Los dos últimos ensayos que he leído forman parte del catálogo de Clave Intelectual, una editorial atenta al pensamiento crítico (como si existiera otro) contemporáneo. Empezaré hablando del segundo, de título prometedor, El casino que nos gobierna, de Juan Hernández Vigueras. En él se desgranan los diversos juegos y herramientas financieras bursátiles (swaps, CDS, etc) que constituyen la economía digamos virtual, para diferenciarla de la economía real, aquella que se sustenta en algún bien material y tangible. Pese a su considerable volumen me ha parecido que el libro de Vigueras aporta poco desde el punto de vista técnico y literario. Se pasa casi siempre por encima de las descripciones de los productos derivados financieros (wikipedia sigue siendo hasta ahora la mejor manera de acercarse al lenguaje críptico de estas ‘armas de destrucción masiva’), lejos del acertado espíritu didáctico y la intensidad narrativa (y eso que hablamos de libros de divulgación económica) de Matt Taibbi en Cleptopía o de Marc Roche en El Banco: cómo Goldman Sachs dirige el mundo; asimismo las tesis del autor resultan monocordes y reiterativas, como si el libro estuviese compuesto a base de retazos en los que se echa de menos un hilo argumentativo sólido y unitario. El casino que nos gobierna resulta útil sin embargo como analecta –nunca exhaustiva- de infamias económicas. Cabe agradecer al autor el trabajo de acopio de materiales que convierten este libro en una primera aproximación divulgativa para que el lector realmente interesado bucee en otros textos y otras fuentes.
Mucho más interesante me ha resultado el pequeño ensayo de Alain Badiou El despertar de la historia. En este libro Badiou analiza las revueltas del mundo árabe y de los indignadosespañoles. El pensamiento de Badiou es un pensamiento a mi parecer realmente revolucionario, un pensamiento que se atreve a escapar (sí, prepárense, tápense los ojos y los oídos) del consenso democrático. Las tesis de Badiou me parecen certeras y estimulantes. La primera de ellas es que las revueltas árabes no esconden un impulso democrático a la occidental (algo que repitieron machaconamente nuestros medios de (des)información). Los árabes no se revelaron porque quisiesen convertir sus países al way of life europeo o estadounidense, se congregaron en las plazas porque querían despojar a los dirigentes del poder y erigirse en una fuerza histórica capaz de instituir sus propias reglas (no necesariamente democráticas). Badiou consigue de esa manera desligar ‘revuelta’ de ‘búsqueda de democracia’. La democracia no es sino una manera en la que puede instituirse el impuso revolucionario, ni mucho menos la única. La segunda tesis a mi parecer digna de ser reseñada –y que de algún modo tiene que ver con la primera- es que la democracia representativa actual es un antídoto contra la revuelta. Examina al respecto las aplastantes victorias conservadoras en Francia y España tras el mayo del 68 y tras el movimiento 15-M, respectivamente. Badiou analiza formalmente la categoría de revuelta. Partiendo de la revuelta nihilista (una multitud de gentes que se agrupan con un objetivo no perdurable) llega hasta idea de revuelta revolucionaria que, según él debería poseer tres características necesarias: la intensificación (el ciudadano ‘desclasado’ toma conciencia de su situación y levanta la vozpara manifestar su equiparación con el resto), la representación (la multitud congregada debe representar de un modo diríamos ‘fractal’ la multiplicidad social y cultural del Estado al que pertenece) y la localización (la multitud debe concurrir en un lugar que quedará investido como situs vinculado al acontecimiento: Plaza del Sol, Plaza Tahrir, etc). Badiou propone (y esta quizás sea la parte más oscura y menos argumentada del libro) la idea de que un movimiento dotado de esas características, un movimiento que supone un verdadero despertar histórico, debería finalmente instituirse como una tiranía (resistente al apaciguamiento estandarizado de las urnas) que se encaminara, no aun Estado tal y como lo conocemos, sino a su propia disolución, a la culminación del verdadero comunismo.