Donald Trump se dirige a los medios tras haber ganado las elecciones. “Trump –dice Luciano G.Egido, en CTXT– promete; incluso antes de jurar el cargo y de ser investido presidente de los Estados Unidos de América, ya se le han visto las trazas, sin ninguna duda. Nos vamos a divertir de lo lindo y a lo grande. Nosotros, aunque queramos, no podemos permitirnos ese lujo. No se anda con rodeos, ni con chiquitas, ni con ridículos eufemismos, ni con los subterfugios al uso. Viene en línea directa desde el far-west, de sus mejores historias y de sus mejores héroes. Al pan, pan, y al vino, vino; directamente al grano. Así da gusto. Más claro, el agua. Si alguien no lo entiende es que es tonto. Si es verdad que los rusos han trabajado a su favor, durante las elecciones, ha sido una jugada maestra, digna de la gran tradición ajedrecista de Rusia. Ni Maquiavelo, que se supone era maquiavélico, lo hubiera podido imaginar mejor. Trump puede marcar con su actuación desinhibida, de máscaras fuera y sin pelos en la lengua, en cueros vivos, el punto de inflexión del imperio americano, con un enemigo en cada esquina y en continua renovación. El espectáculo está servido. Los norteamericanos se han asegurado, por lo menos, cuatro años de diversión. Se rumorea que las apuestas están cinco a uno, de que habrá una bronca cada semana, y los más arriesgados están dispuestos a pagar diez a uno, de que la habrá todos los días. Confiemos en que la entrada no haya sido demasiado cara”.
“No sé cómo será la presidencia de Donald Trump –escribe Lluís Foix, bajo el título ‘La mediocre retórica de Donald Trump’. Sabemos cómo ha llegado a la Casa Blanca, qué estrategia ha utilizado para ganar, las mentiras que se han vertido, los ataques a la prensa, su obsesión por tuitear, saltándose a periodistas despreciados, su resistencia a dar ruedas de prensa. En su primera comparecencia ante los periodistas, dio la impresión de ser un personaje inseguro, improvisador, mal educado. Como si pretendiera conseguir audiencia en un reality show. Perdió el control enfrentándose con un periodista de la CNN al que le dijo varias veces que era un grosero. Las noticias que no le agradan son falsas y el gabinete que está confeccionando es el mejor de la historia. Tres altos cargos de la nueva Administración contradecían políticas expresadas en twitter por el presidente electo. Sobre todo en las extrañas y sorprendentes relaciones con la Rusia de Vladimir Putin. Desautorizó a los servicios de inteligencia que han elaborado un dossier que comprometería seriamente a Donald Trump en sus viajes a Moscú. No sabe cómo se las gasta el presidente ruso que es un gran experto en espionaje. Pronto sabremos si el presidente Trump va cambiar el estilo, la oratoria y su forma de comunicarse. La primera impresión al verle actuar en la rueda de prensa es su escasa articulación retórica. Mientras Trump respondía con malas formas a una multitud de periodistas atolondrados, Barack Obama pronunciaba un discurso para cerrar su legislatura. Una pieza oratoria de primer orden. El juicio de Obama está en manos de la historia. Pero su oratoria ya se puede incorporar entre la de los presidentes más dotados, desde Lincoln a Kennedy. Los discursos han formado parte de la tradición política de los presidentes americanos desde los primeros tiempos de la República. Cada presidencia es recordada por piezas oratorias sobre los temas más diversos. Largas o breves. Los puntos de inflexión de la política norteamericana en los últimos cien años ha ido acompañada de discursos célebres. El de inauguración de mandato de Kennedy o los discursos de Gettysburg de Lincoln. Roosevelt y Truman dejaron piezas oratorias de gran nivel. Ronald Reagan, desde su simplicidad, seguía un guión que impactaba al mundo en el ocaso de la guerra fría. El de Donald Trump no lo conocemos todavía. No se sabe qué ha leído ni quiénes son sus autores de referencia. Es la improvisación del mensaje corto y desarticulado”.
