Joseph Frank.Dostoievski.Los años de prueba (1850-1859).Traducción de Jaime Retif del Moral.Fondo de Cultura Económica. México, 2010.
“El 21 de diciembre se dictaron las disposiciones finales del caso, y por órdenes de Nicolás I, se envió a las autoridades militares un paquete con instrucciones relacionadas con el procedimiento que debería seguirse al anunciar las sentencias. La ley exigía que se efectuara una fingida ejecución cuando, como en este caso, la sentencia de muerte se había conmutado debido a un acto de imperial clemencia; pero esta ceremonia, en la mayoría de los casos, era sólo una formalidad ritual. No obstante, en esta ocasión el zar dio instrucciones explícitas de que se informara a los prisioneros que sus vidas habían sido perdonadas solamente después de que se hubieran completado todos los preparativos para el fusilamiento. Esta vez Nicolás preparó cuidadosamente el escenario para producir el máximo efecto sobre las confiadas víctimas de su regia solicitud. De esta manera, Dostoievski experimentó una extraordinaria aventura emocional: creyó que se encontraba a unos cuantos segundos de una muerte segura, y después resucitó milagrosamente de la tumba.”
Así describe Joseph Frank el acontecimiento decisivo en la vida de Dostoievski: el simulacro de fusilamiento que sufrió en la Plaza Semenovski de San Petersburgo el 22 de diciembre de 1849.
Ese es uno de los episodios centrales de Los años de prueba (1850-1859), segundo de los cinco tomos en que se organiza la monumental biografía de Dostoievski que publica el Fondo de Cultura Económica.
Un volumen que aborda los diez años siberianos sufridos por Dostoievski tras su detención en abril de 1849 y hasta su retorno a San Petersburgo diez años después, en diciembre de 1859. Condenado a muerte por pertenecer al círculo de Petrashevski, se le conmutó la pena capital por la de ocho años de trabajos forzados que se rebajaron finalmente a cuatro años que se completaron con la obligación de un servicio militar posterior como soldado raso en un regimiento de Siberia.
Fueron diez años improductivos en creatividad, pero decisivos para Dostoievski, que salió de Siberia siendo otro, porque aquella media hora en el patíbulo que evocaría en El idiota y las experiencias carcelarias que reflejaría años después en sus Memorias de la casa muerta, provocaron en el novelista su conversión religiosa, la aparición y el agravamiento de sus crisis epilépticas y un cambio radical de actitud y de ideología.
“Lo que Dostoievski había sentido en esos momentos culminantes -escribe Frank- era la necesidad de perdonar y de ser perdonado, y el deseo de abrazar a otros con amor sincero e incondicional. Por supuesto, tales valores no habían estado ausentes en la sensibilidad moral de Dostoievski; pero en aquellos momentos de suprema necesidad estos valores habían adquirido un significado inmenso: eran el mayor consuelo humano. Y si la expiación, el perdón y el amor estaban destinados a tener prioridad sobre todos los demás valores en el universo artístico de Dostoievski, era seguramente porque había encontrado en ellos una verdad que le brindó apoyo en el más angustioso predicamento de su vida.En efecto, es la penetrante percepción de Dostoievski de la espantosa fragilidad y transitoriedad de la existencia humana la que pronto le permitirá describir con poderosa urgencia, no igualada por ningún otro escritor moderno, el condicional y absoluto mandamiento cristiano de amor mutuo, que todo lo perdona y todo lo abarca.”
A miles de kilómetros de los centros culturales y literarios de Rusia, aislado totalmente durante cuatro años, sin posibilidades de enviar ni recibir correspondencia, estos años de soledad son fundamentales para entender su literatura posterior, porque, como señaló él mismo, fueron años decisivos para “la regeneración de mis convicciones.”
En la carta que escribió a su hermano Mijail el 22 de febrero de 1854, una semana después de salir de la prisión, Dostoievski hace esta descripción de las condiciones de su cautiverio:
“Vivíamos apretujados, todos juntos en una sola barraca. Imagínate una construcción de madera, vieja y ruinosa, que se suponía debía haber sido derribada mucho tiempo atrás, que ya no era adecuada para usarse. En verano había una intolerable proximidad; en invierno, un frío insoportable. Todos los pisos estaban podridos. La mugre en los pisos tenía casi tres centímetros de espesor. Uno podía resbalarse y caer. Las ventanitas estaban tan cubiertas de escarcha que era imposible leer en ningún momento del día. Casi tres centímetros de hielo en los cristales. Goteras en el techo, corrientes de aire por todas partes. Nos hallábamos apiñados como sardinas en lata. En la estufa cabían seis leños, pero no había tibieza (el hielo dentro de la barraca casi no se derretía), sino sólo insufrible humo. Y esto duraba todo el invierno. Los reos lavaban en la barraca su ropa, y todo el lugar estaba salpicado con agua. No había espacio para darse la vuelta. Desde el anochecer hasta el amanecer era imposible no comportarse como cerdos porque, después de todo; ‘somos seres humanos vivientes.’ Dormíamos sobre tablas desnudas y se nos permitía únicamente una almohada. Extendíamos sobre nuestros cuerpos el abrigo de piel de oveja, durante la noche permanecían descubiertos nuestros pies. Temblábamos toda la noche. Pulgas, piojos, cucarachas, a montones. En invierno usábamos abrigos cortos de piel de oveja, con frecuencia de la peor calidad, que casi no proporcionaban ningún calor; y en nuestros pies, botas de media caña.”
Esa es una de las dos cartas extensas que vertebran este segundo tomo. La otra es la que le escribió el 18 de enero de 1856 a su confidente literario Apollon Maikov, que le influyó mucho en su paso del occidentalismo al eslavismo y a la reivindicación de las tradiciones rusas. Una carta “en la que -señala Frank- Dostoievski se descubre a sí mismo en forma más completa que en ningún otro documento de esa época.”
En el ambiente carcelario de odio y degradación moral y física, Dostoievski tomó notas que utilizaría años después en sus Memorias de la casa muerta. Tras su libertad en febrero de 1854, una primera pasión amorosa, María Dimitrievna; la ansiedad por reingresar en los ambientes literarios y las controversias sobre el idealismo en el arte y la función social de la literatura. Y al final de esta década, en 1859, su reincorporación al panorama editorial con la publicación de dos obras menores, dos novelas siberianas: El sueño del tío y La aldea de Stepanchikovo.
La colosal obra de Joseph Frank no es una biografía convencional, sino un proyecto ambicioso hecho realidad que desborda los límites del género y fusiona el seguimiento biográfico con el análisis literario y la contextualización sociocultural e histórica de la narrativa de Dostoievski.
Como en el resto de los tomos, lo que hace Joseph Frank en Los años de prueba es mucho más que una biografía, porque desborda los límites del género al hacer un análisis crítico riguroso y pormenorizado de las obras de Dostoievski y de las circunstancias personales y el contexto sociopolítico y cultural en que surgieron.
De esa manera se explica -en palabras del autor- “el proceso creativo mediante el cual la vida es transformada en arte” con un método que subordina “la vida privada de Dostoievski a la descripción de su interdependencia con la historia literaria y sociocultural de su época” y que “sólo puede ser llevado a cabo si la vida es constantemente observada a la luz de la obra, y en íntima relación con ésta, en lugar de la manera más acostumbrada de considerar la obra como un producto más o menos fortuito de la vida.”
Santos Domínguez