- Buenos días. ¡Qué casualidad! ¿Qué haces por aquí?
- He venido a comer contigo. Tú me invitaste.
- Creo que hay un error, yo invité a tu hermana.
- Sí, ya vi la invitación. Pero está claro que la dirigiste a ella por equivocación. Supongo que confundiste los nombres.
- ¿Cómo has llegado a esa conclusión?
- ¿De qué ibas a hablar con la sosa de mi hermana? Se supone que estás entrevistando a gente interesante mientras comes con ellos ¿no? Y ¿Quién hay más interesante en mi casa que yo?
- Bueno, eso va en opiniones. La invitación a tu hermana era con otro motivo pero, como deduzco que tu hermana no va a venir, aprovechemos entonces, porque lo cierto es que si tenía pensado invitarte a estos almuerzos, aunque otro día.
- ¿Ves como yo sabía que era conmigo con quien querías hablar?
- Sorpréndeme y propón tú el tema de nuestra charla. – Aparte. – ¡Camarero! Traiga dos vermut rojos con una gota de ginebra y la carta.
- Pues no sé, si quieres hablamos de lo que estoy haciendo ahora. ¿Sabes que estoy enseñando manualidades a un grupo de ancianos?
- Ese trabajo ¿no se lo ofrecieron a tu hermana?
- Sí, bueno, pero yo la convencí para que no fuera. Ella no tiene habilidad para esas cosas. Me presenté yo en su lugar y eso que salieron ganando los ancianitos. Les estoy dedicando parte de mi valioso tiempo, aunque la verdad, no te lo agradecen.
- Pero tu hermana tiene mucho tiempo libre y una buena mano izquierda para tratar con la gente. De hecho me habló de un método que quería poner en práctica con ese grupo de ancianos para motivarlos y tenerlos siempre activos.
- Bueno, en realidad fui yo quien idee el método, lo que pasa es que se lo conté y ya sabes como es ella, se cree la madre de todas las ideas.
- Le dijo la sartén al cazo.
- ¿Cómo?
- Nada, no me hagas caso. ¿Pedimos?