El anuncio del Evangelio es un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia y una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial, que no se queda en los caminos trillados, sino que sale también a los “suburbios”, para llegar a aquellos que aún no han conocido a Cristo. El Concilio Vaticano II subrayó de manera especial que la tarea misionera es un compromiso de todo bautizado y de todas las comunidades cristianas. No es un aspecto secundario de la vida cristiana, sino algo esencial. No significa violentar la libertad de los destinatarios de nuestro anuncio, si lo hacemos con respeto, sin obsesiones proselitistas, pero sí con entusiasmo y convicción. A veces vemos, nos dice el Papa, que son la violencia, la mentira, el error lo que se nos ofrece y propone. Nosotros, por el contrario, anunciamos al que es el Camino, la Verdad y la Vida del mundo, el manantial de esperanza que no defrauda. Y hemos de hacerlo siempre en comunión estrecha con la Iglesia que nos envía a evangelizar. Esto da fuerza a la misión y hace sentir a cada misionero o evangelizador que nunca está solo, que forma parte de un solo Cuerpo animado por el Espíritu Santo.
Es un hecho que a una gran parte de la humanidad todavía no le ha llegado la buena noticia de Jesucristo. Por otra parte, vivimos en una época de crisis que afecta a muchas áreas de la vida, no sólo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino también al sentido de la vida y los valores fundamentales que le dan consistencia. En esta situación, en la que el horizonte está cubierto por tantas incertidumbres, es más urgente que nunca el anuncio del Evangelio de Cristo, que es promesa de esperanza, reconciliación, comunión, anuncio de la cercanía de Dios, de su misericordia y de su salvación. La Iglesia no es una organización asistencial como tantas otras, una empresa o una ONG. Es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría. El hombre de hoy necesita ser iluminado por la fe, que hermosea la vida, la llena de esperanza y plenitud.
Termino rogando a los sacerdotes, catequistas y profesores de Religión que se impliquen a fondo en la campaña del DOMUND, programando también actos de oración por los misioneros, pues la oración de todos, y muy especialmente de los enfermos, los niños y los contemplativos, es el alma de la misión. Les pido también que hagan con todo esmero la colecta. Agradezco a los miembros de la Delegación Diocesana su entusiasmo y generosidad en el servicio a la misión. Que el Señor premie sus esfuerzos.
Para todos, y muy especialmente para nuestros misioneros y misioneras diocesanos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo PelegrinaArzobispo de Sevilla