Dopaje: Una historia de impunidad

Publicado el 23 octubre 2014 por Squadraeterna @squadraeterna

Cuando un deportista llega al primer plano mundial, las diferencias con sus homólogos son tan ínfimas, que ni su papel en la cima será algo más que efímero. En el futbolista, el trabajo y el sacrificio vocacional han aligerado el peso a las espaldas para convertirse en el referente del deporte con el que siempre soñó como oficio. Peso, que caerá a plomo sobre las mismas para conservar un hito durante el tiempo suficiente.
La comprensión de la victoria, del reconocimiento, no es sencilla. Y no siempre se produce. Cuando un deportista no acepta la brevedad o busca atajos a la regularidad en el trabajo, la caída puede ser fatal. Y en esto, el fútbol no es una excepción.
Uno de los deportes que más dinero mueve en el planeta y el que lo hace por excelencia (y no de manera excelente) en nuestro país, es uno de los deportes menos afectados por las acusaciones y castigos provenientes del dopaje. Y quizá hablar de esto nos lleva a hablar sobre la importancia del dopaje en el fútbol, en referencia al papel que desempeña la linde del tramposo en deportes como el ciclismo, la natación o el atletismo. Milésimas, centésimas, décimas quizás más decisivas en las disciplinas individuales alejadas del balón, pero no por ello despreciables en el mundo del fútbol.
Si despreciable no es la ventaja que confiere la ilegalidad en el deporte, despreciables no son los casos de dopaje en el fútbol. Me atrevería a decir, que ni siquiera son minoría.



Nos remontamos a 1954. Aquel partido entre Hungría y Alemania alzó a los alemanes a la cima mundial. Días antes, la misma Hungría que ahora sucumbía, avasallaba 8-3 en la primera ronda del torneo. Pero la importancia de lo que se encontró en el vestuario convirtió el 2-3 favorable a los germanos en anécdota. Jeringuillas con supuesto placebo argumentaba el médico alemán. Metanfetamina pervitina según un estudio de la Universidad de Humboldt cinco décadas y media después.
Los años sesenta y setenta se convierten por méritos propios en una de las primeras etapas oscuras del fútbol. Es Helenio Herrera en ‘Il Grande Inter’ quien sobrepasa los límites. El apodado como El Mago es pionero en muchos ámbitos del fútbol pero también acusado de ser descubierto suministrando pastillas a los jugadores del segundo equipo y más tarde a la primera plantilla. Nunca se probó que aquello fuera cierto o que las pastillas suministradas no contuvieran anfetamina u otros estimulantes, pero la realidad es que existen motivos de sospecha: Armando Picchi, capitán de aquel glorioso equipo, fallecía a los 36 años como consecuencia de un tumor en la columna vertebral. Marcello Giusti, Carlo Tagnin y  Mauro Bicicli, suplentes de aquel equipo, de diversos cánceres y Enea Masiero murió en 2009 tras haber estado sometido largo tiempo a sesiones de quimioterapia. Ferdinando Miniussi, el portero reserva, de una cirrosis y Pino Longoni murió en 2006 tras vivir confinado en una silla de ruedas tras una vasculopatía.
La historia no se detendría. Y en un glorioso lugar de la misma encontraríamos al Ajax de Rinus Michels y Johan Cruyff. Un equipo total construido en torno a la excelencia física que fue capaz de revalidar la Copa de Europa dos veces. Pero la legalidad de los procedimientos fue puesta en entredicho años después a raíz de unas pastillas que el masajista del equipo guardó entre 1959 y 1972 para posteriormente ser analizadas. Contenidas, todo tipo de sustancias contra el dolor, relajantes musculares, tranquilizantes y anfetaminas. Hulshoff afirmaba en 1973, que el doctor Rolink les suministraba unas cápsulas denominadas ‘Hagelslag’ (virutas de chocolate) que mejoraban su rendimiento pero que les secaba la boca.

