Dos poemas de El bar de Lee, dedidados a un olmo

Publicado el 19 marzo 2015 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
RÉQUIEM POR MI OLMO

El domingo al ir a comer a casa de mis padres en Móstoles, me llevé la desagradable sorpresa de descubrir que los técnicos del ayuntamiento habían talado el árbol cuyas ramas se veían desde la ventana de mi antigua habitación –un segundo piso-. Era un olmo de más de cuarenta años, de posiblemente la misma edad que la urbanización en la que está ubicada la casa de mis padres, construida a principios de los años 70. No recuerdo asomarme a la terraza de mi antigua casa y no ver las ramas del árbol. En mi poemario “Móstoles era una fiesta” de 1998 hay dos poemas (al menos) en los que hablo directamente de este olmo (mi olmo). Estudiaba y por las tardes, si giraba la cabeza me podía encontrar con un mirlo que se posaba allí sobre las 7 de la tarde. Después empezó a anidar allí una pareja de palomas. 

Mi padre tiene un cuaderno en el que iba anotando el día en el que en primavera le crecían los primeros brotes verdes, también anotaba cuándo se acababan de caer sus hojas en otoño. De esta forma constataba el paso de las estaciones y los posibles avances del cambio climático.
El olmo crecía próximo a la fachada, pero hasta ahora, en sus podas, los técnicos del ayuntamiento iban propiciando su crecimiento hacia el exterior. Yo nunca tuve un perro (por más que de niño se lo pedí a mis padres), pero sí que cuidé gusanos de seda, periquitos, canarios, peces de agua fría o calientes, hamsters y tortugas. Creo que estaba más encariñado de mi olmo que de todos estos animales de vidas más efímeras. El olmo ha sido mi mascota más perdurable.
Mis padres sospechan que algún vecino del bloque se ha quejado del olmo al ayuntamiento: crecía muy pegado a la fachada y esto podría llevarle al derrumbe. Ya saben, hace unos meses, de forma bastante seguida, se cayeron dos árboles en el Retiro que mataron e hirieron a dos personas. Para evitar la psicosis colectiva y la presión de los medios, los ayuntamientos están talando casi indiscriminadamente árboles en nuestras ciudades. La psicosis de los árboles asesinos, igual que en otras épocas hemos vivido las psicosis de los perros asesinos, de los skinheads asesinos o de la gripe A asesina. Y no quiero concluir con esto que no existan los árboles que se caen, los perros agresivos, los skinheads violentos o la gripe A dañina, sino que somos una sociedad profundamente fácil de manipular. Si veinte de nosotros nos pusiésemos de acuerdo para difundir el bulo de que se ha caído un ascensor en Madrid y que han muerto dos personas, y dos días después comentamos que se ha caído otro ascensor en Málaga y han muerto tres personas, los medios de comunicación dejarán de hablarnos de corrupción política, de desahucios o de cualquiera de estos temas tan desagradables y realizarán extensos reportajes sobre la peligrosidad de los ascensores, entrevistarán a los supervivientes de sus fallos, etc. Los ciudadanos empezaran a hablar preocupados sobre el tema, se prohibirá a los menores de edad usarlos, para los adultos su uso será una temeridad viril más grave que fumar; y poco a poco dejaremos de usar los ascensores (en el proceso alguna empresa de reparación de ascensores hará también su agosto), pero no desaparecerán porque en seis meses esta psicosis habrá dado paso a la siguiente.
Mi olmo, otra víctima del aparato de desinformación del Estado. Espero que mi vecino delator descanse a gusto, al saber que la grave amenaza vegetal que pendía sobre su cabeza ha desaparecido.

Dejo aquí, como homenaje, los dos poemas, incluidos en El bar de Lee, en los que aparece mi olmo:
PODA
Reducido a lentos muñones, el olmo encuadrado en la ventana no alberga ya la visita del mirlo a las siete de la tarde. Mi paisaje de estudio ha sido devastado. Las ramas borboteantes de viento y la humedad de la lluvia excluidas, como los manotazos de niño con que juega la muerte.
Son las diez de la noche y tengo alergia al polen. Una alergia en las venas manchadas de café, una furiosa urticaria en la esencia podrida del mundo. Hoy estoy sentado, derrotado, y no sueño contigo. Me veo de nuevo buscándote camino de la biblioteca, comprendiendo lo ridículo de mis quimeras de polen, la intangible ausencia de mis palabras no pronunciadas.
Oyendo afuera el escurrir de la lluvia me imagino su ajeno resbalar en los muñones grises del olmo, y bajo la lluvia oigo resbalar todas mis palabras no pronunciadas, ausentes como el mirlo negro que ya no puede posarse en el desgarrado paisaje de mi ventana.
19-5-98.
VACACIONES
Sentado en el coche de mis padres con una pierna fuera vigilo y espero. Anochece. La floración improvisada en los severos muñones del olmo podado me habla de la fuerza de la vida, del resurgimiento debajo de la terraza vacía ahora de mi mirada.
Veo a mi compañero de EGB sacar los cubos manchados, las palas y el mono blanco de su coche, a él la vida le ha permitido convertirse en adulto, trabaja y no me saluda, ni ese vestigio de un mundo que dejó de existir; miro a la pareja que descarga otro coche sin reconocerlos, sin reconocerme.
Un verano más dejo Móstoles sin ningún interés, me fascina mi total ausencia de interés, de esperanzas de renovación, cambia el escenario pero nunca los actores ni la obra, un verano como todos, paralizado, insulso, pero cada vez un poco más distante, más muerto, más acomodado en esa muerte con su regusto de inevitable las preguntas son inútiles cuando sabes todas las respuestas y tu mente traza un tiralíneas de ausencia de desdoblamiento como seudópodos ciegos que reptan por un embudo.
La floración inesperada, ingobernable del olmo habla de una vida a pesar de todo, de una vida sin interrogantes, de una vida como sea tras el invierno y los muñones grises. La floración de mis muñones como seudópodos ciegos frota sus huesos gélidos, vacíos, acariciando las frondas de tu cuerpo frutal    inexistente    mientras repta por el embudo.
     16-7-98.