Dos palabras: Roberto Iniesta

Publicado el 12 noviembre 2017 por Miguelm86

1990. El programa Plastic, de TVE, emitía la actuación musical de una banda liderada por un tipo envuelto en una túnica blanca adornada con una bellota. Con una corona metálica en la cabeza y acompañado por un guitarrista que lucía tricornio en la suya, el cantante recitaba: “Nací un buen día, mi madre no era virgen, no vino el rey, tampoco me importó, hago milagros, convierto el agua en vino, me resucito si me hago un canutito”. El estribillo era claro: “¿Cuánto más necesito para ser Dios?”.

Esas imágenes serían impensables en la TVE de hoy sin que se montara un escándalo mayúsculo. El grupo se llamaba Extremoduro y su líder, Roberto, “Robe”, Iniesta. Venían, como su nombre indica, de Extremadura, concretamente de Plasencia. Aquella fue de las pocas ayudas mediáticas relevantes de un grupo que había financiado su maqueta el año anterior con un método que algunos estudiosos consideran el primer crowdfunding. Es decir, pedir pasta a sus colegas pero sin internet mediante.

Han pasado casi 30 años. Por el camino, Robe y Extremoduro han hecho historia en el rock estatal. Su “rock transgresivo”, nombre de aquella primera maqueta, ha acompañado a varias generaciones de fans en walkmans, discmans e infinidad de conciertos. El rock hecho en castellano no se entiende sin Robe. No hace falta decir mucho más. Extremoduro ha sido siempre lo que Robe quería que fuera. Lo que le venía en gana. La ortodoxia rockera y cruda se dejó patente en sus primeros álbumes, desde la citada maqueta hasta el “¿Dónde están mis amigos?” de 1993. Antes nos dejó “Somos unos animales” y “Deltoya”. Robe y los suyos, que han ido cambiando con el paso de tiempo, eran ya referencia. El poeta maldito, genuino, asombró en 1995 con “Pedrá”, un disco conceptual que ya jugaba con otros ritmos, melodías e instrumentaciones, quizás anticipo de lo que vendría mucho más adelante.

Con el grupo en su mejor momento llegó “Agila”, obra cúlmen en cuanto a éxito y proyección nacional e internacional. De ahí salió una gira que dio lugar a uno de los discos en directo más míticos de nuestra escena: “Iros todos a tomar por culo”. En esos conciertos, realizados junto a Platero y Tú (la banda originaria de Fito, por si algún joven millenial anda despistado), se le unió Iñaki “Uoho” Antón. El guitarrista también de la banda de Fito sería pieza clave en los años posteriores de Robe. Tras “Canciones Prohibidas” el Robe se centró en un proyecto llamado “Extrechinato y Tú” junto a su amigo Fito y el poeta Manolo Chinato. Otro signo de que el Robe no quería pasar a la historia de la música haciendo siempre lo mismo.

Cuando parecía que al etapa de rock trangresivo había llegado a su fin, Robe nos regaló “Yo minoría absoluta”, quizás el último álbum con una línea “dura” pero que aún así incluía alguna de las “baladas” más comercializadas de la banda como “Standby” o “La Vereda de la puerta de atrás”. 6 años tardó el artista extremeño en volver a la actividad comercial. “La Ley innata” marca un antes y un después. Se comienzan a escuchar más violines, más vientos. El ritmo ha cambiado. “Es Extremoduro pero menos duro”, se empieza a comentar en los mentidero rockeros. En esa misma dinámica se enmarcaron “Material Defectuoso” (2011) y “Para todos los públicos” (2013). Éste fue el último trabajo con la marca Extremoduro. Robe, quién sabe si para evitar lastrar la exitosa marca, decidió ser Robe.

Dos discos tiene ya sólo con su nombre: “Lo que aletea sobre nuestras cabezas” y “Destrozares”. A presentarlos en directo es a lo que se ha dedicado durante una extensa gira que comenzó en teatros. Nadie en los 90 pensaría que vería a Robe sentado. Tampoco que sonara más en sus canciones un violín, un clarinete o un saxo que una guitarra eléctrica. O que pidiera a la gente que no se pusiera de pie para no molestar al resto. No sé si alguien en los 90 pensaba que todo el mundo pudiera grabar sus conciertos con extrema facilidad. Robe tiene una cruzada personal contra ese tema. Los genios tienen eso, filias y fobias. Será impopular decirle a la gente que no grabe pero yo estoy de acuerdo con él en lo básico de su mensaje: “Disfruta del concierto. Es único, ¿Para qué quieres grabarlo? ¿Sólo para mostrarle a la gente que has estado?”. En este Black Mirror lleno de pantallas, yo me posiciono con el Robe en su queja. “Si me enfocáis con la luz del móvil salgo a la calle, cojo un saco de piedras e igual os cae alguna”, dijo. No sería capaz de decirle a nadie que se guarde el móvil. Ni agredirlo, claro. Pero comparto el mensaje.

