Necesitamos propósito e identidad, así que los buscamos fuera de Cristo. Buscamos conocimiento para la mente, experiencias satisfactorias para las emociones, y fortaleza para la voluntad. Pero todos estos, sin importar cuánto “éxito” podamos tener con ellos, no son otra cosa que un invento de la verdadera vida de Dios. Pero antes de que el Espíritu de Dios habite en nosotros, lo único que podemos hacer es caminar tras la carne. Después de todo, estamos en la carne. Es el reino en el cual vivimos.
Cuando recibimos la salvación, estamos en el Espíritu todo el tiempo. Nuestra ubicación en el Espíritu es permanente. Sin embargo, siguen existiendo dos formas en las que podemos andar: Podemos andar según la carne o según el Espíritu. A cada momento, decidimos como un acto de nuestra voluntad andar de una forma o de otra. ¿Es el Espíritu quien nos guía, y le permitimos dar testimonio a nuestra verdadera identidad y a nuestros verdaderos deseos? ¿O estamos prestando atención al llamado de la carne y tratamos de satisfacer nuestras necesidades por medio de otras estrategias?
Cualquiera que sea nuestra decisión de andar en un momento dado, es importante saber que seguimos en el Espíritu de Dios. Cuando andamos según la carne, es que no nos estamos comportando de la manera que somos. Ni estamos actuando en correspondencia con en quién estamos. La fuente de la conducta pecaminosa no somos nosotros sino un ente externo al que le permitimos funcionar como un parásito:
• No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias (Romanos 6:12).
• De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. (Romanos 7:17, 20).
• Pero veo otra ley en mis miembros (Romanos 7:23).
¡Pelear la buena batalla!
En la película Corazón valiente, un joven escocés llamado Robert Bruce se debatía entre los puntos de vista de supervivencia de la nobleza escocesa y los de William Wallace, el personaje principal. Wallace lidera con heroísmo una rebelión, luchando por ser libres de Inglaterra de manera incondicional.
Robert al final se lamenta de su tonta decisión de estar del lado de la nobleza y traicionar a Wallace. Se vuelve a su padre y le dice: “No quiero perder el ánimo. Quiero creer como [Wallace]. ¡Nunca más estaré en el lado equivocado!”. Al comprender que falló al no tomar partido por lo correcto, Robert entonces lucha de todo corazón junto a los hombres de Wallace y ayuda a Escocia a ganar su libertad.
La lucha interna que experimentó Robert Bruce me recuerda cómo es ser cristiano, pero sin saber de qué lado se está en realidad. Para poder luchar con heroísmo del lado correcto, los cristianos necesitamos responder un par de preguntas difíciles: Si me parezco tanto a Jesús ahora, ¿por qué sigo luchando todo el tiempo con las tentaciones? ¿Soy acaso mitad nuevo y mitad viejo? Estas son preguntas importantes que merecen respuestas firmes. Y, para nuestro bien, hay respuestas firmes que nos equipan para pelear la buena batalla, confiados en que estamos del lado correcto.
Es indispensable que reconozcamos el poder del pecado como un agente externo. Reside fuera de nuestro “hombre interior” en los miembros de nuestro cuerpo.
Es un parásito que puede controlar nuestra vida; si se lo permitimos. Si lo dejamos, terminamos obrando según “sus concupiscencias” (Romanos 6:12), no según nuestros propios deseos. Si seguimos los deseos del pecado, entonces permitimos que una fuerza villana se infiltre y nos niegue el privilegio de transmitir la vida de Dios. Dios nos volvió a crear en Cristo Jesús para decir no al pecado y sí a lo que en realidad somos. Al tener nuestros sentidos despiertos a la gracia del cielo, escuchamos al Espíritu dar testimonio: Somos nuevos. Somos justos. Estamos en Cristo. Y estamos en el lado correcto.
- Tomado del libro El cielo es ahora por Andrew Farley. Publicado por Casa Creación. Usado con permiso.
Fuente: Vida Cristiana