Las universidades se debaten en la duda y no saben qué hacer. Todos reconocen el error, pero no saben como salir del foso en el que han caído por culpa de la clase política y de la debilidad de los claustros. La universidad Camilo José Cela, por ejemplo, tiene el deber, según sus estatutos, de retirarle el doctorado a Pedro Sánchez, por plagio de su tesis, pero no se atreve.
Las universidades españolas, cuya dependencia de las subvenciones públicas y de los políticos es casi total, están heridas, lo que hace más grave la ausencia del ministro astronauta, que tal vez tenga que dimitir si no se produce una reacción digna que devuelva a la Universidad española su papel de luz del mundo e iluminadora de la vida profesional e intelectual. La clave del drama, como casi siempre, está en la bajeza de una clase política, insaciable de poder y sin los debidos controles democráticos, que se ha apoderado de todo y que lo ha invadido todo, incluso territorios claves de la sociedad civil, como las universidades, que necesitan de la independencia más que del oxígeno.
Desde su debilidad y falta de rigor y entereza, algunas universidades se han prestado al juego sucio y al fraude indecente al apuntalar los curriculums y lanzar a jóvenes políticos hasta las alturas del poder, proporcionándoles, regalados, títulos de alto nivel.
Ahora les ha llegado la hora de pagar su miserable sumisión al poder político.
Francisco Rubiales