Dopaje: ¿legalizacion y libertad? (iii)

Publicado el 08 octubre 2010 por Samdl

Cruzas el umbral de la puerta tarareando una canción de moda. Con uno de esos gestos chulescos y despreocupados que necesariamente viste en una película americana y que ahora repites, lanzas las llaves sobre el cenicero de la mesa del salón. Te felicitas por tu buena puntería al tiempo que te acicalas de pasada frente al espejo del zaguán. Frunces el entrecejo mientras aguzas las pupilas para asegurarte de la hora que marca el reloj de cuco de la pared. De puta madre. Arrastrando los pies como un moribundo caminando hacia la luz, te plantas en la cocina. Una vez allí, te frotas el mentón, erguido, hierático como una de esas figuras egipcias, simulando pensar que piensas. Te lamentas profundamente por haberle prestado a los programas de cocina fácil la misma atención que las vacas del campo le dispensan al paso de los trenes. Ninguna. Te auto convences de que el movimiento se demuestra andando…y el hambre cocinando –apuntalas con resignación de monaguillo– Aún no has empezado a creerte Adriá cuando clavas tu mirada en el fregadero. Una de esas imponentes hachas de cocina besa el frio acero del lavadero. Te acercas parsimoniosamente, como si no quisieras despertar a lo que a todas luces recién acaba de finalizar una carnicería. Toda ella está empapada en sangre. Mientras tragas saliva, te asalta la mente con maldad de trasgo la noticia del periódico de hace tres días –¿o cuatro?– que alertaba a la población de la fuga del Chupacabras, macabro sobrenombre con el que la prensa limón bautizó a uno de los asesinos más perseguidos de nuestro pequeño país. No contento con gozar de un Honoris Causa en las malas artes del matar, se le sabe Docto en esto del trueque, cambiando órganos por armas allá donde la leyenda sitúa a Vlad Tepes El Empalador: Rumania. Sin entrar en razones, miras en cada una de las habitaciones sin encontrar rastro de vida, salvo la del gato-marmota que sería capaz de presenciar un Hiroshima sin enarcar una sola ceja. Se te hace un nudo marinero en la garganta. Dando por sentado que el Ed Gein de La Bética ha hecho fonda en casa llevándose alguna que otra víscera a modo de suvenir escarlata, abres la nevera en busca de la botella de agua a fin de humedecer los labios y templar los ánimos. A tu perversa imaginación le caen las hostias por almudes. Junto al agua hay un enorme tupperware azul chillón con un letrerito que suena a armisticio: «Hemos ido al pueblo. Aquí tienes hígados de pollo en salsa y arriba alitas. Pon el lavavajillas».
De repente, toda esa densa nebulosa de elucubraciones de Elm Street se condensa en cuatro pequeñas gotas de rocío. Pasamos de lo abstracto a lo concreto, de lo etéreo a lo tangible. Bienvenido a La Barbería de Guillermito, especialista en corte y afeitado a la vieja usanza con la famosa Navaja de Ockham. A saber: no expliques por lo más lo que puedes explicar por lo menos. O lo que es lo mismo, pon tus cuartos sobre el tapete apostando doble sobre sencillo cuando dos teorías en igualdad de condiciones se partan la cara, quedándote con la más simple. ¿De lo abstracto a lo concreto decíamos? Pues que la avioneta pierda altura hasta peinar el suelo.
Alberto Contador, en su segundo día de descanso, decide jugarse a la pídola el protocolo del equipo. No suelen comer carne en los días de descanso puesto que no la queman; pero desde Irún le traen una carne exquisita que no puede dejar para los gusanos. No importa que al día siguiente toque hacer más de alpinista que de ciclista al tener que escalar el Todopoderoso Tourmalet. Farfolla. Es tal la obsesión por el filetón que se lo tienen que preparar en el autobús del equipo dado que los cocineros del hotel no pueden. El bueno de Vinokourov se queja porque tuvo que comer una carne «pésima». Contador, por su parte, se pega el festín los dos días de descanso con el solomillo para «no desperdiciar una carne tan buena» que le han traído expresamente desde un supermercado de Irún que, por cierto, nadie recuerda. Tal es así que Paco Olalla, quien fuera cocinero del Astana durante el Tour a instancias de Contador, le hizo el encargo del solomillo a José Luis López Cerrón, actual organizador de la Vuelta a Castilla y León, pues este «iba a venir al Tour». Sin embargo, resulta que ni Olalla ni Cerrón saben dónde está el dichoso supermercado. En este punto de la película, cabe entrar en publicidad previa encuesta que pregunte: ¿Somos tan tontos como parecemos? ¿O es que Olalla y Cerrón son demasiado listos?
