Aquellos dos se sentaron al fin en una mesa midiendo con la vista el panorama, las mujeres que esforzaban su belleza contra la humedad y una bandeja de ensaladilla rusa de la barra, con un atún mustio y desabrido, despreciado hasta por los coleópteros.
El más alto tenia uno de esos rostros perfeccionados en su natural belleza por el dialogo interior, la interrogación filosófica y la crema hidratante. Un soberbio ejemplar de humanidad, rocoso e implacablemente vestido en negro satinado con corbata clara. El otro, sostenía un pañuelo de seda con un dibujo floral presto a la gota. Traje claro, cuello alto, el pelo caído como al desgaire, sonrisa fácil y magnética.
Pidieron una botella de vino y unos ñoquis que llegaron fríos y sin desparramarse por la metálica bandejita oval. Y luego de comer se fueron a la pista en tanda de milonga.
Los dos se pusieron los zapatos de bailar. El alto, cruzo las piernas y adelantó la punta del pie, como metiéndose en una piscina imaginaria. El otro, se retoco el nudo de la corbata y comenzó una calistenia de cambios de peso y firuletes.
Se estuvieron en los preparativos tres tangos.
Luego se miraron y asintiendo a una parecieron decirse "vamos, demostremos".
El alto miró a la pista. A las pibas, a la barra y a los pocos parroquianos ateridos de humedad. Por un momento pareció que se iba a largar a la ronda.
El simpático paseo su sonrisa por las muchachas. Y algunas le correspondieron.
Un segundo después, Los dos se volvieron a calzar los zapatos de calle. Y saludando, volvieron a la niebla de donde habían venido.
No sé que significo todo aquello. Si guardaba algún mensaje oculto, alguna insospechada clave que debía realizarse para completar algún rito, si era la demostración tácita de que hay ocasiones desabridas en que nada alcanza a disipar el tedio, o si los tipos
aquellos eran solamente un par de timidos.
Y mientras Sacudile y Teaffana seguian disparadose tonterias sin herirse gravemente, me pareció que quizá la noche misma hubiera mandado a aquellos dos para ejercitar la reflexion, como una forma de compensar su decurso anodino.
O solamente para divertirse con nuestra perplejidad.