Ambientación, hostilidad y lenguaje, tres pilares sobre los que se sustenta una novela que rasca más allá de nuestras conciencias, y que debería hacernos reflexionar sobre la manera que tenemos de comportarnos con el mundo que nos rodea, y lo que es peor, acerca de qué panorama vamos a dejar detrás de nosotros. No se entienda este planteamiento como una muestra de un texto creado únicamente para remover esas conciencias, no hay dogmatismo alguno en el autor, sólo la voluntad de reflejar un mundo despojado de todo lo superfluo, incluyendo cualquier signo de progreso, y en el que la condición humana es la que tiene que abrirse camino, con todo su equipaje de odios, valor, desconfianza, supervivencia, acaso amor, venganza y poder. En conclusión: puros instintos.
Ha habido voces que han querido encuadrar esta novela en la narrativa de la desolación, tal y como la practican también algunos otros autores españoles, tal vez haya que elevarla un punto por encima de los géneros, es lo que merece la dureza de lo que cuenta, el hecho de despojar de aditamentos a la naturaleza humana, de permitir que el lector se enfrente al espejo de la especie, tal y como tienen que hacer en cada página Enis, Andera o el misterioso y colosal Taner.
Huir al norte, buscar el agua, escapar de la sombra de la muerte o de uno mismo, en definitiva encontrar un hueco en ese mundo hostil, nada menos que esos propósitos alberga Ginés Sánchez en esta obra.
Dos mil noventa y seis. Ginés Sánchez.Tusquets. Barcelona 2017. 335 págs. 18 euros.