Los 'felices' años de Aguirre. Foto: cadenaser.com
RESULTA, CUANDO MENOS, sorprendente que un personaje público, tan relevante en su día y durante tanto tiempo, permanezca en silencio.La que nunca se callaba ha enmudecido y es como, si de pronto, se la hubiera tragado la tierra.Asediada por los casos de corrupción, cercada y “desolada” tras el ingreso en prisión de Ignacio Gonzálezpor su implicación en el desvío de fondos públicos en la ‘operación Lezo’, la todopoderosa expresidenta madrileña y del PP regional, no tuvo más remedio que dar un paso atrás, dicen que definitivo, y apartarse de la vida pública.Cambió la púrpura de un poder cada vez más menguado por una vida de jubilada a la que siempre se ha resistido. Cambió el ordeno y mando por los paseos en el campo por Asturias o Guadalajara; los focos y la presencia mediática por los viajes y los torneos de golf; la adulación y el peloteo de tantos por las partidas de bridge y una vida más familiar centrada en sus seis nietos.Aparentemente, nadie la recuerda ya, nadie la defiende, nadie la echa de menos, nadie la necesita. Pero una cosa, claro, es este calculado silencio, este “enorme vacío” fuera de la política, y otra bien distinta que haya enmudecido para siempre. Esperanza Aguirre nunca se marchará del todo, por más que muchos la vean como un vestigio del pasado o, directamente, como la “reina madre” de una etapa marcada de forma indeleble por la corrupción. Está tocada, tiene el periscopio bajado pero tarde o temprano emergerá.