Dos textos para la reflexión

Publicado el 16 enero 2015 por Santi
"El capitalismo moderno necesita hombres que cooperen mansamente y en gran número; que quieran consumir cada vez más; y cuyos gustos estén estandarizados y puedan modificarse y anticiparse fácilmente. Necesita hombres que se sientan librese independientes, no sometidos a ninguna autoridad, principio o conciencia moral y dispuestos, empero, a encajar sin dificultades en la maquinaria social; a los que se pueda guiar sin recurrir a la fuerza, conducir sin líderes, impulsar sin finalidad alguna, excepto la de cumplir, apresurarse, funcionar, seguir adelante". 
   E. Fromm, El arte de amar
"Si continuamos creyendo que los objetivos del sistema industrial –la expansión de la producción total, el aumento del consumo que trae como consecuencia, el avance tecnológico, las imágenes públicas que sostienen a ese sistema- se ajustan a la vida, entonces nuestras vidas completas estarán al servicio de tales objetivos. Tendremos, o se nos permitirá tener, cuanto convenga a esos objetivos; todo lo demás estará fuera de lugar. Lo que nos haga falta será manejado de acuerdo con las necesidades del sistema; se ejercerá una influencia similar sobre la política del estado; la educación se adaptará a la necesidad industrial; las disciplinas requeridas por el sistema industrial se erigirán en la moral convencional de la comunidad. Se hará que los otros objetivos parezcan afectados, carentes de importancia o anti-sociales. Seremos prisioneros de las necesidades del sistema industrial. Para sancionarlas, el estado añadirá su poder moral, y quizá parte de su poder legal".
John. K. Galbraith, El nuevo estado industrial

   No hace falta decir mucho más. Sin ayuda de nadie podréis juzgar si esa fuerza invisible -receptora de eufemismos tales como necesidad, deber, responsabilidad…- os impulsa a vosotros y a quienes os rodean a “cumplir, apresurarse, seguir adelante” en vuestro día a día. La pregunta es, ¿por mor de qué? La respuesta de Galbraith es clara: son los objetivos del sistema industrial. Ni son los nuestros, ni son los de la vida (así, la manida expresión “así es la vida” sería tan aplicable a nuestra forma de existir como a cualquier otra, aunque en tal caso podría, quién sabe, llegar a adquirir una connotación positiva); tan solo son unos objetivos que nos vienen impuestos. ¿Que cualquiera puede ser aquello que desee ser en la vida? Eso se nos dice, y en una pequeña parte es cierto, pero es algo excepcional, y que no puede lograrse sin unas cuantas rupturas violentas. ¿Rupturas de qué tipo? Ya lo dice el economista: con la moral convencional de la comunidad -esto es, la moral común-, con las que se erigen como necesidades del grupo social, con todo lo que nos enseñaron, a nosotros y a nuestros predecesores en este valle -y aquí entraría la tan pragmática escuela-, sobre lo que es útil y bueno y lo que es inútil y vano.    Imaginad, como ya ha comentado antes en este espacio mi compañera, a alguien que deseara expresar su genio no mediante un trabajo remunerado común, al servicio de la producción o la productividad, sino mediante la pintura, la música, cualquier arte o forma de expresión ajena al desarrollo y al crecimiento industrial. No solo recibirá, desde que empiece a despuntar su idea vital, numerosos consejos e imprecaciones sobre la necedad de su impulso; además deberá abrir su propio sendero en un mundo que no tiene caminos para él -o ella.    En caso de que viese finalmente coronado por el éxito su esfuerzo, tras haber superado las objeciones de seres queridos, los obstáculos, los terribles momentos de duda (pues es más lógico pensar que uno está equivocado contra el mundo que a la inversa), aún habría de enfrentarse a la peor de las pruebas: el sistema industrial, que lo hizo todo por mantenerlo entre sus cauces, que no hizo nada por impulsarle en su escalada, vendrá ahora a felicitarle, le dirá que confió en sus posibilidades desde un principio, regalará sus oídos con los más bellos cantos de sirena, y se apropiará de él, de su obra y de su futuro. Su genio, su ingenio, será puesto al servicio de la producción, de la venta y de los beneficios, de la publicidad, del consumo, del entretenimiento, de las imágenes públicas que lo sostienen todo. Su éxito será hecho prisionero, sirviendo para mantener la farsa, el ideal de que se puede cumplir un sueño dentro del sistema y gracias a él. El sistema industrial será su patrono, su patrocinador, su amante padre. Si el artista cae en este juego, quizá perdure, mas no su arte, o quizá se percate de su situación, triste, y le resulte difícil sobrevivir.   He hablado aquí de casos que se dan de manera más o menos excepcional. La mayor parte de las veces el sistema hace bien su trabajo desde el principio, y asimila sus necesidades a las de todos, sus deseos a los nuestros.    La utilidad. ¡La utilidad! La utilidad es solo una idea hábilmente implantada, y muere con la carne, pasto de los mismos gusanos.

PS: Quisiera aclarar que uno no le es útil a un hermano, a una madre, a una hija. Uno no le es útil a otro ciudadano, ni a alguien que necesite ayuda. Entiendo “utilidad” en este sentido que nos impulsa a vender nuestras vidas, a presentarnos voluntarios a esclavo. Muchos no tienen más remedio que hacerlo, pues es muy difícil escapar. Otros creen que es su deber y eso les hace el asunto soportable, dándoles incluso una sensación de… utilidad. La mayoría padecen ambos síntomas.