El cine inglés es quizás el que ha sabido dar mejores títulos sobre el mundo del fútbol, en un acercamiento entre cine y deporte que en muchas ocasiones no ha encontrado el punto de equilibrio adecuado. Curiosos policíacos como The Arsenal Stadium mistery (1939), de Thorold Dickinson o inteligentes incursiones en el submundo hooligan como I.D. (1995), de Philip Davis, logran resultados que otras cinematografías (incluida la española) han conseguido sólo ocasionalmente.
The Damned United utiliza el fútbol como excusa para hablar nuevamente de la lucha de poderes, de la savia nueva frente a la vieja escuela, de formas diferentes de vivir la pasión por un deporte, a través de la historia del que está considerado como mejor entrenador de la historia del fútbol inglés. Lo de los logros de este entrenador es lo que menos me interesa como espectador de la sinrazón que produce el fútbol en sus seguidores todos los fines de semana, que miro con distancia y humor. Pero es de tal calibre la escritura del guión, de tal altura la interpretación de los actores, de tal destreza el trabajo de dirección, que resulta sin duda una visión diferente de un deporte tan popular.
Porque a Ken Loach y Paul Laverty les pierde en ocasiones su tendencia al maniqueismo ideológico y su empeño en darnos discursitos sociales. A mí títulos como Tierra y libertad, El viento que agita la cebada o En un mundo libre me resultan incluso molestos por su empeño en aleccionar al espectador. Por eso, cuando veo al protagonista de Buscando a Eric, perdido en la mediocridad de su vida, conseguir un aliento de esperanza cuando se le aparece la figura de su ídolo Eric Cantona (convertido en consejero hetéreo), me dejo llevar por la historia (que puede ser obvia, pero sin duda resulta efectiva) y por ese canto a la solidaridad que destilan los amigos forofos del Manchester United. Y acabo creyendo incluso en ese sentimiento de compañerismo del que algunos aficionados me han intentado convencer como seña de identidad de la pasión futbolística.
Buscando a Eric nos devuelve a ese Ken Loach que sabe contar historias sin aspavientos, con sentido del humor, trabando los sentimientos con inteligencia, trazando personajes de profunda vida interior.