En 1977 Franz Beckenbauer relataba sin ningún pudor en una entrevista concedida a la revista ‘Stern’ cómo varias veces al mes, y con la ayuda de Manfred Köhnlechner, se inyectaba su propia sangre. Franz, conocía perfectamente lo que hacía. “El pinchazo genera una inflamación artificial. Como resultado, la cantidad de glóbulos blancos y rojos de la sangre aumenta” explicaba entonces. Diez años después, el Kaiser dejaría fuera de la selección al portero Schumacher tras unas declaraciones del jugador reconociendo el dopaje como algo sistemático en la época y relatando incluso cómo reconocían por el apodo de “Farmacia andante” a algunos de sus compañeros. 
Llegada la década de los 80’ el Feyenoord esperaba reeditar éxitos de antaño. También las glorias de los años pasados se cubrían de polvo en un Ajax que fue reluciente. Dos soles se enfrentaban de nuevo el 17 de mayo de 1980 por recuperar un pedacito de brillo en la final de la Copa Holandesa.
Treinta años después, pudimos conocer que aquel partido de ritmo incesante en el que el Feyenoord venció por 3 goles a 1 no sólo estuvo determinado por lo que vimos en el campo. Jan Peters, mediocentro de aquel Feyenoord campeón y 31 veces internacional, reconocía que  “antes de los partidos importantes, nos suministraban todo tipo de sustancias: píldoras, bebidas e incluso nos pinchaban en los brazos. A mí no me importaba. Diez minutos después era pura energía sobre el campo. Recuerdo que aquella noche, después de conquistar el título fuimos a una discoteca. Estuve dando volteretas hasta bien entrada la madrugada”. Añadió  que el dopaje entonces, era una recurrente práctica en Bélgica, España y Portugal. 
También compartían algarabía en el país argelino. Corría el año 1982 cuando la Selección de Argelia aparecía de la nada. Lograban su primera clasificación para una Copa Mundial y completaban el hito doblegando a la todopoderosa Alemania Occidental. Dos décadas después, hemos conocido que los hijos de ocho de los jugadores de aquel plantel sufren discapacidades severas. Algo que como ya declaró el delantero de aquella selección, Djamel Menad, dista de ser un patrón casual.
Poco a poco, e inmersos en una la rutina, observamos que cada vez más, el doping era la norma. Los controles de la época eran bastante permisivos y no es hasta el Mundial de 1994, cuando la FIFA decide endurecer sus métodos, un asunto aparentemente importante. Mirando atrás, parece que aquello fueron sólo movimientos estratégicos, y que nunca ha tenido un tratamiento tal. En un informe de 2005, destaca que sólo el 0,12% de los análisis han sido positivos..
Pero la realidad dinsta del espejismo de los informes. Ignorando los casos post-endurecimiento FIFA (8 casos de doping en la Primera y Segunda División Española o las inyecciones “energéticas” del Olympique Marseille campeón de europa en 1993) asistimos a nueve casos relevantes en los que el doping era una práctica habitual entre los años a los que se refiere el informe FIFA. Entre estos casos, el archireconocido Diego Armando Maradona, el cual llegó a acusar a la Federación Argentina de dopar a los jugadores sin su consentimiento.
Menos reconocido es el caso de Ronaldo Nazario. Uno de los mejores delanteros de todos los tiempos aquejado de una de las peores lesiones para un jugador de fútbol: las de rodilla. Con 21 años y un Balón de Oro bajo el brazo, Ronaldo poseía todas las condiciones técnicas para destrozar todos los records de sus precedecesores, pero fue una repetida rotura del tendón lo que destrozó sus sueños.   Bernardino Santi, médico de la selección brasileña que dedicó meses a tratar la lesión del delantero, señaló que aquellas lesiones no eran coincidencia y apuntó a sus inicios en el PSV. La explicación de aquellas se basaba en los esteroides con los que fue tratado Ronaldo en aquella época: “La inyección de estos le provocaron un crecimiento muscular que los tendones no fueron capaces de soportar”. Aquellas declaraciones supusieron el despido inmediato de Santi.

Pero el caso de doping más sofisticado, destacado y de mayor alcance fue el llevado a cabo por la Juventus de Turín entre los años 1994 y 1998. Tres Scudettos, tres finales consecutivas de la Champions League y una Copa del Mundo de Clubes alcanzadas por una generación de futbolistas de calidad irrepetible: Vialli, Ravanelli, Deschamps, Del Piero, Vieri o Zidane. Ahora aquellos títulos desprenden un halo de incredulidad.
Fue el director de la Roma, Zdenek Zeman, quien denunció públicamente el repentino aumento en la musculatura de algunos jugadores de la ‘Vechia Signiora’. Acusaciones que le costaron más de una crítica pero que calaron entre los estamentos judiciales del país y que decidieron llevar a cabo una investigación de la que se arrojó una contundente decisión: los jugadores habían implementado su rendimiento de manera ilegal a través de sustancias y procedimientos de transfusión sanguínea (EPO). A pesar de la incontestable resolución, ninguno de aquellos jugadores fue sancionado e incluso, el declarado culpable, Riccardo Agrícola, médico del equipo italiano, mantuvo su posición en el equipo. El caso de la Juventus sentó un peligroso precedente de impunidad ante la ilegalidad en Italia. Años después, Matyas Almeida declaró que entre el 2000 y el 2002, también en Parma recibían infusiones que “supuestamente sólo eran vitaminas. Pero al entrar al campo era capaz de saltar tan alto como el techo”. Algunos, como Fabio Cannavaro, no tenían pudor alguno en ser grabados mientras se inyectaban (1999, momentos previos a la final de la UEFA en la que el Parma derrotó al Olympique de Marsella).

Varios son los casos que se dieron también tras el cambio de milenio, pero siempre con una misma resolución: la impunidad. Justificada bajo la repercusión del fútbol o bajo el modelo de negocio que supone. Sabemos la respuesta de la FIFA y la UEFA: mi negocio, mis normas. Sabemos la respuesta de los clubes: El éxito es el negocio. Aún confiamos en una respuesta diferente de los jugadores. No sin antes preguntarnos: ¿Por qué no hablasteis antes?  Desde este lado del deporte, sólo queda acusar la gestión liviana del asunto en la actualidad señalando a los máximos organismos y repudiar este tipo de conductas. Exclamar un “no es suficiente” y criticar cada vez más la subjetividad en la que nos vemos inmersos. Un continuo ”y tú más”  que solamente daña nuestro deporte, pero eso ya, parece otro debate.