Y es que resulta que cuando lanzas flechas al cielo nunca sabes dónde caerán. Así, la Asociación Española de Empresas de la Carne ha recordado que el uso del clembuterol está prohibido en España. No obstante, se han puesto en contacto con científicos expertos en toxicología para medir las posibilidades reales de que el consumo de carne con clembuterol pudiese provocar un positivo. La Organización Interprofesional de la Carne de Vacuno Autóctono de Calidad, por su parte, ha afirmado que «el sector de vacuno español es uno de los más controlados, saneados y reglamentados en todo el mundo». De acuerdo, cada uno habla de la feria según le va en ella. Quizás no sea todo tan algodonado como nos venden a troche y moche las asociaciones implicadas; pero sí conviene tener más en consideración las palabras de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos, quien ha recordado lo que Contador, Olalla y Cerrón quizás no quieran ni deban saber. Y es que han señalado cómo el sistema de trazabilidad permite seguir el recorrido que ha hecho la carne desde el lugar de nacimiento hasta el despiece del animal, pasando por el lugar de cebo. Unos datos que el mismo carnicero debe conservar incluso después de la venta de la carne. ¡He ahí la madre del cordero! O ternero, en este caso. Es lo que ocurre cuando después de un crimen se tira el arma al río. No todo queda ahí. Para algo están los informes balísticos y, a partir de ahí, a tirar de la madeja de hilo de Ariadna. El mismo perro distinto collar. ¿Por qué no devanarse las entrañas de la memoria en busca del dichoso supermercado a fin de salvarle el culo a su serafín? ¿No será que no les conviene señalar de donde proviene la exquisita carne?
La semilla de la discordia, el hecho germinal, la simiente de toda esta película no es otra cosa que el positivo por clembuterol en dosis infinitesimales. Zas, zas. Navajazo por aquí, navajazo por allá. Fuera barbas. Positivo. Lisa y llanamente. Pedro Manonelles, secretario general de la Federación de Medicina del Deporte explicó que el positivo por clembuterol no depende de la cantidad de sustancia hallada, sino de que encuentren o no el compuesto, sea en la proporción que sea. De hecho, el mismo laboratorio de Colonia encontró en una muestra de la vallista Josephine Onya menos cantidad de clembuterol que la hallada en la de Alberto Contador. Y nadie se levantó en armas. Dos años de sanción. Mucho se habla de la presunción de inocencia del ciclista, como si este se hallara bajo la luz del halógeno de uno de esos cuchitriles donde un policía orondo y con bigote berrea en tu cara hasta sacarte la declaración que le venga en gana. Por un lado van las leyes universales y por otro los reglamentos internos. En el momento que un deportista firma el informe previo a la realización de la prueba de dopaje, admite explícitamente que toda sustancia que pueda ser hallada en el control es exclusivamente responsabilidad suya. Por otro lado, se habla también del hecho mismo de la cantidad hallada en relación al escaso o nulo rendimiento que produciría en el deportista. Según la definición del COI, dopaje es la «la utilización de un artífice (sustancia o método) potencialmente peligroso para la salud de los atletas y/o capaz de mejorar los resultados, o la presencia en el organismo del atleta de una sustancia o la prueba de la aplicación de un método que figure sobre una lista adjunta al Código Antidopaje del Movimiento Olímpico». No habla exclusivamente de aumento del rendimiento, sino que se refiere también a la peligrosidad de la sustancia. Y/o. Hace dos días se hizo pública la sanción de seis meses que le ha sido impuesta a la campeona mundial y olímpica de 100 metros lisos, Shelly-Ann Fraser, por un positivo por oxicodona, un analgésico que llegó a tomar la velocista jamaicana para calmar los intensos dolores dentales que sufría. El dopaje no sólo encierra la mejora del rendimiento; pero en España, los medios no saben qué más hacer para poner sus manos desnudas sobre la hoguera en un acto más de devoción que de profesión a fin de salvar a su queridísimo ciclista, como si el dopaje no fuera con nosotros. Ya lo vivimos con Alberto García y Paquillo.
Entre la panoplia de armas que andan sacando del trastero los defensores de Contador se encuentra también el hecho de que antes, durante y después fue sometido a pruebas antidopaje que dieron negativo. Ya uno no sabe si el razonamiento simplemente es engañoso o si es que se ha hecho del engaño el único razonamiento. El ex ciclista Kohl reconoció que de cien pruebas a las que fue sometido llevando sustancias dopantes en su cuerpo, sólo en una fue pillado. O sea, noventa y nueve veces pasó por el ojo de la aguja sin rozar el metal. No es casual que el mismo Kohl dude que los controles atemoricen a los deportistas. Es lo que ocurre cuando el ratón es más rápido que el gato. Y son más. El velocista británico Dwain Chambers admitió haber tomado un coctel de más de trescientas drogas en un año. «En octubre, consumí sustancias 21 veces. No sólo usaba THG, EPO y HGH, sino también testosterona para ayudar con el sueño y a reducir el colesterol. También me inyectaba insulina, tres unidades en la parte baja de mi estómago tras una sesión de levantamiento de pesas». Exactamente el mismo programa llevado a cabo por Marion Jones y su pareja por entonces, Tim Montgomery, pues todos ellos siguieron los programas de dopaje de Víctor Conte. Sin ir más lejos, a Marion Jones jamás llegaron a cazarla en un control antidopaje. Ella misma se autoinculpó en 2007.
