Donde no había nadie, del verbo solor

Por José María José María Sanz @Iron8832016

En el camino a Talavera de la Reina he encontrado lugares donde no había nadie. Solo el sol. Solo un tractor. Solo una Cequincede. Nadie, del verbo solor, de la cuarta conjugación motera. Entre Santa María del Tiétar -Escarabajosa para los antiguos- y Navamorcuende es donde reina el aire de la mañana entre las jaras y las encinas. Es donde está el muro que hizo Marcelino en 1986. No hay más que esto: belleza, sol, mosquitos... y el muro de Marcelino. O sea, es estar solo en medio de una carretera realmente preciosa donde no hay más normas que las del aire.

Diremos que no, que no es cierto, pero yo creo que sí: a las personas nos encantan las normas. Nos encanta estar rodeados de límites por todas partes porque referencian la atmósfera que habitamos y nos dicen quiénes somos. Las normas nos socializan, nos dan seguridad. Las normas nos ayudan a tener una vida más fácil porque ponen nuestra conciencia de acuerdo con las conciencias de los demás, y eso sirve para obedecer. Da igual si son normas legales que si son normas sociales que si son normas comerciales. Si hay una señal de stop, paro; si pone IRPF, pago; si pone silencio, me callo; si pone Coca-Cola, lo compro; si pone Telecinco, lo veo. Pero ir en moto es romper. Romper solo un poco, claro, todo esto.

Ir en moto es como aparcar cuando el coche de la plaza de al lado no está. A menudo percibimos que es más sencillo aparcar cuando el coche del vecino está en su sitio que cuando no está. El espacio que nos deja su presencia es más estrecho, pero a la vez nos da referencias y seguridad en lo que estamos haciendo.

Ir en moto es como empezar a escribir sobre un folio en blanco, sobre una pantalla en blanco, que no tiene más referencias que los propios bordes que lo delimitan. Los jóvenes de ahora sienten el mismo horror vacui cuando en el papel no pone nada y hay que construir desde cero. Es curioso ver cómo en las papelerías abundan los organizadores, que no son más que papeles pautados que nos dicen cómo tenemos que pensar.

Ir en moto es más difícil que ir en coche. Ir en moto es depender de uno mismo porque no tienes el coche de al lado ni la columna del garaje. Ir en moto es escribir tu propio folio en blanco cuando atraviesas los bosques al norte de la provincia de Toledo. Es decidir dónde parar, a qué velocidad ir. Es trazar e improvisar la senda que ollas en cada momento. Es no saber con precisión cuánta gasolina te queda. Es depender en gran medida de factores externos sobre los que no tenemos ningún control. Ir en moto es renunciar a los límites y normas que nos facilitan la vida. Por eso, ir en moto es una buena oportunidad de viajar al interior de uno mismo, allí donde no hay referencias sociales, legales ni comerciales. Ir en moto es, en cierta medida, enfrentarse a ese conjunto de normas naturales que, en realidad, son las que gobiernan a las personas, por mucho que se empeñe el Parlamento. Y eso mola.