Dejando detrás las legítimas manías, sobre todo en los últimos años, del personaje en cuestión, lo que hace Robe en su última gira sigue teniendo su esencia. Sus dos últimos discos no gustarán a los más puristas, que renegarán de su evolución y le pedirán más caña. Pero Robe lo deja claro: “Sigo siendo el mismo loco”, como canta en “Donde se rompen las olas”. Es el mismo loco pero ahora le apetece un ritmo más pausado, más presencia instrumental, más delicadeza. Todo ello no evita que por momentos Robe siga sonando a Extremoduro en determinados momentos puntuales. Pero no,claro, no es Extremoduro, insistirán los puristas.

Robe se acompaña, como hizo el pasado sábado 11 de Noviembre en el Palacio de los Deportes de Madrid (Wizink Center dicen que se llama ahora), de un violinista, un teclista, un corista, un batería y un bajista que hace las veces de saxofonista y clarinete también (tremendo, por cierto). ¿Guitarras? Sólo la suya. Robe nunca ha sido mucho de hablar. Aquella noche no fue la excepción. Dejó dos momentos, eso sí. El primero para dedicar “Nana cruel” a los niños refugiados muertos en el mar: “Duerme que ahí afuera solo hay monstruos, solo hay gente que te compra y que te vende, que te odia, que te miente, que te roba, que te mata, que te viola y que no siente nada”. Piel de gallina. El segundo, para homenajear, a su manera, a Chiquito de la Calzada. “Esta canción no va de fistros pecadores, va de guarrerida sexual”. Era “Por ser un pervertido”, que tiene versos como “Y le estoy buscando explicación. Y no la encuentro alrededor. Lo tengo merecido. Por ser tan primitivo.

El repertorio de la gira está íntegramente compuestos de canciones de los dos últimos discos. Prácticamente las toca todas y sólo deja dos momentos a la nostalgia. Uno, efímero. Tras el parón típico de 15 minutos que viene haciendo Robe desde hace más de una década, suenan los primeros versos de “Extremaydura”: “Desde que tú no me quieres, yo quiero a los animales. Y al animal que más quiero es al buitre carroñero. Desde que tú no me quieres, yo todos los días me muero. Y alimento con mi carne, en Monfragüe, buitres negros”. Robe se ha reconciliado con su tierra en los últimos años tras un largo período de desencuentros y vetos. Eso le permitió recibir la Medalla de Oro de la región y volver a tocar en Plasencia. Quizás de ahí venga el homenaje en la introducción de un tema como “Cartas desde Gaia” (“Voy a empezar por decir que no creo en la moral de la sociedad, en que si digo que no existe Dios ni santísima trinidad”). El otro momento nostálgico llegó, en la penúltima canción, de la mano de “Si te vas”. Una balada romántica made in Robe que estaba incluida en aquel “Material defectuoso” de 2011. Como suele suceder, este “clásico” fue el más coreado de la noche.

Robe cerró su show, de más de dos horas, parón incluido, con “Un suspiro acompasado”. El sonido durante todo el concierto fue espectacular, casi mejor que en el disco. La voz de Robe no muestra síntomas de flaqueza, más allá del cambio evidente en el timbre provocado por el paso de los años. Dentro de un repertorio “homogéneo” se puede identificar una primera parte, antes del parón, más calmada. Con un Robe sentado en un buen puñado de canciones. Y una segunda más pesada, con sonidos un poco más rockeros. En la primera entraron “El cielo cambió de forma”, “Ruptura leve” o “Querré lo prohibido”.

En la segunda, otras como “Puta humanidad”, donde Robe sigue siendo Robe. El maldito Robe anti todo y destructor que es capaz de hacer una canción de amor y a los cinco minutos reventarlo todo. Tal y como resumía hace años uno de sus temas, “Necesito droga y amor”: “He dejado de creer en la puta humanidad, creo que lo mejor sería una guerra nuclear. Quizás algo tendría que hacer, me levanto del sofá y he roto la tele del salón una vez más”. También vuelve a sentirse Dios en “Por encima del bien y del mal”. Y a amar ensanchando el alma en “Y rozar contigo”.

Antes Robe había “renunciado al mundo” y había sacado su bandera, su única bandera, la de las bragas negras. O se había reivindicado buen “Guerrero” (“Que me importa un bledo. Todo lo que no sea luchar. Contra el enemigo. Que vive conmigo. Hasta hacerle claudicar”). Y por supuesto, se había levantado “Contra Todos” hasta quedarse sólo. (“Otra vez me levanto contra todos. Si la vida…, me vuelvo a preguntar. Si en la vida me vuelvo a equivocar…Ahora qué, ahora que estoy, que estoy tan solo”). También, en “La Canción más triste”, nos confesó todo lo que había llorado. Y claro, él nos lo correspondió con su clásico: “Sos queremos”.

Robe tiene 55 años. Ya no es el que cantaba “me voy a poner Deltoya sin parar” o se pregunta cuántos de sus amigos están presos. Pero es, en dos palabras: Roberto Iniesta. Poeta. Genio. Eterno.