Lentamente completo ese último paso porque comprendo que el otoño debe cumplirse a mi vista. De donde estoy hasta la moto pueden haber como quince minutos que aprovecharé para bucear mas allá de las señales que indican que la incipiente juventud terminó y que debo habérmelas conmigo por los restos. Los veranos son amores que idealizas: nunca los volverás a encontrar aunque alguna vez te llegue su inconfundible perfume de salitre y des la vuelta por si es ella quien te mira por encima del hombro mientras dibujas pensamientos en un lienzo con pinceles de palabras y témpera de sombra. Pero sabes que eso, como otras cosas, nunca pasará y sigues reclinado sobre el escritorio el tiempo imprescindible para darte cuenta que la tinta dejó una mancha en forma de corazón en la libreta.
Primera, segunda, tercera, el bicilindrico ronronea mansamente y va dejando atras nuestra distancia: a ella de mi; a mi de mi y de ella. El pensamiento queda un ratito agazapado. La noche se anticipa abriendo su cola de pavo real mientras pregunto ¿Dónde fuiste, querida? ¿En qué dimensión aguarda el verano?
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