Uno de los signos más alarmantes del paso del tiempo (de mi tiempo) es que los amigos comenzamos a llamarnos para preguntar por nuestra salud. Y ya no es broma: no se trata de esa gastroenteritis que fingiste para ausentarte del trabajo, ni la resaca de un finde alocado. Ahora son asuntos lo bastante serios como para cruzar los dedos mientras preguntas al otro lado del teléfono. No mola.
Como una invasión silenciosa, durante el último año han ido apareciendo en mi entorno problemas de salud de diversa índole. Y uno no puede sino intuir que la enfermedad, los médicos, los hospitales están aquí para quedarse. Es lógico si pensamos que en unas cuantas décadas hemos duplicado la esperanza de vida. Un hombre de mi edad hace quinientos años se encontraría recogiendo, mientras yo siento que tengo aún todo por hacer. Nos encontramos con una vida extra, como en los videojuegos.
“He mirado al futuro y da miedo”. Interrogado por la vejez, era el sensacionalista titular que regalaba Martin Amis durante su última visita promocional. Pero bastante trabajo me ha costado expulsar al miedo de mi vida como para volver a abrirle la puerta. Que la vida iba en serio ya nos lo dejó claro Gil de Biedma que haya que vivir asustado es algo muy otro.
Recuerdo esta noche a Joey y por extensión a los Ramones. Su imagen en concierto era la quintaesencia de la juventud: excesivos, actitud chulesca, y energía a raudales. Crecí creyendo que si la vida no era así mejor morirse. De los cuatros miembros originales de los Ramones Joey, Jhony y Dee Dee sufrieron una muerte prematura. Son lentejas: o aceptas que la juventud es una quimera inventada por los publicistas o te mueres. Cuando ya estaba diagnosticado de linfoma, Joey grabó un disco en solitario a modo de testamento. Don´t Worry About Me se publicó como disco póstumo y es 100% Ramone. Se abre con una emocionante versión del What a Wonderfull World. Y escuchándola me digo que, a pesar de todo (del dolor, del sufrimiento, la enfermedad, la derrota), habrá que seguir intentándolo.