Ajenos a la maldad del mundo, dos pequeños corretean alegremente por el campo. El ritmo de la vida parece detenerse por un instante, dándole tiempo para que el par de criaturas puedan llenar sus corazones con un poco de la belleza que los rodea. No hay motivo alguno para dejarse llevar por las oscuras sombras del pasado. Los últimos rayos del sol pintan toda la campiña con pequeñas pinceladas de tono dorado. Pronto, la noche hará su aparición, dándole una oportunidad de descansar a todos los corazones cansados.
Dos pequeñas manos se entrelazan con suavidad infinita. Juntos, se sienten capaces de escalar la montaña más alta o derrotar a aquellos extraños monstruos que se esconden en la oscuridad. Por separado, cada uno no puede evitar sentirse frágil, sujeto a la a veces arbitraria voluntad de los mayores. Pero juntos, todo rastro de miedo desaparece.
Tal vez mañana, por un cruel juego del destino, esas dos pequeñas manecitas terminen separándose, sintiendo por primera vez el frío de la soledad, ese caricia que les resulta tan familiar a los adultos.
Pero por hoy, para ellos, la vida sigue teniendo el mismo perfecto sabor a caramelo. No hay tiempo para dejarse amargar el corazón pensando en el futuro. La vida para ellos apenas comienza.