Rajoy posee la imperturbabilidad del capitán de barco que siente la responsabilidad insobornable de permanecer impávido y espartano ante las contingencias que azotan la nave. Siente el deber de no ceder al desconcierto y anima a la tropa con su hieratismo, a la espera de que el personal lo interprete como serenidad y firmeza. A su favor, una mayoría absoluta, como absoluta es la mano del Rey Sol, que va donde quiere y dicta sentencia en quien su voluntad planea. Vamos, que hace lo que quiere porque puede.Esta mañana lo he visto de esta guisa, vestido lookCorte Inglés, casual elegante, en colores claros, blanco transparencia, ocre tranquilidad, en su Air Force One cañí, platicando con su gabinete como quien queda con los amigos a tomar unas cañas. Así es Rajoy, un estoico incorregible, cuyo rostro no mutaría su rictus aunque la Troika le destronara el escaño. Ante todo, no alterarse. España va bien. Como decía Kipling, "la victoria y el fracaso son dos impostores, y hay que recibirlos con idéntica serenidad y con saludable punto de desdén."No es extraño que si terminara pronto esta depresión económica, Rajoy espetara ante la Cámara, al mejor estilo Zapatero: tampoco ha sido para tanto, una ventisca de nada. Los machos gallegos son así, rudos y pachones. Por qué ver gigantes donde solo hay molinos. La gente tiene muy poco aguante; viene una crisis pasajera y se acojonan como nenazas. Les quitas unos euros de la nómina y se ponen a llorar. ¡A trabajar, y menos manifestaciones! Esto con el tío Paco no pasaba. Rajoy nunca reconocerá errores de fondo en su política económica. Él se percibe a sí mismo como un técnico diligente y audaz, un corredor de fondo, paciente y taimado, sordo al ruido mediático. Así se percibe y así percibe España. Para Rajoy, el ciudadano español debiera ser un soldado disciplinado, trabajador y confiado en la santa providencia. Quienes se manifiestan en las calles solo generan ruido y desconfianza. Rajoy posee la convicción de que solo se beneficia a la economía española a través de una actitud dócil ante las circunstancias y una confianza ciega hacia el Ejecutivo. El ciudadano debe pasar por esta crisis como quien cree atravesar una tormenta momentánea. Si nos alteramos, solo conseguiremos desorientarnos y perdernos en medio del desierto. Sin embargo, si permanecemos firmes ante la adversidad, mirando al frente, más tarde, más temprano, todo pasará y nos reiremos del pasado.Por esta razón, Rajoy detesta la vindicación ruidosa de los sindicatos o la jerga dialéctica de la izquierda. Los interpreta como meros alborotadores, agentes disruptivos y antipatriotas. Rajoy, cuando piensa en la sociedad civil, imagina a ciudadanos trabajadores y silentes, que delegan en el gobierno su fe en el futuro. No reconoce el derecho de la ciudadanía a la réplica y la disensión. Todo acto de autoafirmación de la soberanía popular, más allá del derecho al voto, es observada a los ojos de los conservadores como una especie de maniobra malévola de la izquierda, o una expresión nihilista de vandalismo estéril.La ciudadanía debe confiar en el gobierno, ceder durante cuatro años su crédito y sus esperanzas, dejando entre paréntesis cualquier sospecha. Recuerden, España va bien. Repitan conmigo: Es-pa-ña-va-bi-en. Estupendo, nos vamos entendiendo.Ramón Besonías Román