Ayer asistimos a un extraño Don Carlo en Les Arts, pero no por cuestiones dramáticas o musicales, si no, como todo el mundo sabe a estas alturas, por motivos políticos. No explica muy bien la consellería de educación qué piensa hacer con este continente destinado a la ópera; abrirlo ¿en canal? a otras actividades culturales, dicen. Mientras tanto el intendente se nos ha pirado y recibió un espontáneo y cerrado aplauso del público al inicio de la representación, de la misma manera que, tras el intermedio, el conseller Vicent Marzà, recibió las protestas del público (que ya le habrán llegado, sin duda) ante la cobardía de no asistir al estreno de la temporada para dar la cara, como hacen los valientes.
Parece que a partir de ahora, y gracias a este Don Carlo en Les Arts voy a cogerle el gusto por esta ópera que, entre tanto galimatías de versiones, y algunos números de extraordinaria factura pero carentes de la auténtica inspiración verdiana a la que estoy tan mal acostumbrado, no me terminaba de llegar.
La producción de este Don Carlos, si utilizamos el nombre original de la ópera en francés, provenía de la Deutsche Oper de Berlín y para mí ha sido un total acierto. Marco Arturo Marelli firma tanto la dirección de escena como la escenografía y la iluminación, algunos dirán que es demasiado austera, que no hay prácticamente utilería, y es verdad, pero eso no es nunca un problema si sabes manejar las cartas. Dentro de su sencillez, esas cruces formadas por volúmenes móviles que se van desplazando por el escenario según las necesidades, creando espacios sugestivos, tienen poco de sencillo, al menos para el que esto escribe. Tan complicado era mover toda esa escenografía que, con muy buen criterio, salieron a saludar los operarios que se encargaron de hacerlo. Toda la dramaturgía de la obra quedó perfectamente expuesta, resultando espectacular y sin dejar decaer la tensión en ningún momento en las diferentes escenas que rodean el auto de fe; más discutible, por innecesario, puede que sea el tema de la censura y quema de libros o la alteración del final respecto al final original de Verdi.
Y antes de pasar a hablar de los cantantes, como hago habitualmente, voy a invertir el orden porque ayer la Orquesta de la Comunitat Valenciana sacó el tarro de las esencias y ofreció sutilezas y sonidos que hacía tiempo que habían quedado ocultos, o emborronados (dicho esto dentro del nivel de calidad al que nos tiene acostumbrados). Seguramente gran parte del mérito hay que atribuírselo a Ramón Tebar, al que lo encontré muy seguro e implicado en llevar a buen puerto la óperat. La memoria juega malas pasadas pero yo me atrevería a decir que el Don Carlos de Maazel no estuvo mejor en cuanto a dirección musical, quizás sólo en el Auto de fe la lectura de Maazel la recuerdo como insuperable.
Complicada es la actuación del coro en esta grand opéra y el Cor de la Generalitat no defraudó, junto con la orquesta es un patrimonio del teatro que no debemos descuidar. Conseller Marzà, ¡no me sea miope!, por favor se lo pido, no dinamite la única actividad cultural de Valencia de auténtica relevancia internacional.
El equipo de cantantes fue desigual y no todos rindieron al 100% en todo momento, en este sentido el único que realizó una interpretación homogénea en cuanto a su calidad fue Felipe II, Alexánder Vinogradov, una voz de auténtico bajo con un timbre muy hermoso al que, salvo un pequeño e insignificante desliz en su aria, pocos peros se le pueden poner, ya nos gustó mucho el año pasado como Procida en I vespri siciliani, el siguiente bajo en importancia es el Gran Inquisidor, que fue interpretado con solvencia por Marco Spotti, al igual que el fraile interpretado por el burgalés Rubén Amoretti, un caso sorprendente de tenor lírico mutado a bajo a los 10 años de carrera por excesiva producción de hormona del crecimiento.
El tenor Plácido Domingo, por lo que significa en la historia del canto de las últimas décadas, era la gran estrella y el reclamo de la producción, ya es más que evidente su fatiga vocal, ahora hay que añadir sus limitaciones físicas en escena, más todavía representando el papel, no de padre, sino de amigo del protagonista, un joven revolucionario. Realmente no es creíble y en lo vocal no da la talla (esos dúos tenor contra tenor carecen del necesario contraste); sin embargo, como lobo viejo que es, confieso que me sedujo en la escena de su muerte, resuelta con mucha entrega y estilo de canto verdiano.
Estilo de canto es lo que le falta a Andrea Carè, pero en conjunto me pareció un buen Don Carlos tal y como tenemos el panorama tenoril actual. El timbre es bonito y está bien proyectado. María José Siri, como Domingo, estuvo reservándose durante toda la representación y cuando yo ya no daba un duro por ella nos ofreció un Tu che la vanità extraordinariamente bien cantado e interpretado, con una messa di voce para quitar el hipo, yo no daba crédito. Violeta Urmana, que, tras iniciar su carrera en el repertorio de mezzo, cambió a soprano, vuelve con Éboli a ser mezzo. Es una cantante que otras veces interpretó Elisabetta, un caso parecido, salvando muchísimas distancias, al de Domingo, que ha interpretado tanto Don Carlos como Posa, Urmana no es ya lo ha sido otras veces en Les Arts, extraordinarias fueron su Kundry, su Ifigenia y su Medea; ayer, como Éboli, la voz resultaba muy rígida, sobre todo en el extremo agudo, pero en conjunto, gracias a su actuación y presencia escénica, resultó convincente. También cumplieron bien su cometido Karen Gardeazabal en el breve papel de Tebaldo, Olga Zharikova como una voz del cielo y Matheus Pompe como conde Lerma y heraldo.
Un buen inicio de temporada que espero que se pueda repetir en los próximos años si el equipo de cultura de la Generalitat puede conectarse los cables en los lugares correctos porque parece que los tienen más que cruzados.