“¡Abróchense los cinturones. Empieza la Era Trump! –escribe Diego Herranz en Público–. Y viene cargada de emociones fuertes. Quienes habían augurado que el cuadragésimo quinto presidente de EEUU dejaría su retórica a un lado y empezaría a rebajar las tensiones una vez se sentara en el Despacho Oval de la Casa Blanca, tendrán que dejar sus predicciones en cuarentena. Analistas de mercado y observadores políticos han coincidido durante las semanas de convivencia de las administraciones Obama y Trump en presagiar la llegada de un mantra zen, una vez el líder republicano dejara su Torre de Oro neoyorquina para asentarse en Washington, en el mayor centro de poder político del mundo. Pero no parece que el espíritu indomable de Barack Obama tenga intención de templar gaitas. La primera comparecencia de prensa del magnate como presidente electo dejó un claro aviso a navegantes. Ni una acusación directa a Rusia por haber interferido en su victoria en las urnas mediante ciberataques, tal y como han corroborado por activa y por pasiva los servicios de inteligencia estadounidenses. Mucho menos, sobre el posible chantaje del Kremlin por su ‘affaire sexual’ en Moscú de hace unos años. Trump despachó el asunto con acusaciones al emisor (calificó a la CNN de organización difusora de noticias falsas) por dar veracidad a fuentes (origen de las filtraciones) nada fidedignas, y a las agencias de espionaje, de las que ─dijo─ han creado una ‘mancha tremenda’ al permitir filtrar rumores ‘escandalosos’. Como lo hacía la Alemania nazi, espetó. A pesar de que la CIA constatara que la operación de los servicios de espionaje rusos estuvo supervisada por Vladimir Putin, y que el propósito del robo y difusión de correos electrónicos del equipo de su rival demócrata, Hillary Clinton, estuvo dirigida al triunfo electoral de Trump. Casi sin razón de continuidad, ha engrasado la maquinaria de congresistas para dejar sin validez la reforma sanitaria de Obama. El Medicare ya ha sufrido el primer paso hacia su desmantelamiento en el Congreso. Mientras, en el plano internacional, se ponía los primeros palos diplomáticos en las ruedas de China, al exigir a Xi Jinping que deje de construir diques artificiales en torno a las Islas Spratly, en el mar del sur, próximas a Taiwán, para albergar armamento militar, posiblemente nuclear”
David Jiménez cuenta, en “Una predicción sobre Trump”, su historial de predicciones fallidas “porque me aferro a la esperanza de equivocarme también sobre cómo será la presidencia de Trump: una tragedia, para Estados Unidos y para el mundo. No es sólo que el tipo sea xenófobo, irrespetuoso, faltón, mentiroso o engreído, que también, sino que carece de la más mínima preparación para el puesto que va a ocupar. Cualquiera que le haya seguido la pista en las últimas décadas sabrá que pertenece a la especie de ignorantes más peligrosa: la de quienes desconocen que lo son. La historia nos dice que es una combinación que no puede traer nada bueno”. Y termina recordando: “La democracia de Estados Unidos va a ser puesta a prueba como nunca antes y la buena noticia es que Trump perderá su envite, porque el nuevo presidente se enfrenta a una sociedad cívica, una prensa, un sistema judicial y un control legislativo que en nada se parecen a lo que tenemos por aquí. Pero cuando todo haya terminado, y el magnate vuelva a la especulación inmobiliaria y la gestión de concursos de belleza, de donde nunca debió salir, muchos habrán pagado sus decisiones. El destrozo tardará años, sino décadas, en ser reparado. Estados Unidos será un país más dividido, intolerante y desigual. Y el mundo un lugar más inseguro e inestable. Pero por supuesto todo esto es sólo una predicción y uno no pierde la esperanza en su incapacidad para acertar”.
