A MODO DE INTRODUCCIÓNEn nuestra anterior entrada, hacíamos un recorrido por la costa de Vigo de la mano del escritor gallego Domingo Villar a partir de su segunda novela publicada ("La isla de los náufragos")Hoy seguimos paseando por la zona gracias al primer título de la serie narrativa protagonizada por el comisario Leo Caldas.La edición seguida es: DEBOLSILLO, 5ª edición, octubre de 2010.
BREVE SINOPSISEntre el aroma del mar y de los pinos gallegos, en una torre residencial junto a la playa, un joven saxofonista de ojos claros, Luis Reigosa, ha aparecido asesinado con una crueldad que apunta a un crimen pasional. Sin embargo, el músico muerto no mantiene una relación estable y la casa, limpia de huellas, no muestra más que partituras ordenadas en los estantes y saxofones colgados en las paredes. Leo Caldas, un solitario y melancólico inspector de policía que compagina su trabajo en comisaría con un consultorio radiofónico, se hará cargo de una investigación que le llevará de la bruma del anochecer al humo de las tabernas y los clubes de jazz. A su lado está el ayudante Rafael Estévez, un aragonés demasiado impetuoso para una Galicia irónica y ambigua, e incluso demasiado impetuoso para el propio Leo, que busca entre sorbos de vino los fantasmas ocultos en los demás mientras intenta sobrevivir a los suyos. Gracias a la labor de este singular tándem Caldas-Estévez la verdad termina por aflorar, llevándonos a desentrañar el secreto que esconden los Ojos de agua.
Pág. 11Escucharon el bramido del viento cuando bajaron abrazados a la habitación. Desde el salón, Billie Holiday les regalaba The man I love.
Pág. 21
Tras varias jornadas de lluvia, la tarde benévola había llenado de gente la playa de Samil, y por su paseo de piedra volvían a cruzarse perros, chándales y bicicletas.Pág. 31
La habitación de Reigosa era grande, limpia, llena de luz rojiza como el resto de la casa. Sobre el cabecero, en la pared, colgaba una lámina enmarcada, una reproducción del cuadro de Hopper Habitación de hotel. Caldas recordaba la pintura original. La había visto con Alba en el Museo Thyssen de Madrid. Le había deslumbrado la soledad de la mujer sentada en la cama, su belleza serena y su gesto triste. Ante la lámina, Caldas recuperó la sensación de que el pintor había profanado su intimidad al sorprenderla vestida con aquel camisón rosa y la maleta a medio deshacer.Págs. 80 y 81
Pese a no haber vuelto desde niño, Leo Caldas recordaba nítidamente los árboles plantados en la orilla de la playa de Lapamán. Recordaba la arena ligera, más blanca de lo habitual, y las dornas varadas en la playa. (…)(…) – Menuda playa, inspector. Y vasi para nosotros solos. Esto es el paraíso – dijo Estévez, mirando en torno-. ¿Siempre está así?-Bueno… En verano hay más gente, pero nunca es una invasión-El conciertoterminó con una dedicatoria de iria a Luis Reigosa: Angel Eyes.Caldas no había olvidado el color de agua de las pupilas del muerto y pensó que Ojos de ángel era un título acertado para aquel tributo. And why my angel eyes ain’t here / Oh, where is my angel eyes.
Pág. 104
El Castro era el monte desde el que Vigo descendía hacia la mar. En la cumbre había un castillo y un parque con un mirador. La panorámica de la ciudad con su ría era visita obligada para los turistas, a los que los guías contaban leyendas de combates navales y tesoros hundidos. El monte debía su nombre a un importante yacimiento arqueológico descubierto en él años atrás. En el siglo I a. C. , los celtas habían levantado un castro aprovechando que el escarpado y fragoso desnivel no hacía necesario alzar una fortificación alrededor del poblado.