Alberto Ruiz- Gallardón y Jón Gnarr. Aunque sus nombres no suenen por igual por estos lares, ambos desempeñan cargos similares y resumidas sus biografías podría parecer que tienen pocas cosas en común. Veamos.
Alberto Ruiz-Gallardón Jiménez, español nacido el 11 de diciembre de 1958, es el actual alcalde de Madrid, cargo que desempeña desde 2003, tras ser durante los ocho años anteriores el Presidente de la Comunidad de Madrid, lo que demuestra una plena y rendida dedicación a su ciudad natal -huelga el nombre-. De familia bien (el padre abogado de ideas monárquicas con despacho propio, capaz de dejar en herencia sus dos apellidos hecho uno, casi nada; la madre ama de casa; lejanamente emparentado con el músico Isaac Albéniz), con estudios (licenciado en Derecho) y fiel, a pesar de Aguirre y su cólera de Dios, a los suyos (el Partido Popular de hoy, la Alianza Popular de ayer), la oposición no duda en calificarle como el caballo de Troya de la derecha, un encantador que una vez en lo más alto de la escalinata se quitará el disfraz y se mostrará como el conservador radical que es. Por su parte, Jón Gnarr Kristinsson, nacido el 2 de enero de 1967 como Jón Gunnar Kristinsson, es desde el pasado 15 de junio alcalde de Reykjavík, la capital nacional más septentrional del mundo. Humorista, bajista punki, guionista de televisión, actor, entretenedortotal, tuvo un padre policía con problemas de ascenso por sus ideas marxistas y una madre, según su caracterización más famosa, Georg Bjarnfredarson -desagradable, calvo, de mediana edad... ¡una especie de Torrente del norte!-, que le arruinó su educación con su feminismo militante. Fundar el Besti Flokkurinn (Mejor Partido) en 2009 fue su excéntrica y satírica respuesta al sistema político que había arruinado al país el año anterior. Más de 3 millones de ciudadanos el español, y pocos más de 120 mil el islandés (en realidad, un tercio de los habitantes del verde país) se despiertan cada mañana al ritmo de sus deseos. Hasta aquí las comparaciones poco parecen unirles, la verdad.
Si Ruiz-Gallardón, el más firme candidato a Jefe de Gobierno de los políticos actuales, pues sería el recepcionista del votante desencantado del PSOE, ve los años pasar sin decidirse a dar el gran salto, y es que uno piensa que su devoción y respeto al titánico Fraga Iribarne, su gran valedor, le lleva a no amotinarse, abandonar el barco o cuando menos dar un golpe de timón que le enfile rumbo a la Moncloa, Jon Gnarr demostró el circo en que se ha convertido la política haciéndose con el 34,7% de los votos de la capital de Ísland, país que se recupera de la bancarrota que sufrió en 2008 y que ha pedido su adhesión a la EU-27, lo que le se tradujo en 6 de los 15 concejales del consistorio y le obligó a un pacto que añadió aun más risas al asunto: si en su programa electoral se incluían la creación de un Disneyworld en las inmediaciones del aeropuerto, la entrega de toallas gratuitas a los usuarios de las piscinas públicas o la presencia de un oso polar en el zoológico de la ciudad, obligó a los políticos socialdemócratas con los que deseaba alcanzar la mayoría a que viesen las cinco temporadas de The wire: buen gusto, mal ejemplo; despotismo ilustrado. Lo que me hace pensar que el punk no es más que otra forma de fascismo, pues el artista más conocido por estos pagosde la música que hacía el “panadero” no tuvo reparos en afirmar, una mala noche televisada, que obligaría a su hija a leer El guardián entre el centeno antes de abandonar la adolescencia. Ella, la hija; él no sé en que punto se encontraba ni encuentra de esa fase.
Ayer, Ruiz-Gallardón se puso las alas que le habrían de llevar a la Moncloa, pero, como Ikaros, fue mal aconsejado -quién sería su Daídalos- y se quemaron, cayendo él al vacío -sí un día remonta el vuelo oiremos hablar del ave Fénix, al tiempo-. Acudió al palacio a ver si concedían una excepción y le permitían refinanciar la deuda de su ayuntamiento -¿7000 millones de euros?; ¡a buen sitio has ido a pedir!, que una cosa es que tú digas que no aspiras a la Presidencia del Gobierno y otra que mi circunflejo presidente se lo crea-, tal vez también a ver la decoración de la residencia y preparar unos bocetos que le sirvan a sus decoradores, tal vez porque se haya percatado que como algún presentador de late show night descubra mañana a Jon, o alguna tertuliana con menos luces que el camerino de Stevie Wonder (perdón por mi incorrección: las otra opción era que un cayuco) se deje llevar de mitin en mitin, el chollo se les acaba y terminamos poniendo a un Chikilicuatre a improvisar en la jaula de San Jerónimo.
Y es que no es creíble que en una isla del norte, una tierra fría e inhóspita, demuestren un sentido del humor mayor que aquí, donde nos las damos de ser el pueblo más alegre y chistoso del mundo, Brasil aparte. Que sí, que tenemos alcaldes heavies o lanzados -los heavies suelen ser tradicionales-, pero nada comparable a lo del señor Gnarr: lo suyo es capital. Ni siquiera los gemidos, los videojuegos y los exabruptos de la actual campaña catalana son comparables al discurso vikingo, que por otra parte parece que funciona en los despachos. El problema nuestro es que nos tomamos demasiado en serio. Por eso nos duele una derrota deportiva, esperar dos horas los resultados de una operación para escuchar que todo ha salido perfecto, descubrir que nos han cambiado a nuestro camarero, ése que sabía cómo tomamos el café y no nos molestaba con sus preguntas. Nos hemos hecho europeos, lo que sumado a nuestra natural pesimismo, junto a la envidia el rasgo más definitorio en un español, nos hace insoportables. Una pena. Jón asistió este año travestido al desfile de la celebración del Día del Orgullo Gay en su ciudad. Si al menos Alberto lo hiciese de Odiseo por carnavales... Algo tendrían en común, aparte de lo graciosos que parecen. Lo que les une más que les separa.
Jón Gnarr, en el desfile del Día del Orgullo Gay