“La presidencia de Trump –escribe Roger Senserrich en Vozpópuli, bajo el título ‘Quién es Donald Trump’– probablemente hará menos daño de lo que muchos temen dentro de Estados Unidos, pero será especialmente peligrosa para los de fuera. Durante campaña electoral en Estados Unidos emergió en ciertos sectores de la derecha conservadora una disciplina de análisis político que podríamos bautizar como trumpología. Sus practicantes eran a menudo políticos e intelectuales republicanos que habían decidido apoyar la candidatura de Donald Trump, amén de una nutrida cohorte de centristas que insistían en esa vieja tradición de pensamiento presuntamente serio que insiste que ambos partidos americanos son igual de culpables de todo lo malo del país. El objeto de estudio, por decirlo de algún modo, era las motivaciones, pensamiento político y convicciones del candidato Trump, bajo la hipótesis de que casi todo lo que decía durante la campaña eran astracanadas para llamar la atención, y que toda su campaña era un brillante ejercicio de teatro político (… ) Es cierto que Trump es menos conservador en bastantes aspectos que el resto del partido republicano. También es cierto que Trump es, a menudo, un republicano ortodoxo en muchas materias, y comparte la devoción del partido por recortar impuestos a los ricos o reventar cualquier atisbo de regulación empresarial. En cosas donde no tiene opiniones formadas (que son muchas), el nuevo presidente no tiene el más mínimo reparo en dejar que hagan lo que quieran. En los temas que le apasionan, sin embargo, y en aquellas cosas que consiguen ocupar su atención, parece ser desgraciadamente la persona que fue durante toda la campaña. Sus nombramientos en el gobierno han sido una extraña combinación entre extremismo casual, amigotes con toneladas de dinero y republicanos de toda la vida aparcados en departamentos que le aburren. Sus intentos de diplomacia han oscilado entre las pataletas infantiles, ejercicios de cuñadismo militante, una visión simplista del mundo como un juego de suma cero y una desconcertante afición a compartir posturas políticas e ideológicas con Vladmir Putin. Su visión sobre comercio internacional y política económica mezcla un voluntarismo infantil con una arrogancia desmesurada contra los expertos. En los temas donde, ahora ya como gobernante, debe ser capaz de dar respuestas concretas sobre qué políticas va a proponer, Trump sigue hablando como si no tuviera remota idea de lo que habla, probablemente porque realmente no sabe nada del tema”.
Centenares de manifestantes y la policía se enfrentaron en Washingron el mismo día de la toma de posesión del presidente Donald Trump, con el lanzamiento de piedras y gases lacrimógenos que dejaron cerca de 90 detenidos y “daños materiales significativos”. El centro de la capital se encontraba fortificada con un enorme despliegue de seguridad y calles cortadas, mientras el sueño dorado de la pareja Trump se hacía realidad. “El sueño de Melania Trump –desvela Niccole Bril, la experta maquilladora de cabecera de la nueva primera dama de Estados Unidos– es crear un salón de belleza dentro de la Casa Blanca. O, por lo menos, uno de ellos. Porque si hay algo importante para la esposa del presidente estadounidense, es la imagen. Y nada le impedirá estar perfecta allá donde vaya”. Melania ordenó que, en la Casa Blanca, se instalase algo así como una habitación del glamour diseñada para peluquería, maquillaje y vestuario. Se trataría de un espacio muy iluminado, con un equipo creativo a su disposición y capaz de tener su estilismo listo en unos minutos. Con estas palabras se expresó la encargada del maquillaje y peinado de la mujer del hombre más poderoso del mundo.
