Estoy completamente seguro de que, antes o después, el médico y sacerdote John Lee Tae-Seok, el protagonista de ‘Don´t cry for me, Sudan’ (el documental que ocupa este artículo), tendrá su propio biopic. Y es que su vida (y sobre todo sus últimos años) es todo un ejemplo para el resto de personas de países más o menos desarrollados, que nos concentramos en dar solución a problemas menores y pensamos que el sol sólo existe para iluminar nuestros ombligos.
El mensaje, a pesar de la mala noticia que está presente durante todo el documental (la muerte del padre Lee Tae-Seok), es positivamente universal. Y es que, por negativa que sea nuestra situación, siempre podemos ayudar a otras personas; ya sea en nuestro entorno más cercano o a miles de kilómetros. La cooperación entre culturas muy distintas es posible, y no sólo es así, sino que la hermandad que se puede generar hace que seamos capaces de conseguir metas que no alcanzaríamos sin ese apoyo externo. Digo que es universal porque la historia ha demostrado que hay personas así en cualquier rincón del mundo; la pena es que el número de humanos de esta condición en relación al total, es muy escaso.
En esta ocasión, más que valorar los aspectos técnicos, haré una breve referencia, pues es evidente que lo que prima en este trabajo es el reflejo de la figura de una persona que se ha volcado para que un pueblo (Tonj, en Sudán del Sur) pueda mejorar su calidad de vida.
La mezcla de imágenes de grabaciones con el propio Lee Tae-Seok antes de su muerte, fotografías e incluso un viaje posterior que se plantea el equipo de producción a Tonj (con su correspondiente variedad de formatos), dotan de una gran veracidad al conjunto, que, aunque no posea un especial tratamiento en cuanto al planteamiento del guión o de asuntos más técnicos, logra convencer por su contenido, que impresiona desde el comienzo de la historia hasta su final.
En cuanto a lo musical, el empleo de composiciones propias de Lee Tae-Seok parece un acierto, ya que ayuda a transmitir la cantidad y variedad de registros que esta persona tenía a la hora de contribuir al desarrollo de la pequeña aldea africana.
Desde el inicio se muestra que su protagonista ya ha fallecido, ahondando luego en todo lo que ha supuesto su existencia para el pueblo de Tonj.
Conocer las raíces de Lee Tae-Seok no hace más que imprimir aún más valor en las decisiones que ha ido tomando a lo largo de su vida; una persona de escasos recursos en su país que logra una posición de prestigio (carrera de medicina) y, en vez de dedicarse a enriquecerse y hacer que su familia pase a una posición más acomodada, al nombrarse sacerdote decide trasladarse a uno de los pueblos con mayores necesidades del mundo.
Allí ejerce como médico, como sacerdote y como profesor, además de realizar con sus propias manos las obras de un hospital y un colegio. La creación de una banda infantil que toca diferentes instrumentos no es más que una consecuencia de la mezcla de sus dos pasiones: la ayuda a los más necesitados y la música.
Además de lo que ha llevado a cabo, conocemos a la gente con la que ha tratado en su estancia allí, y vemos cómo afecta la pérdida de esta persona a todo un pueblo, sobre todo a dos grupos de personas a los que se vinculó de manera especial: los niños y las personas con el mal de Hansen (Lepra).
Aunque en ciertos momentos trata de buscar la emoción del espectador de manera intencionada, la línea general es un poco más honesta y va contando, poco a poco, las distintas actividades que realizaba el protagonista para que la vida en ese remoto lugar de África fuera un poco menos difícil.
Claramente se ve que es un documental para ensalzar la figura del médico protagonista, y en ningún momento se muestra alguna debilidad; es un tema que a mí, personalmente, no me gusta, pues pienso que la idealización de las personas no es positiva, y que si somos conscientes de que esas personalidades que idealizamos son seres humanos como nosotros, sería más productivo para la sociedad. Y es que muchas veces nos escudamos en que ellos son diferentes, son especiales y que nosotros no podríamos llevar a cabo cierto tipo de labor porque no somos “de otro planeta”. Este es el único “pero” que le pongo al contenido de este documental, aunque sigo pensando que es necesario que se extienda y transmita los valores del brillante misionero surcoreano.
Este documental tiene una doble labor: informativa (tanto de la existencia y vida de Lee Tae-Seok como de la situación de ese rincón de Sudán del Sur) y de concienciación (hará que nos replanteemos muchas cosas de nuestras propias vidas), por lo que es interesante que sea visto por el mayor número de personas.