Doña Petrita

Publicado el 18 julio 2012 por Laesfera
Doña Petrita, la portera, camina sin prisa. Sus flacas piernas la desplazan por el pasillo del Edificio Bermúdez al compás de una cuesta invisible. Tiene el tiempo justo para escabullirse del propietario del quinto. El botón de la camisa que abrochaba, a la altura de sus pechos postizos, se ha perdido. Le asoman el sujetador, y dos gruesos cascos de esponja. Poderosa, se estira la falda tubo. Desde que el propietario del Segundo a- se le insinuó, pidiéndole el libro de la comunidad, remarca sus escasas caderas. Le ilusiona observarse, de rabillo de ojo, en el espejo del lado derecho del oscuro vestíbulo. Con coquetería murmura.
—Lavar y, ya está, otra vez puesta.
Al tras luz, dos grandes manchas destacan su cadera izquierda bajo cientos de bolitas.
De pronto la joven del Primero b- la aborda:
—Tiene que avisar al técnico de mantenimiento. Lleva el edificio dos semanas sin luz.
—Vale guapa —recita—. Qué carajo, avisar, avisar; si no hay prisa. Esta no quiere más que pintarse, y llamar la atención.
Las dos familias del Tercero regresan con los niños de clase de música. Se tropieza con ellos.
—Petrita ¿y sus gafas; no se las arreglan?


—Parece que va para largo. Ahí lo pongo, en la nota.
Otra más con la última de “bajada de basuras, por parte de los propietarios”.
—Miren, está por aquí.
—Petrita, estará tapada con las de “volveré pronto”, “Estamos sin corriente”, “No griten que tengo arreglado el aparato”… “Hoy no me levanto, porque estoy mal con los pies”… Así no podemos continuar.
—No, desde luego; Con el verano tan próximo, me encontraré mejor. Entra más luz al edificio. Desde jovencilla me ha repuesto el buen tiempo.
Las dos madres preguntan de manera ensayada.
—¿Ha pensado en la jubilación anticipada?
—Ja, ja. Soy muy joven para pensarlo. Les agradezco su interés y su cariño. Yo también las aprecio de verdad. Y a sus sobrinos que, cada día son más guapos y más listos ¡Y más alegres! Las burlas que hacen para distraerme, y saben una cosa: lo consiguen. Con ellos no hay penas ¿verdad?
Siente la puerta del ascensor y mira a su alrededor. Su ex la saluda.
—Te buscaba. Las cuatro últimas manutenciones llevan retraso ¿No las pasas, mujer? ¡Estoy canino! ¿Tendrás algo en el monedero que puedas darme? Baja, te espero aquí.
Lo observa mientras manipula el Sonotone que pita y pita estrepitosamente. Petrita vocea
—¿Tú por aquí? Las cosas te van bien. No hay más que verte. Gracias por la visita. Otro día te pasas y hablamos. Tengo faena.
El pitido infernal espanta a las dos familias. Ramón grita y gesticula. Petrita, de espaldas a él, camina hacia la escalera del sótano donde vive. Sonríe mientras presiona la pila del fono.
En su apartamento, sentada frente al ventanal del salón, remira su caja abierta con llave: unas gafas, un audífono empaquetado, el libro del edificio, teléfonos, agenda con direcciones de operarios y una linterna gigante. Alegre, se tapa los oídos y canturrea.
Texto: Calamanda Nevado Cerro

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