Marine Le Pen ha sido la primera política en felicitar a Donald Trump por su victoria en las elecciones presidenciales celebradas en los Estados Unidos. No parece algo extraño porque, al fin y al cabo, representan el mismo fenómeno a ambos lados del atlántico, el que supone el triunfo de la antipolítica. Resulta evidente que no se tratan de dos fenómenos aislados, sino que forman parte de los síntomas que presenta un sistema agotado e incapaz de dar respuesta a las necesidades de la ciudadanía.
El resultado del Brexit, el auge de la ultraderecha en Europa, con la posibilidad de alternativa política real de Le Pen en Francia y el crecimiento de la UKIP en Reino Unidos entre otros, o el triunfo de Trump representan las consecuencias de un proceso de hartazgo social, descontento generalizado y desafección ciudadana respecto a una democracia y sus instituciones que han sido incapaces de solucionar los efectos de la última crisis económica.
Félicitations au nouveau président des Etats-Unis Donald Trump et au peuple américain, libre ! MLP
- Marine Le Pen (@MLP_officiel) November 9, 2016
La repuesta a la crisis y el triunfo de las políticas neoliberales y de austeridad llevadas a cabo por los poderes económicos, financieros y políticos, representan un cambio de paradigma que conlleva el desmantelamiento de las estructuras de un modelo de una sociedad del bienestar ante la que los ciudadanos, que son los que han sufrido el peso de las mismas, se rebelan electoralmente. Ante la posibilidad de votar a partidos que suponen una continuidad con la línea política que los ha empobrecido y recortado derechos prefieren romper con el statu quo y desafiar al sistema eligiendo apostando por opciones outsiders, incluso aunque eso vaya en contra de sus propios intereses. La elección de partidos políticos tradicionales, incluso como mal menor, deja de ser una opción para la población cuando se percibe a la clase política como una élite ajena a la realidad de la gente y que se encuentra más interesada en resolver sus problemas e intereses, y la de los poderes económicos de los parecen meras correas de transmisión, que la de los ciudadanos que representan. Cuando la esperanza no existe, desaparece el miedo orwelliano a perder lo que nos queda y, bajo la premisa de si no quieres los mismos resultados no repitas el mismo proceso, se eligen fórmulas políticas alternativas a los partidos democráticos tradicionales. Con este escenario, si no se construyen alternativas y no aparecen movimientos sociales y políticos que aglutinen el descontento popular y la indignación desde un punto de vista constructivo que se encarguen de edificar consensos colectivos y crear políticas fundamentadas en una nueva voluntad popular sobre la base un nuevo contrato social acorde a la realidad actual, cabe la posibilidad de que esta brecha desafectiva la aprovechen opciones reaccionarias y fascistas.
El fascismo siempre está ahí, latente en nuestra sociedad. Es un movimiento que aparece en momentos de crisis económica y política. Es entonces cuando emerge redentor y triunfante, mostrando demagógicas soluciones, con argumentos falaces que apelan a sentimientos colectivos como la patria, la raza, la nación, el pasado glorioso o la religión. Ese es el peligro real y el principal reto que tenemos en nuestras sociedades actualmente, luchar contra estos riesgos totalitarios que se avecinan y dar soluciones políticas, económicas y sociales que contrarresten la fácil seducción de los discursos fascistas.
Como afirmaba JL Sampedro sobre qué pasaría al final de esta crisis y si otro mundo era posible (que era el slogan de los movimientos antiglobalización), otro mundo no sólo es posible sino que será seguro. Y ese nuevo mundo ya está aquí y el triunfo de Donald Trump es sólo la confirmación de lo que puede llegar.