No obstante, conviene valorar el dopaje mismo con los pies en el suelo y sin caer en trampas intelectuales pensando que cuatro inyecciones te dan la corona de laureles por puro ensalmo. Tal fue la frustración de Chambers, quien coceaba como caballo rabioso al ver que los años pasaban sin rebajar su marca personal en más de una decima usando ya sustancias dopantes. Nada que ver con la buena de Marion. En una entrevista en el programa de Oprah Winfrey llegó a declarar: «De vez en cuando, vuelvo a revivir en mi mente las competiciones de Sidney y me pregunto si habría ganado limpia…y normalmente me respondo que sí. Aún pienso que habría ganado. Nada era esencialmente diferente. Me sentía fuerte, me sentía poderosa, como siempre me he sentido. Desde pequeña, he sido consciente de que poseía algo que nadie más tenía». No es puro narcisismo. Son los números: estudiante de secundaria que mas rápido ha corrido los 200 metros lisos en la historia del atletismo; una marca entre las veinte primeras del mundo con quince años; elegida como reserva para Barcelona 92 con dieciséis años… No hay más. Claro que poseía algo que nadie más tenía: nació con un boleto ganador en la lotería genética. Lo demás… ¡sólo Dios sabe lo que pesa!
Así, volviendo al caso de Contador, seguramente ganara el Tour limpio como una patena; pero el caso es que ha dado positivo. Con todo, quizás no sea lo más idóneo poner como chupa de dómine a los laboratorios que llevan a cabo los análisis, como vienen haciendo muchos de los medios locales, sino empezar a cambiar el enfoque del problema. El Fiscal Antidopaje de Italia ha considerado esta semana la legalización del dopaje. «No soy el único que lo dice. Últimamente, todos los ciclistas que he interrogado han dicho que todo el mundo se dopa. Mientras más estoy involucrado en esto, más me sorprendo de la difusión del dopaje», dijo golpeándose el pecho. Y es que existe en el deporte de élite una suerte de código de samuráis que silencia a los deportistas en base a un proteccionismo casi castrense. Algo así como las chuletas en el colegio: en el examen, la mayoría se dispone a copiar; pero siempre existe ese pacto entre pequeños caballeros mediante el cual nadie se cubrirá las vergüenzas de su caza acusando al resto de la clase que copia su examen con paciencia de monje amanuense. Proteccionismo que se puso de manifiesto en la velocidad también con el caso de los laboratorios BALCO. Cada una de las miradas que los atletas se cruzaban en los preliminares del pistoletazo de salida encerraba esa complicidad muda que recuerda que todos van en el mismo barco. Kelly White dijo con el tiempo que todas sabían a qué nivel estaba la difusión del dopaje durante aquellos años gloriosos.
Quizás sea cierto lo que dice Alberto Contador acerca de los fallos del sistema. Lógico. El sistema mismo confunde la realidad con el deseo al plantear como premisa primera que solamente una pequeña parte de los deportistas de élite tropiezan con el dopaje. Y a partir de ahí, que comience la andanada. Sin embargo, los deportistas seguirán moviéndose como topos bajo tierra trazando sus propios caminos mientras los granjeros del COI se lamentarán desde lo alto del maizal al contemplar cómo los pequeños mamíferos salen a la superficie para llevarse los frutos de la Gloria bajo tierra. Quizás las cosas cambiarían menos de lo que pensamos sobre la arena del circo romano con unos programas de dopaje asistido en los que los filetes de cerdo o las botellas de agua del público no fuesen armas del crimen, sino simplemente lo que son: obscenos ardites con los que salir airosos de la penosa cacería levantada por aquellos que, sin oficio ni beneficio, sin parientes ni habientes, pasan la guadaña de la hipocresía a fin de sembrar un bosque en el que ningún árbol sea más alto que otro. Mientras tanto, el dopaje seguirá siendo algo natural, como las rayas negras sobre el tigre.
Coda: aquellos que ponen la mano en el fuego por un deportista en base al número de controles antidopaje que pasa, podrían encontrar en el siguiente documental el desencanto del niño que descubre que los Reyes son los padres. Especialmente ilustrativo a partir del minuto 4:45.