materia
que la pasión dispersó por los elementos del mundo
por los látigos los puños los harapos
el madero el velo de la Verónica a los cuatro vientos
esa materia debe quedar dispersa para el bien del mundo
debe ser difundida por los siete vientos
y al mismo tiempo serle restituida a su glorioso dueño
el mundo es ya una reliquia pero el cuerpo debe estar íntegro
porque dentro de unos segundos ese cuerpo
                                                                     oh Dios
cuatro segundos
                            tres
                                   oh Dios ese cuerpo oh
dos
       uno
              ese cuerpo oh Dios
                                                 ya
resucitó.
(José M. Ibáñez Langlois, Libro de la Pasión, IX, 1)