Qué manía la mía (o la tuya, o la nuestra) de comerme la cabeza por cada error que cometo.
Tú, (o yo) sola te mortificas y te amargas sin necesidad, pensando en aquella metedura de pata, en aquella frase dicha en un mal momento o en aquella cosa que no entendiste bien y que ahora te perturba porque, de alguna forma, crees que los demás lo recordarán.
Sientes como que en sus mentes siempre te tendrán como el o la que dijo/hizo aquella cafrada, aquella tontería que para ti es casi imperdonable porque tienes la convicción de que gracias a ella has quedado en ridículo.
¡DIOS, PERO CÓMO LA HE CAGADO!
Sí, mujer, sí, la has cagado. Puede que mucho, puede que poco, puede que más o menos de lo que imaginas. Y, sí, también los demás la habrán notado, o no. Y puede que te hayan juzgado para bien o para mal, o para ninguna de las dos.
El caso es que, la mayoría de las veces, eres tú, soy yo, el que tiene la peor opinión de sí mismo. Nadie como tú para recordarte lo mal que has hecho algo, ningún enemigo tan convincente como ese que te llena la cabeza con su vocecilla criticona y odiosa.
No le hagas mucho caso. De verdad. Esa voz procede de un ser extremadamente exagerado y alarmista, y sobre todo egocéntrico. Se cree que sus errores son los peores que se pueden cometer, y tiene la tendencia a creer que los demás, que no tienen nada mejor que hacer, pensarán en ese fallo tuyo cada vez que te miren o te hablen, y que nunca te perdonarán.
Despreocúpate, y sigue adelante. Don't overthink, o lo que es lo mismo, no te rayes la cabeza. A nadie le interesan tanto las veces que la has fastidiado como para recordarlo de por vida. Así que a ti, por la cuenta que te trae, tampoco. Sé feliz, idiota.