La práctica swinger es la carnada de esta ficción que sobre todo se ríe del desencuentro sexual que suele afectar a las parejas con más de diez años de convivencia. Mientras Ricardo y Betina le temen (y se empeñan en evitarlo), Diego y Emilia lo padecen (por eso deciden combatirlo).
En un segundo plano, el film también les toma el pelo al discurso y las actitudes cool (el personaje de Suar le dedica un pequeño parlamento a este adjetivo de origen inglés) recurrentes en una franja de compatriotas: treintones largos con alto poder adquisitivo, preocupados por mantenerse jóvenes, atractivos y sexualmente activos para “seguir disfrutando de la vida”. La caricatura de la argentinidad tilinga se hace carne en la dupla compuesta por Peterson y Minujín y en el personaje secundario a cargo de Alfredo Casero.
Uno se hace llamar “Richard”; el otro “Paul”. En distintos momentos, ambos advierten que el intercambio de parejas se da siempre entre “gente como uno”, “todos profesionales”. La acción transcurre en restaurantes caros, salas multicine, barrios privados y en una clínica de alto nivel ubicada en Puerto Madero. Incluso el Diego de Suar se permite dos chascarrillos antiK: 1) cuando la esposa le recrimina que hacen el amor sólo los feriados, él contesta que “entonces es bastante seguido”; 2) cuando cuenta (miente para disimular) que su hijo hará de Moreno en la escuela, enseguida aclara “Mariano”.
La osadía de Vera, Cúparo y Kaplan consiste menos en filmar las aventuras sexuales de los protagonistas que en mostrarlos aferrados a una existencia comodísima. No por casualidad Diego, Emilia, Ricardo, Betina abandonan la transgresión (de pacotilla) cuando las papas queman.
En este sentido existe cierto punto de contacto entre Dos más dos y la para nada taquillera Todo queda en familia. Recordemos las palabras del director de esta película serbia que se estrenó a fines de julio en Buenos Aires: “Nuestra vida está muy determinada por nuestros empleadores, familia, Iglesia, Estado, medios de comunicación y dinero. Parece que lo único que resta susceptible de cambio es la persona con quien compartir nuestra cama”.
La memoria cinéfila nos retrotrae casi una década atrás y nos recuerda la comedia francesa 7 años de matrimonio (cuyo afiche, dicho sea de paso, inspiró aquél de Viviendo con mi ex). El film de Didier Bourdon también se rió de la pacatería que define al personaje de Suar, pero no como característica personal, sino como distintivo de la pequeña burguesía gala.
Si se trata de encontrar antecedentes más osados en el plano sexual, entonces bien vale recordar Cama para tres de Josiane Balasko. Este otro largometraje de origen francés propuso una alternativa no swinger, sino homoerótica para salvar a un matrimonio hétero, víctima del tedio de la infidelidad serial.
La comedia pasó sin pena ni gloria por nuestra cartelera cuando se estrenó en 1996. Transcurrieron dieciséis años desde entonces, y sin embargo hoy nuestra prensa y nuestro público reaccionarían con una indiferencia similar, en parte porque prefieren -se sienten seguros con- la precavida combinación de humor, picardía, osadía que admite el experimentado y certero Suar.