No hay existencia tranquila que mil años dure. Los empleados del cementerio local abren la tumba en la que ha de ser enterrado un ciudadano ilustre y, ¡oh, sorpresa!, encuentran un cadáver ajeno sin derecho a descansar eternamente bajo esa lápida. El cuerpo corresponde a un hombre adulto, posiblemente forastero, que a simple vista parece ser fue pasaportado a la otra vida de forma violenta, muestra la cara destrozada a golpes y le han cortado las manos a la altura de las muñecas, de ello es elemental deducir que el asesino ha puesto especial interés en dificultar la identificación de la víctima. Tenemos pues, una tumba profanada y un difunto desfigurado y mutilado. El enigma impone las preguntas de rigor: ¿cuándo se hizo?, ¿dónde se hizo?, ¿cómo se hizo?, ¿por qué se hizo?, ¿quién lo hizo?. La visita accidental de una mente fecunda en células grises sherlockholmianas ayuda a resolver el misterio. Los fallos de la mecánica (el automóvil se avería) aliados con las fuerzas de la naturaleza (el río se desborda inundando durante dos semanas la comarca), sitúan en el escenario del caso a Lord Peter Wimsey, hermano menor del Duque de Denver; exalumno de Eton College, licenciado con matrícula de honor en Historia Contemporánea por la Universidad de Oxford, héroe del espionaje internacional en la I Guerra Mundial (donde conoció a su mayordomo, chofer, ayudante y hombre para todo Mervyn Bunter); su personalidad se ajusta al canon del aristócrata dandy eduardino, bibliófilo, melómano, sibarita degustador de buenos vinos y mejores viandas, exquisito hasta lo remilgado, tan mundano, divertido y conservador como amanerado, afectado e impertinente. Un nobilísimo diablo desocupado, sobrado de tiempo libre y dinero, que distrae su inteligencia e ingenio investigando misterios criminales, invirtiendo altruistamente sus dotes de detective aficionado colaborando con la policía.
No hay existencia tranquila que mil años dure. Los empleados del cementerio local abren la tumba en la que ha de ser enterrado un ciudadano ilustre y, ¡oh, sorpresa!, encuentran un cadáver ajeno sin derecho a descansar eternamente bajo esa lápida. El cuerpo corresponde a un hombre adulto, posiblemente forastero, que a simple vista parece ser fue pasaportado a la otra vida de forma violenta, muestra la cara destrozada a golpes y le han cortado las manos a la altura de las muñecas, de ello es elemental deducir que el asesino ha puesto especial interés en dificultar la identificación de la víctima. Tenemos pues, una tumba profanada y un difunto desfigurado y mutilado. El enigma impone las preguntas de rigor: ¿cuándo se hizo?, ¿dónde se hizo?, ¿cómo se hizo?, ¿por qué se hizo?, ¿quién lo hizo?. La visita accidental de una mente fecunda en células grises sherlockholmianas ayuda a resolver el misterio. Los fallos de la mecánica (el automóvil se avería) aliados con las fuerzas de la naturaleza (el río se desborda inundando durante dos semanas la comarca), sitúan en el escenario del caso a Lord Peter Wimsey, hermano menor del Duque de Denver; exalumno de Eton College, licenciado con matrícula de honor en Historia Contemporánea por la Universidad de Oxford, héroe del espionaje internacional en la I Guerra Mundial (donde conoció a su mayordomo, chofer, ayudante y hombre para todo Mervyn Bunter); su personalidad se ajusta al canon del aristócrata dandy eduardino, bibliófilo, melómano, sibarita degustador de buenos vinos y mejores viandas, exquisito hasta lo remilgado, tan mundano, divertido y conservador como amanerado, afectado e impertinente. Un nobilísimo diablo desocupado, sobrado de tiempo libre y dinero, que distrae su inteligencia e ingenio investigando misterios criminales, invirtiendo altruistamente sus dotes de detective aficionado colaborando con la policía.