Dos en el balancín

Publicado el 07 mayo 2012 por Josep2010

Robert Wise fue un director que supo tocar con acierto muchas teclas y se ganó en vida el apelativo de artesano que injustificadamente y durante mucho tiempo substituyó en muchas ocasiones el más apropiado de artista, subjetivamente situado a un nivel más elevado; vista detenidamente su extensa obra cinematográfica se observa que en ella hay títulos de todo género y algunos destacables, tomando como excepcional West Side Story, con toda seguridad la película que le sitúa inmediatamente en la memoria de cualquier aficionado al cine.
En este bloc de notas apareció en la segunda reseña publicada y a pesar de haber disfrutado de varias de sus obras, compruebo que la primera ocasión sigue siendo, hasta ahora, única, aunque su nombre ha sonado en su actividad de director de montaje con poco sentido de la oportunidad, todo hay que decirlo, así que ya ha llegado la hora de repasar otra de sus estimables piezas.
Precisamente después de la titánica empresa musical mencionada se ocupó Wise de llevar a la pantalla la íntima relación de dos personajes que nacieron de la pluma de William Gibson, una pareja representada en Broadway por Anne Bancroft (en su debut teatral) y Henry Fonda bajo la dirección de Arthur Penn, comedia melodramática titulada Two for the seesaw que tuvo un éxito colosal y que como era lógico, despertó en Hollywood las ganas de aprovechar un buen texto, así que en 1962, y ya que Arthur Penn y Anne Bancroft estaban ocupados filmando otra pieza del mismo autor -que a la postre significó otro éxito- y no estaban disponibles, después de alguna que otra duda el productor Walter Mirisch se hizo con los servicios de Shirley MacLaine y Robert Mitchum para incorporar a Gittel "Mosca" Moscawitz, una bailarina neoyorquina y Jerry Ryan, un recién llegado de Nebraska, Omaha, una pareja cuya relación la define su creador ya en el título de la obra teatral, conservado en la película Two for the seesaw que en España recibió, como de costumbre, la traicionera traducción de Cualquier día en cualquier esquina; no he podido hallar datos referentes al trato que le dio la censura carpetovetónica, pero sí hay rastro de una representación teatral que mantuvo con buen criterio el título de Dos en el balancín, a mediados de los años sesenta.

El guión escrito por Isobel Lennart trata de ocultar el origen teatral e introduce diversos personajes para arropar a la pareja protagonista y lo único que consigue es proclamar a los cuatro vientos que lo realmente interesante es lo que les pasa a esas dos personas que van tomando cuerpo lentamente por sus acciones, sus diálogos, sus propuestas y respuestas, permitiendo que el espectador, como ocurre en la vida real, se vaya haciendo una idea muy próxima de la forma de ser de cada uno: sin prisa pero sin pausa, Wise adopta la plácida situación del mirón silencioso, manteniéndose en una prudente distancia y dejando que sus personajes se muevan con libertad, dándoles el aire preciso y remarcando con cariño los trances sentimentales que van viviendo.
Quizá con la retina todavía marcada por su anterior obra, Wise adopta el magnífico formato de panavisión (2.35:1) ****Los Vengadores, con tantos tipos disfrazados volando y tantas leches, la ruedan en un triste y paupérrimo (1.85:1) pero se decide por un espléndido Blanco y Negro que confía a las excelentes manos del camarógrafo Ted D. McCord que se luce a conciencia retratando con firmeza esa pareja que vive en dos destartalados apartamentos recreados por Edward G. Boyle con un aire que en ningún momento intenta sustraernos de la sensación teatral que con toda su fuerza nos impregna al escuchar los estupendos diálogos.
Hay pues una cierta contradicción entre la voluntad tácita de Wise de no rehuir el origen teatral y la confección del guión que ofrece la posibilidad de sacar la cámara de esos dos apartamentos, de alejarla, moverla, hacerla transitar por las callejuelas de la gran orbe, introduciendo personajes como amigos de Mosca y el bufete donde Jerry empieza de nuevo su trabajo, pero Wise ordena recrear en estudio los dos apartamentos uno al lado del otro y mueve la cámara hacia atrás para ofrecernos, como en imagen partida, al modo usual en la época, las llamadas telefónicas que ambos se intercambian.
Porque a Wise, hombre de cine con experiencia en diversas lides, le importa bien poco que a los quince minutos el espectador perciba el origen teatral de la historia: está tan bien escrita, sus réplicas tan bien orquestadas, que aquello huele a teatro del bueno a leguas. ****De hecho, la obra de teatro sigue representándose y se ha convertido en un clásico en Estados Unidos y Canadá
Así que esforzarse por ocultarlo es baladí, pues el espectador lo va a notar igual: mejor dedicarse a contar la historia, a cuidar a esa formidable pareja de intérpretes que, más allá de la palabra, saben expresar sentimientos con la mirada y el gesto, y ahí está Wise dirigiendo y recogiendo los frutos.
Gittel Mosca es una joven bailarina con un corazón enorme capaz de ayudar a un desconocido solitario recién llegado de Omaha, Nebraska, a medio camino se llegue de donde se llegue y el recién llegado, Jerry Ryan, es un hombre que pide ayuda. Son dos almas solitarias pero hay una sensación de obstáculo, una atadura que impide la libertad, una duda que frena, una voz en la lejanía, un eco emocional perturbador que no cesa. Hay una duda que empaña la relación y la cámara quieta de Wise escruta impávida el rostro de Jerry que mantiene su mutismo mientras Gittel se revuelve y exige saber porqué su entrega sin concesiones halla tan tibia respuesta. Como en la vida misma, el lance amoroso reviste complejidad y cada uno de los amantes observa al otro y se observa a sí mismo de una forma diferente, propia, y Wise nos lo cuenta con su cámara sin que perdamos detalle, sin ahorrarnos nada, ni bueno, ni malo: conocemos más que ellos mismos lo que les pasa, sus zozobras personales, el desengaño, el miedo al fracaso, el valor y la indecisión ante un futuro incierto y el recuerdo de un pasado que clama un retorno, la construcción de un proyecto en común que se basa en ilusiones más que en realidades, la constatación de una realidad personal que habrá que encajar tarde o temprano...
La trama romántica pertenece por derecho propio al género grande por el tratamiento otorgado a cada uno de los dos personajes y en la película de Wise hay además de la excelente caligrafía cinematográfica marca de la casa que sabe mantener el ritmo apropiado y expresar y remarcar cuando conviene, dos puntos a resaltar: la estupenda banda sonora compuesta para la ocasión por André Previn dotada de aires jazzísticos que puntúan las situaciones sin molestar en absoluto y la excelente labor interpretativa de la pareja formada por Shirley MacLaine y Robert Mitchum, ambos inmejorables representantes de los caracteres asignados, adecuadísimos y compenetrados, un verdadero placer para los sentidos del aficionado que se dará cuenta del enorme valor de un trabajo interpretativo realizado sin apoyarse en caracteres extraordinarios, gentes normales y cotidianas que transitan por una historia de amores y desamores, de recuerdos y olvidos, sin grandes gestas ni grandes gestos, un día a día tan normal que parece, ya lo dije, como la vida misma. Enormes, ambos.
Una película, pues, que ningún cinéfilo con buena nariz para las buenas historias pequeñas, íntimas, grandes en su representación, debería dejar a un lado; absolutamente imperdible su visionado en v.o.s.e. aunque, justo es decirlo, el doblaje al castellano es de los buenos.
Intro