El 18 de septiembre de 1931 el Ejército japonés creó un incidente en el ferrocarril manchuriano, que le sirvió como excusa para iniciar una intervención en China. Normalmente lo que sucediera en Asia a los políticos españoles les traía al fresco, pero una mezcla de consideraciones de política interior, egos y quijotismo, hizo que por unas pocas semanas España adquiriera algo de protagonismo en el tema de Manchuria. Y ello gracias a Salvador de Madariaga, alias Don Quijote de la Manchuria.
Para septiembre de 1931 la II República sólo tenía cinco meses de vida y aún perduraban el idealismo y el buen rollito que la vieran nacer, aunque ya habían ardido algunas iglesias y los más perspicaces empezaban a tener sus dudas. El nuevo régimen decidió construir una política exterior a base de buenismo e idealismo, dos elementos muy valorados en los Mundos de Yupi y en Planeta-Gominola, pero algo menos en las relaciones internacionales. La II República deseaba definirse como un país neutral, que renunciaba a la guerra como herramienta política y que otorgaba una gran importancia a la Sociedad de Naciones, como foro que debería permitir un mundo sin guerras.
Quiso la casualidad que justo en septiembre de 1931 le tocase a España asumir la presidencia rotatoria del Consejo de la Sociedad de Naciones. El representante español era a la sazón Alejandro Lerroux, el Primer Ministro y Ministro de Asuntos Exteriores de la República, pero allí quien cortaba el bacalao era Salvador de Madariaga. Madariaga había sido funcionario de la Sociedad de Naciones y sabía cómo moverse en ella. Lerroux tuvo el buen tino de encargarle la organización de la delegación española.
Cuando estalló la crisis de Manchuria, Lerroux hizo lo que se espera de una potencia medianeja sin mucha relevancia y sin intereses en la zona: aplicó el reglamento de la Sociedad a rajatabla, mirando de reojo si los grandes (en este caso Reino Unido y Francia sobre todo) aprobaban su gestión. El 22 de septiembre, una vez celebradas las pertinentes consultas y con la autorización de los miembros del Consejo, Lerroux envió a los Gobiernos de China y Japón un telegrama por el que les pedía que se abstuvieran de cualquier acto susceptible de agravar la situación, que mantuvieran contactos y que retiraran las tropas del territorio en litigio. Si lo comparamos con las Naciones Unidas actuales, llama la atención la celeridad con la que la Sociedad de Naciones reaccionó: cuatro días después del incidente ya lo había debatido y había formulado una recomendación las partes. En cuanto a la eficacia que tuvo… ahí sí que la Sociedad de Naciones se parece a las Naciones Unidas.
Durante un par de semanas pareció que el telegrama surtiría efecto y que Japón retiraría las tropas. Sin embargo, para mediados de octubre resultó evidente que Japón no sólo no se estaba retirando, sino que estaba incrementando su presencia en Manchuria.
El 24 de octubre tuvo lugar una sesión del Consejo para hacer eso que ocurre tantas veces en los organismos internacionales: pedirle al malo que se comporte y respete las normas, que si nos vamos a… a… a sentir muy frustrados. En esa sesión intervino Madariaga con un coraje poco habitual en las potencias medianejas, que le valdría a la postre el apodo de “Don Quijote de la Manchuria”. Madariaga señaló en su discurso que lo que estaba en juego era mucho más que un conflicto localizado entre Japón y China a propósito de Manchuria. Lo que estaba en juego era la propia Sociedad de Naciones y su papel de garante de la paz mundial. Rechazó las afirmaciones japonesas sobre la necesidad de que sus tropas se mantuvieran en Manchuria en aras de la seguridad de sus ciudadanos y sus bienes y también rechazó su propuesta de que las partes entablaran negociaciones bilaterales antes de proceder a la retirada de las tropas. Una de las cosas que chocó más del discurso combativo de Madariaga fue que hablase de “invasión” y no de “presencia” japonesa en Manchuria. Y es que en la política internacional fastidia mucho cuando alguien llama al pan, pan y al vino, vino. Hoy sabemos que Madariaga tenía más razón que un santo y que el fracaso de la Sociedad de Naciones en reaccionar con firmeza en Manchuria fue el primer paso en su marcha hacia la irrelevancia.
La sesión concluyó votando por 13 votos contra uno que Japón debía retirarse de Manchuria. Ahora bien, al no haber habido unanimidad, no resultó legalmente vinculante. Por cierto que el país que votó en contra de la retirada japonesa de Manchuria fue… Japón. ¡Qué inesperado!
Madariaga se reveló en este episodio como un hombre de convicciones y tuvo la suerte de que se encontró en una coyuntura en la que gozó de un margen de acción poco habitual. Lerroux era bastante inepto en cuestiones de política exterior, bueno, y también en casi todas las demás. Además estaba más interesado por la política interior que por la exterior. Por otra parte, Madariaga tenía la suerte de estar en sintonía con el Presidente del Gobierno Manuel Azaña, en lo que se refiere a la Sociedad de Naciones. Y ya para rematar, su conocimiento de cómo funcionaba la Sociedad y sus dotes intelectuales eran muy valoradas por sus jefes, aunque a la postre acabasen considerando que se había pasado varios pueblos y había ido un pelín por libre.