Dos canciones: hoy, el cineasta Bochatón

Publicado el 05 septiembre 2011 por Tucho

Para no dar por muertas las secciones de este blog -¡sí, tenía secciones!- retomamos una de ellas, Dos canciones, con la excusa de hablar un poco de Francisco Bochatón, ése compositor personal y algo excéntrico que me gusta más en su fase cancionera que en clave deforme gorriona. Las dos canciones de las que hablaré provienen de un mismo álbum (en verdad, un EP), tan breve como bello: Píntame los labios, editado en el año 2001 como una secuela de su primera obra solista, Cazuela. Aquí vamos, entonces.



Pinamar: Típico caso de canción desoladora pero terriblemente bella. Antes de darle play, lo digo: creo que el mayor mérito del tema es el cambio armónico que hay entre los versos y el estribillo.
Pero empecemos por el principio, porque la introducción te sumerge en ése clima que nombro, con una línea de guitarra simplísima pero efectiva, tan indie que asusta y sin embargo, con un beat de batería y un teclado más bien de canción pop clásica. Los primeros versos pasan demasiado rápido y se produce el citado cruce mágico de armonías.
El detalle podría ser menor pero, aunque a veces no nos demos cuenta, cuando en una canción cambia el plano de los instrumentos puede ser clave para su estructura. En Pinamar, además del cambio armónico, en el quiebre que se da entre versos-estribo, se pasa de las teclas como protagonistas a un arrebato de guitarras (exacto, distorsionado pero no tanto) que acompaña a una letra perfecta. Casualidad o no, en los versos -parte de teclados, digamos- Bochatón canta frases más bien contemplativas, taciturnas -“reflejadas en agua contemplo las estrellas”-, y en el estribillo, en cambio, lo que aparece es “un huracán que la tormenta abrió”, en el paisaje “un resto fiel de la verdad”. Definitivamente, los buenos músicos son buenos cineastas (no estoy hablando de Fito Páez).

Todo va derechito en Pinamar. A primera escucha parece ser una canción redonda pero a la vez tiene ese algo incómodo: Bochatón parece lograr siempre una sensación de deformidad auditiva (?) y para eso ayuda su eterno desgano a la hora de cantar. Por supuesto, las imágenes de la letra y la sensación de separación -¿de una dama?, ¿de qué?- aportan el dramatismo suficiente para que la belleza de la melodía quede embarrada por un halo tristón.
Impecable canción.


Reflejadas en agua contemplo las estrellas
una mente continua mantiene la incoherencia
yo no quería encontrarte de pie, tirando piedras
el espigón, la gente, me mira como siempre
un huracán que la tormenta abrió
a un costado del mundo se quedó
y a la luz de la luna vi el cartel de Pinamar
una sola ventana que cerró
el viento que quería que te quedes
un huracán que la tormenta abrió
a un costado del mundo se quedó
y en el paisaje un resto fiel de la verdad
cualquier cosa que diga no es real
sabiendo que no quiero que te quedes
el hacedor de ideas se estrella en su carrera
la dirección del tiempo es frágil y se tienta
mi corazón de enero traduce los deseos
razón, dame una ayuda
tu luz es la que alumbra
un huracán que la tormenta abrió
a un costado del mundo se quedó
y a la luz de la luna vi el cartel de Pinamar
cualquier cosa que diga no es real
sabiendo que no quiero que te quedes.




22:33:
También dramática, veintidós y treintaitrés exhibe en su música y letra una lánguida depresión, algo así como lo que les sucede a los animales domésticos y a los desocupados crónicos ("?" Nº 2). Imperativa al comienzo, la voz del platense susurra órdenes -¿o las recibe?- durante toda la primera estrofa. “Píntame los labios”, “hazme sonreír”, “bésame en la boca”: cada orden expresa un rito pasajero hasta que el protagonista pide que lo lleven al desierto. Exactamente ahí, la canción pasa de ser un folkito de armonía mayor superclásica a ser menor, es decir, más triste. La languidez la conserva, pero lo que sonaba amigable en un comienzo, deja de serlo. Y los acordes menores de la segunda estrofa hacen que todo suene más arrastrado.
En ese quiebre, se acaban las órdenes y comienza una ligera descripción espacio-temporal: “condición física sin deformidades, falla cardíaca, son las 22 y 33”. Pero la parte menor acaba rápido, como el tema, que concluye en la misma sintonía que comienza, con campanitas de fondo y una leve épica alegre. Todo en un minuto y medio.
El enigma de la falla cardíaca queda varado, pero al desierto de Bochatón nos gustaría ser invitados alguna vez. Ahí, las canciones se ven.

Píntame los labios
hazme sonreír
bésame en la boca
pasa un año junto a mí
llévame al desierto
llévame, llévame
que debes estar ahí
condición física
sin deformidades
falla cardíaca
son las 22 y 33
llévame al desierto
llévame, llévame
que debes estar ahí
Ahí...