El jubilado don Casimiro Méndez es el manifestante más solidario que pueda desear cualquier convocante de una protesta pública: como los partidos políticos, y absolutamente convencido, defiende una causa y su contraria.
Don Casimiro escudriña los periódicos y visita las sedes de los sindicatos para localizar las manifestaciones del día. Se multiplica para acudir a las máximas posibles, aunque nunca logra llegar a todas.
Ahora está en Sevilla con los que rechazan la reducción de ayudas de la UE a sus cultivos algodoneros. Impide con ellos la circulación de los AVE, lo que hace también con los mineros que exigen la reapertura de la explotación de Aznalcollar, cerrada tras el peor vertido contaminante de la historia del país.
Tras ese desastre, ocurrido en abril de 1988, don Casimiro desfiló con los ecologistas hasta que consiguieron cerrar la mina, acusada de asesinar permanentemente la fauna y flora andaluzas.
Otras veces se manifiesta contra el capitalismo de la UE, que impone aranceles a la agricultura del tercer mundo y prima las cosechas europeas. Grita entonces contra los algodoneros, porque dos de cada tres euros que cobran son subvencionados. Y así, el tercer mundo, cargado de aranceles y con tanta competencia desleal, no sale de la miseria.
Don Casimiro apoya todas las causas y sus contrarias. No por incongruencia: como para los partidos políticos, las ideas no deben ser firmes, sino adaptables al interés del momento.
Don Casimiro y un número elevadísimo de jubilados se unen unas horas a las causas de las derechas y otras a las de sus contrarios, los liberados sindicales. Hay también jubilados que pasean a sus nietos o que, según los humoristas gráficos, dirigen los trabajos de los obreros municipales tras las vallas de las obras.