Como saben los que leen el blog con alguna frecuencia, yo asisto regularmente a la misa dominical. Lo hago hace más de diez años de modo ininterrumpido, salvo algunas excepciones por viaje o algún otro tipo de contratiempo. Ir a misa es algo que disfruto mucho, aun cuando soy muy consciente de por qué a mucha gente no le gusta. Una de las cosas que a mí no me gusta, particularmente, es la parte del sermón. No porque esto sea malo en sí mismo, sino porque los predicadores, al menos en Lima, suele ser muuuuy malos. No solo son normalmente gente con una preparación intelectual pobre, sino, normalmente, muy poco articulados…cosa que además empeora si el castellano no es su lengua natal. Esto, obviamente, se nota cuando predican: no estudian bien el texto bíblico, lo interpretan con una superficialidad asombrosa, no hilan 5 ideas con lucidez, etc. Por esas razones, entre otras, fue que decidí abrir mi sección de hermenéutica bíblica en el blog. Mi idea era tratar de profundizar en alguno textos y suplir ese déficit dejado por los clérigos. Sé que debe sonar pedante y debe parecer que me adjudico poder hacer mejor lo que ellos hacen. No es mi intención sonar así, pero de lo que sí estoy convencido, me perdonarán, es que hay en esos comentarios, al menos, más esmero (espero también que haya más calidad) que en buena parte de los curas que he escuchado.
Ahora bien, dicho esto, este post tiene más bien un interés positivo motivado por el sermón de la misa de hoy. A partir de él quisiera muy brevemente plantear dos tipos de predicadores y dos tipos de sermones, por ende, que encuentro positivamente paradigmáticos. Esto sucede porque creo que ambos cumplen con el objetivo de esa parte de la liturgia, aunque por caminos algo diferentes. El primer camino es el del predicador más intelectual y formado. Recuerdo perfectamente el caso de un italiano que venía a la Parroquia a la que asisto y, en general, el caso de mis amigos los curas de la teología de la liberación. No estoy diciendo con esto que se trate de una prédica cerebral y fría, pero se trata de sermones en los que uno nota un conocimiento del texto bíblico y una genuina meditación del mismo a partir de ciertas herramientas hermenéuticas que facilitan su comprensión. Los textos se interconectan con propiedad, las ideas fluyen, las referencias históricas se plantean y, en general, se da al público una enseñanza que vale la pena. Esto, ya depende del estilo de cada cura, puede estar acompañado o no de ribetes poeticos propios de la persona que tiene un encuentro profundo con Dios y debe recurrir a lo que David Tracy llama lenguajes-límite: formas de hablar que quieren revelar algo inefable. Esto último es también muy importante porque transmite en sensaciones la belleza de la experiencia religiosa. Debo confesar que este es el tipo de prédica que más me gusta.
Hay, sin embargo, otro tipo de predicadores que me parece que cumplen bien con su labor. Uno de esos me tocó hoy. Se trata de aquellos que son más bien sencillos y bastante básicos en su forma de tratar con la gente, pero que logran conectarse con ella y, esto es lo más importante, transmitir en pocas y simples ideas el mensaje del Evangelio. Es importante notar que esto no es excluyente respecto del primer tipo de sermones, pero sí hay, normalmente, tendencias a que se trate de formas diferentes de trabajar. El cura de hoy, por ejemplo, recurrió mucho a las comparaciones sencillas, a las metáforas más elementales, a la broma, etc. Hizo algo que yo detesto, pero cuyo objetivo fue logrado con éxito, a saber, esta costumbre que tenían también algunos profes de cole de iniciar palabras para que los alumnos las completen: “entonces cuando Jesús hablaba con los apóstoles venía a traerles su …”. “Paaaaz”. Como digo, ese juego lo detesté desde niño, pero no puedo negar que es efectivo: hace que la gente se despierte, que esté atenta y que, además, procure recordar los textos recién proclamados. Las comparaciones sencillas y demás soy muy didácticas también, la gente las recibe bien y se ríe mucho con ellas casi siempre. Hay que recordar que lo importante de la liturgia eucarística es lograr acercar al Señor a la gente y una metodología como esta cumple muy bien con ese fin. Lo noté mientras observaba las reacciones de las personas en el templo. Casi todos lucían inusualmente despiertos, risueños y atentos. El predicador fue claro, no muy extenso y se ajustó muy bien a los fines de los textos leídos. Este no es mi estilo favorito, pero ir a misa no es precisamente como comprarse ropa o un nuevo celular: no es una cosa del gusto propio, tiene que ver, sobre todo, con la experiencia de compartir en comunidad y pensar en lo que más le hace bien a esa comunidad. Ese cura le hizo bien, no tengo duda. Ya otra cosa es hablar de los efectos a largo plazo de esa prédica, pero este fue un buen comienzo.
Ojalá más curas entendieran bien la importancia de esmerarse por comunicar el Evangelio de la mejor manera posible. Es verdad, claro, que el testimonio es muy importante y que prefiero mil veces un mal predicador, si esa persona da fe de su amor por Dios en el servicio continuo por los hermanos que menos tienen. No obstante, el sermón es un momento central de la liturgia y, para muchos, un momento central en el caminar cristiano. De ahí que sea tan significativo que se ponga a predicar a gente que de verdad está preparada para eso. Hoy solo he querido señalar dos tipos de prédica que me parecen centrales. Como dije, no son modelos excluyentes y de hecho pueden convivir en un mismo predicador dependiendo de los públicos a los que se dirija; por lo general, sin embargo, son estilos diferentes que se encuentran en personas distintas. Ambos sirven a un solo fin, hacer el mensaje del Señor más cercano a todos nosotros.