No podemos ni queremos terminar sin recordar lo ocurrido en USA hace cinco meses, antes de que la campaña electoral diera inicio. Fue a mediados de agosto cuando los ciudadanos norteamericanos y turistas que paseaban por la zona sur de Union Square Park, en Nueva York, se llevaron una sorpresa al aparecer en medio de la plaza una estatua del candidato del Partido Republicano a la Presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, totalmente desnudo. La gente se lo tomó en broma y tomó fotografías de la estatua, subiéndola a las redes sociales. La imagen misma llevaba una pequeña placa grabada que decía: “El emperador no tiene bolas”, firmada por un tal Ginger. La escultura frontal del multimillonario estadounidense muy lejos de ser un David de Miguel Ángel, contaba con otros detalles realistas, como la extraña media melena rubia, una piel de color carne, venas y varices por todo el cuerpo y una barriga bastante prominente. También tenía incluso sus partes íntimas al aire.
Otros cuatro ejemplares idénticos aparecieron en San Francisco, Seattle y Ohío, pero todos fueron confiscados o destruidos por las autoridades que invocaron normas que prohibían “cualquier construcción no autorizada en los parques municipales, independientemente de su tamaño”. Pero, antes de su desaparición, la estatua se convirtió en símbolo del arte de protesta política. Trump fue acusado de inflamar el sentimiento anti-imigratorio, amenazando con construir un muro en la frontera con México y con destruir a la fuerza a 11 millones de personas en situación irregular en los Estados Unidos, antes de moderar su discurso. Cuatro meses más tarde, Donald Trum ha sido elegido, con la sorpresa de todos, presidente de las elecciones americanas.
El martes pasado, el Museo de Cera de Madrid presentaba la estatua del nuevo presidente de Estados Unidos en la madrileña plaza de Colón, decorado con banderas de Estados Unidos, alfombra roja y globos. Una joven con gafas y el pelo recogido en una coleta, activista del grupo feminista Femen, se despojó de la cazadora gris que vestía y se encaró con la estatua de Donald Trump mientras gritaba: “Hay que coger al patriarcado de los huevos”. La joven llevaba escrito en el pecho con letras negras “Grab back” y en la espalda “Grab patriarchy by the balls”. Y, mientras, el portavoz del museo, intentaba taparle los pechos con la gorra roja que lucía Trump, con la cazadora que ella había tirado al suelo o con los globos que jalonaban la alfombra roja que conducía a la escultura, la feminista cogía en varias ocasiones por la entrepierna a la escultura de Trump. El portavoz del museo, Gonzalo Presa señaló posteriormente a los periodistas que le daba “mucha lástima” una “situación tan desagradable”, que nunca había ocurrido, y que Trump era “un presidente como otros tantos”, mientras que Femen reivindicaba en un tuit la acción con el mensaje: “FEMEN acaba de agarrar por las pelotas a la figura de Trump en Madrid”.
Otras fotomontajes del momento: Campos nazis en 1945, Campos de refugiados en 2017. ¿Qué diferencia hay entre ellos? Bárcenas, de camino a su declaración en la Audiencia. Quinientos millones para que no se enterara Ángel Cristo. Algunos siempre ganan. Y el último Jueves: Gritos, insultos y patrañas inventadas para chupar plano. Cuál de estos dos individuos te parece más decadente.
El humor en la prensa de esta semana: El Roto, Forges, Peridis, Manel F., Ferrán, Osama Ayyach, Vergara, Pat, Junco, Miki & Duarte…
Pep Roig, desde Mallorca: Relatividad, Relación, Tenencia, Y ríase la gente, Pidiendo el expediente y Todo vale.
Entre los vídeos de esta semana, el asesor de Trump, un asesor que habló repetidamente con el embajador ruso en Washington durante las… euronews (en español)
Una activista le enseña los pechos a la figura de cera de Trump AGENCIA EFE
El mismísimo Donald Trump ha intentado quedarse con el monólogo de Andreu Buenafuente, se ha puesto chulito, pero Andreu más. Gracias por este Trump Raúl Pérez. LATE MOTIV - Monólogo de Andreu Buenafuente y Donald Trump | #LateMotiv145 Late Motiv
LATE MOTIV - Juan Torres. ¡Ojo con los economistas! | #LateMotiv175 Late Motiv