Si me hubieran dicho el año pasado por estas fechas que mi hijo iba a querer dormir con nosotros hasta las siestas, no me lo hubiera creído. Mi bebito, un recién nacido que después de llorar y llorar en brazos era posarle en la cuna y quedarse frito. Un bebito con el que nunca podía echarme una siesta por más que lo intentara porque se le ponían los ojos como platos en cuanto nos tumbábamos los dos juntos. Esa cara de felicidad que ponía cuando le dejábamos en su cunita a sus anchas para patear y moverse. Por favor, ¡si fue pasarle a dormir a su habitación y a su cuna grande y empezar a dormir toda la noche de un tirón!. Hubiera sido imposible colechar con este bebito.
Pero es que con los niños todo puede cambiar de un día para otro. Mi hijo no quería brazos, quería espacio y opciones para explorar. Quería dormir en soledad y amplitud. Hasta que un día cambió de opinión y en cuestión de pocos meses hemos dado un giro radical.
Se nos acabó el chollo. El nene ya no se duerme si no es en compañía. Primero necesitó dormirse en nuestra cama algunas noches (después le llevábamos a su cuna). Después, todas las noches. Poco a poco eso se fue trasladando a las siestas, me olvidé ya de eso de dejarle en la cuna nada más comer y que se durmiera en dos minutos. La progresión nos lleva a que cada vez sea más complicado trasladarle luego a la cuna. Durante la siesta, por ejemplo, es llevarle a la cuna y despertarse en 20 minutos y armar la marimorena. Y rara es la noche que no le llevamos dos o tres veces a nuestra cama, donde se calla de inmediato. Antes de anoche, por ejemplo, durmió casi toda la noche entre los dos.
Me he dado cuenta de que las siestas (y algunos amaneceres) acaban mal en gran medida porque se despierta solo y eso no le gusta. Abre el ojo, quisiera seguir durmiendo, pero se da cuenta de que está solo y no quiere estarlo. Llora para reclamarnos y llorando se espabila, lo que le cabrea aún más. En estos últimos días que nos hemos despertado juntos tanto por la mañana como de las siestas, he vuelto a ver sonrisas y gestos que yo ya tenía olvidados.
Si seguimos a este ritmo, para enero preveo que dormiremos los tres juntos la mayor parte de las noches (y todas las siestas, por supuesto). Y aunque abrir el ojo y verle dormidito a mi lado sea maravilloso, aunque sea para enamorarse volver a verle sonreir al despertarse, tengo que reconocer que es una costumbre espantosa para mi calidad de sueño. Es imposible dormir mientras uno recibe patadas, manotazos, cabezazos o cuando entre fase y fase del sueño le da por meternos el dedo en el ojo, en la nariz, en la oreja o agarrarme de los pelos, ponerse de pie en la almohada o pegarnos con el mando en la cabeza. ¡Lo que le faltaba a mi insomnio!.
Releo lo que he escrito y me entra la risa... ¡pero a las 5 de la mañana no me hace ninguna gracia!.